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De un momento a otro me levanté. Fingí una sonrisa de esas que ni yo me creía, y solté un suspiro que me supo a derrota. “Voy al baño”, dije con un tono casi indiferente. Esperaba que nadie reaccionara, que pudiera simplemente desaparecer unos minutos. Pero no, el destino y sus bromas: Bianca se ofreció a acompañarme.
—¿Te acompaño? —dijo con esa voz dulce, inocente… demasiado inocente para mi gusto.
En ese instante, por dentro, maldije hasta al camarero que sirvió el desayuno. “¿Por qué yo? ¿Por qué hoy?”, me dije mientras asentía sin opción. No tenía escapatoria. Acepté su compañía como quien acepta una condena. Caminamos juntas, alejándonos de la mesa, aunque en realidad no tenía ni idea de dónde quedaba el maldito baño.
—Así que él es tu jefe —me suelta de la nada.
—Y tú lo co
