—¡Damián! —solté su nombre entre dientes. Lo imaginé sujetándome por el cuello, murmurándome obscenidades mientras me hundía ese monstruo hasta hacerme llorar. Sexto anillo. Ya no podía más. Las piernas me temblaban, los dedos de los pies se me curvaban. El coloso estaba en su punto más ancho. Me estaba partiéndome en dos y yo no quería que se detuviera. —¡Por favor...! —le pedí al vacío, como si Damián estuviera ahí, viendo cómo me lo metía sola, como una perra desesperada. Séptimo anillo. Todo mi cuerpo colapsó. El grosor total estaba dentro. Hasta el fondo. No cabía ni una molécula más. Sentía el tope, el final, ese roce profundo que me hacía tocar el cielo y el infierno a la vez. Entonces, lo hice. Toqué la hojita. Un leve zumbido despertó. El primer nivel de vibración. Sutil,

