—Siiii —dice, sentándose en el borde—. Me refiero a ustedes tres. Charlotte con Efraín, vos con tu guapísimo esposo, Alessandro, y Rosalía con Damián. Que vengan. Que se metan. Que las cojan en el agua como dioses griegos. Así, sin culpa, sin preguntas, sin “qué dirán”. Charlotte suelta un grito entre carcajadas. —¡Las tres parejas! ¡Me muero! No puede ser que estemos completamente locas. —Exacto —sigue Alicia, inflando el pecho como si acabara de descubrir América—. Esto no es una orgía, es una celebración. Ustedes son mujeres deseadas, mujeres reales. ¡Y esta noche toca dejarse desear como diosas! Me cubro la boca de la risa, aunque por dentro… la idea me prende como cerilla. —¿Y vos, Alicia? ¿Solo vas a mirar? No sé, pero no me gustaría comer delante de los pobres. —¿Quién dijo

