¡Su novia!

1448 Words
Allí estaban ellos. Señor Volkov. Un señor mayor, con ese tipo de elegancia que no se compra. Alto, con cabello blanco perfectamente peinado hacia atrás, traje gris claro y una presencia que imponía respeto. Junto a él, una mujer de revista: alta, delgada, castaña ceniza, ojos grises y una piel que parecía mármol caro. Vestía como si cada prenda costara lo que mi salario de cinco años. Se levantaron con una elegancia cinematográfica. —Un gusto y una disculpa —dijo Damián con esa voz grave y calmada que ahora me empezaba a parecer s****l—. Ella es mi novia, Rosalía. Espero que no sea molestia para nuestra reunión. ¿CÓMO DICE? ¿NOVIA? ¿Yo? Intenté no mostrar la explosión de fuegos artificiales que estallaron en mi cerebro y mantuve una sonrisa diplomática, del tipo "sí, claro, soy su novia, siempre lo fui, ¿no lo sabías?" —Puedes llamarme Efraín —dijo el señor, sonriendo—. Y no te preocupes, qué novia tan guapa. Yo he venido con mi esposa, Charlotte. Creo que la reunión será buena. Charlotte se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa de portada de revista Vogue. —Mucho gusto. —Rosalía —le respondí, extendiéndole la mano como toda una mujer de negocios en formación. Ella la tomó con suavidad y un pequeño asentimiento de cabeza, como quien evalúa sin decirlo. Todo fue muy cordial. Saludos educados, sonrisas contenidas, esa tensión elegante de las personas que están tan acostumbradas al lujo que ya no se sorprenden de nada. Damián me ayudó a sentarme (oh, Dios, qué caballeroso) y luego se acomodó a mi lado. Justo en ese momento, el señor Efraín dijo: —Lo siento, Damián, dame unos minutos. Debo atender esta llamada. Quédate con mi esposa, ya pueden pedir la comida. Charlotte sabe lo que me gusta. —Descuide, aquí lo esperamos —respondió Damián, tan correcto como siempre. Antes de irse, el señor Volkov besó a su esposa en la mejilla y luego se alejó, sacando su celular del bolsillo con un gesto pausado. Yo me quedé en silencio un par de segundos, pero… solo un par. Porque, bueno, soy yo. Y mi boca tiene vida propia. —Wow… esto es lo más cerca que he estado de una escena de “Succession” —solté, medio en broma, medio en shock. Charlotte me miró con una sonrisa indulgente. —¿Primera vez en una reunión así? —¿Así? Así de elegante, con gente que podría comprarse un país entero… sí. Primera vez. Y espero no arruinarlo, pero si lo hago, finjan que no me conocen. Damián me apretó la rodilla por debajo de la mesa. Como quien dice “shhh”. Pero Charlotte rió. —Me gusta tu espontaneidad, Rosalía. Es refrescante. —Lo que pasa es que, si no hablo, me muero de nervios. Y si me muero, no puedo disfrutar la comida cara. Así que mejor hablo. —Tiene lógica —dijo ella, levantando una ceja y bebiendo un sorbo de agua. Pedimos la comida. Damián pidió por ambos. Claro, porque novios, ¿no? Y yo solo pensaba: "Dios mío, que no se me caiga el tenedor, que no eructe, que no me atragante con la servilleta". Pero lo peor no pasó. Al contrario, lo mejor apenas comenzaba. Porque justo cuando trajeron el primer plato, Charlotte me dijo: —Entonces, Rosalía, ¿cómo se conocieron? Y ahí fue cuando me congelé con la cuchara en el aire. Damián se tensa. Lo siento en su cuerpo, en su mandíbula, en la manera en que sus dedos aprietan mi rodilla debajo de la mesa. Mierda. —Te felicito, Damián, ella es mejor que la enana aquella, mucho mejor. Guapa, alta, sensual… aunque un poco ordinaria. Y justo ahí, Charlotte, la mujer que parece haber salido de una revista de alta costura y de un manicomio al mismo tiempo, me lanza una mirada que me hiela. Sus labios pintados en rojo carmesí se curvan en una sonrisa venenosa. Y suelta la bomba. —Dios, como disfruto este momento, siento que el karma te llegó mi Damián —dice con voz melosa, como si estuviéramos en un maldito club de lectura y no en un campo minado—. ¿Sabías que el hombre que es tu novio fue mi esposo? Mi mirada salta de ella a Damián, pero él no se mueve, sigue como una estatua que contiene un huracán. —Sí, un esposo cobarde y tan mierda que estuvo acostándose, follando con mi hermana —continúa ella como si me estuviera leyendo el horóscopo—. Y luego me dejó. ¡Qué! —¿Qué? —susurro en voz baja, casi sin darme cuenta. ¿Follando con su hermana? ¿En serio? ¿Qué demonios es esto? ¿Una novela turca? ¿Dónde está la cámara oculta? Ella sonríe más. —El chiste aquí —dice ella, apoyando la barbilla en su mano como una adolescente chismosa—, es que él se quedó solo, sin el amor de su vida. Sí, la enana esa se casó, tiene una linda familia. La familia que yo quería con tu novio. Siento que la sangre me sube a la cara, pero no de vergüenza, sino de rabia. Y aún así me quedo inmóvil, en modo estatua también, porque esto es una obra de teatro y no me sé el guion. —Y que me dejó embarazada —dice como si hablara del clima, revolviendo con la cucharita el café que no se ha tomado—. Bueno… historia vieja. Creo que ya te lo contó… ¿o no? Y ahí está. El zarpazo. Miro a Damián de reojo. Nada. Frío. Silencio. El tipo que hace un rato me tenía contra la pared del ascensor como si fuera su oxígeno ahora no dice ni una puta palabra. Y eso me arde. —Bueno, ponte viva —dice Charlotte mirándome como una reina al bufón del palacio—, porque si aparece esa enana… él te deja en un chasquido. Un chasquido. Literalmente hizo el gesto con los dedos. ¡Qué perra! —Él ama solo a una mujer —añade, echándose hacia atrás como si la conversación le divirtiera más que el postre—. Esa mujer que lo mandó al diablo. Me paso la mano por el cuello para peinarme, aunque no lo necesito. No porque esté desordenado, sino porque quiero distraerme. Porque si no hago algo, me voy a lanzar encima de esa mujer y le voy a arrancar la lengua a mordidas. No, Rosalía. Control. Dignidad. —Yo me he casado —continúa con esa sonrisa de “ganadora"—. Soy feliz. Y ahora estoy embarazada. ¡Oh! —Sí, embarazada de mi esposo. El que me quiere y me ama. El que daría su vida por hacerme feliz y no es un pobre diablo. Tiene más dinero que tú, Damián. Me suelto la risa por dentro. “Más dinero que tú”. ¿Qué es esto, un concurso de egos? —Descuida —dice ella fingiendo amabilidad—. Hoy estoy de buen humor. No diré nada. Me quedaré callada. ¿¡Callada!? ¿Después de escupir toda esa mierda? —Mi esposo no debe saber que eres un bastardo de mierda —dice con una voz dulzona que da náuseas—. Sé que necesitas que mi marido invierta en tu negocio, aunque él no lo necesite. Te daré ese regalo por la novia bonita que tienes. Ahí me lanza una mirada. Directa. Como una daga que se me clava en la frente. —Aunque sea por un tiempo. Ella es la temporal. ¿La qué? ¿Temporal? ¡¿Cómo que temporal, maldita?! ¡Te voy a...! —Fóllatelo como una puta —dice en voz baja, tan solo para mí, con la copa de vino en los labios—. Ya que la puta de mi hermana supo enamorarlo. Listo. Creo que mi alma salió del cuerpo. Y mi dignidad quiere ahorcarme por no saltar sobre la mesa y romperle esa cara de porcelana con un taco de aguja. Pero respiro. Profundo. Uno… dos… tres. Damián no habla. Ni se mueve. Parece que está conteniéndose para no estallar. Lo puedo percibir. Y puedo ver que dentro de él hay una guerra. Una guerra que lo está matando. Sus ojos están clavados en Charlotte con el mismo rencor con el que uno mira al asesino de su madre. Y justo cuando su boca se abre; sí, justo cuando iba a decir algo, y yo estaba más que lista para ver sangre, aparece el esposo de la bruja. Efraín.
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