Sí, lo admito. Me mojé. No porque quisiera a Damián —no, para nada—, sino porque ese tipo de deseo, tan salvaje y crudo, me recordó lo que se siente cuando un hombre te desea sin límites. Me imaginé a Alessandro así, desnudo, jadeante, mirándome con esa misma intensidad, sosteniéndome por el cabello mientras yo... —¡Bianca! —susurró Alicia apretándome el brazo—. Estás temblando. Me di cuenta. Tenía las manos aferradas al borde de la ventanita, los labios entreabiertos y la respiración agitada. Dios… estaba viendo porno en vivo. Charlotte soltó una carcajada muda al verme así. —No te sientas mal. Todas quisiéramos estar en esa bodega ahora mismo, pero sin ser la que espía. Rosalía lo sujetó por la base con una mano mientras lo devoraba entero. ¡Entero! Yo solté un gemido ahogado. Lo q

