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Bajé las escaleras con Charlotte delante, su risa sonaba como campanas maliciosas. Ella iba emocionada por exhibirme, como si fuera su obra de arte favorita. Yo, por dentro, ardía. No solo por el traje de baño que apenas cubría mis ganas, sino por la imagen de Damián que venía clavada en mi cabeza desde que desperté.
No sé qué me pasaba. No lo entendía. Pero desde que me tocó… desde que me cogió como si fuera suya… algo cambió. Como si su piel hubiese dejado una droga invisible sobre la mía.
Y ahí estaba.
Cuando doblamos la esquina hacia la piscina, el mundo se detuvo.
Charlotte se desvió hacia el bar improvisado que habían montado en el jardín, y yo quedé frente a frente con él.
Solo él.
Damián.
Apoyado en una de las columnas, con un vaso de whisky en la mano, una cami
