¡Ay, no! Cada escalón que bajaba era como si mi v****a hubiera decidido que quería protagonizar un festival de fuegos artificiales. En serio, un orgasmo detrás de otro, ¡y yo ahí tratando de no parecer una loca que se está deshaciendo en plena evacuación! El primer orgasmo llegó con la sutileza de un elefante en una cristalería. Sentí como si una ola de cosquillas eléctricas me atravesara el cuerpo, desde el clítoris hasta el alma. Mi cara, que intentaba mantener una expresión seria, se torció en una mezcla de “¡oh no, oh sí, oh no!” Y terminé con los ojos muy abiertos como si hubiera visto un fantasma... o peor, a Damián, notando que estaba a punto de perder la cordura. Mis piernas temblaban como gelatina mal hecha, y mi mano se aferraba a la baranda como si fuera un salvavidas en medio

