Largos encuentros

1507 Words
***Liam*** La miré con molestia, sintiendo cómo una punzada de irritación se instalaba en mi pecho. No entendía bien si lo que me jodía era su actitud altiva o el hecho de que no tuviera ni puta idea de quién era yo. No era una cuestión de ego... bueno, tal vez sí un poco. Pero que una mujer como ella, con esa lengua afilada y esos ojos llenos de fuego, me hablara sin la mínima reverencia a la que estaba acostumbrado me resultaba jodidamente irritante. —Cariño... —La voz melosa de Renata me sacó de mis pensamientos, su tono empalagoso me puso los nervios de punta. Sentí su mano recorrer mi brazo con fingida dulzura antes de entrelazar nuestros dedos. Adrian soltó un bufido bajo, divertido, pero no dijo nada. —¿Por qué elegiste este lugar tan... mediocre? No me digas que ahora te gustan los lugares cutres. Solté una carcajada seca y le di la razón sin pensarlo demasiado. —No es precisamente mi primera opción. Pero bueno, hay que apoyar a la clase obrera, ¿no? —mi mirada se clavó en Camila con desdén. Renata se rió con su risa de niña mimada, esa que siempre usaba cuando quería humillar a alguien. Le lanzó una mirada desdeñosa a Camila, como si no mereciera ni respirar el mismo aire que nosotros. —Esto no es lo que pediste, Liam. —Su voz azucarada venía cargada de veneno. Camila alzó una ceja, impasible. —Yo diría que sí —respondió con calma, aunque sus ojos destilaban puro hielo. Renata bufó y me miró como esperando que la defendiera. Adrian, mientras tanto, bebía de su vaso con absoluta diversión, claramente disfrutando el espectáculo. Podía sentir la expectativa en el aire, como si fuera una maldita prueba. —Creo que Renata tiene razón —dije, disfrutando el ligero fruncimiento en el ceño de Camila. Me recosté en la silla, mirando su reacción con burla. —Esto no es lo que pedí. Camila sonrió con sorna y su tono de voz adquirió un matiz burlón. —Mil disculpas, señor Davenport. —Su lengua envolvió mi apellido con un veneno tan exquisito que me excitó. —Voy a traerle otro platillo. —Me lanzó una última mirada mordaz y se giró para marcharse. Pero antes de que diera un paso, mis ojos se fijaron en su pequeño gafete. "Camila", leí en silencio, y el nombre resonó en mi cabeza como una maldita campana. Camila. Brujita. Lengua venenosa y un culo que podría provocar guerras. Me quedé viéndola alejarse, la forma en que esos jeans abrazaban cada curva de su cuerpo. Era imposible no fijarse, imposible no imaginar lo bien que se vería sin ellos. Un pensamiento fugaz y lascivo cruzó mi mente: ¿Cómo se vería montándome con esa misma actitud de mierda? ¿Cómo sonaría su voz si en lugar de insultos, dijera mi nombre con la lengua entrecortada de placer? —Si le miras el culo un poco más, vas a empezar a babear, cabrón. —La voz de Adrian me sacó de golpe de mis fantasías. —Cállate —bufé, sin dejar de mirarla mientras se alejaba. Adrian soltó una carcajada y, como si quisiera joderme un poco más, se giró hacia Camila y le sonrió con su mejor cara de niño bueno. —Disculpa, guapa. ¿Podrías traerme otro vaso de agua? Agradecería mucho si me lo sirves con una sonrisa. —Su voz era melosa, encantadora, y noté cómo Camila le dirigió una mirada de incredulidad antes de girar los ojos. —Claro, lo que el cliente pida. —Su tono fue cortante, pero Adrian se veía encantado. Renata, por otro lado, tenía una expresión de asco tan evidente que parecía que había olido mierda. —¿En serio, Adrian? —bufó con desprecio. —No me sorprende que te gusten ese tipo de mujeres. Siempre has tenido un gusto pésimo. Adrian se encogió de hombros con diversión. —¿Ese tipo de mujeres? ¿Te refieres a las que trabajan y no abren las piernas por conveniencia? —Su sonrisa era afilada, venenosa. Renata se tensó, lista para lanzar una réplica, pero yo ya estaba desconectado de la conversación. Porque mi mirada seguía clavada en Camila, y mi mente seguía dándole vueltas a su nombre. ***Camila*** No puedo creer la paciencia que estoy teniendo. Aprieto la charola entre mis dedos con tal fuerza que mis nudillos palidecen, conteniendo las ganas de aventársela en la cara a ese par de idiotas. La actitud de ese hombre, de Liam, me ha sacado de mis casillas, pero lo peor de todo es que no entiendo por qué me afecta tanto. No es más que un maldito imbécil con aires de grandeza. Llego a la cocina y suelto la charola con más fuerza de la necesaria sobre la mesa de servicio. Valeria, que está apoyada en la barra tomándose un refresco, me observa con una ceja arqueada y una sonrisa burlona. —¿Y ahora a quién quieres matar? —pregunta, dando un sorbo ruidoso a su pajilla. —Al maldito arrogante de la mesa siete —gruño, apretando los dientes. —Oh, por favor, dime que no hablas del maldito bombón que tenías que atender. —Sus ojos brillan de emoción, y yo solo quiero lanzarle algo. —No es un bombón, es un imbécil insufrible. Y para colmo, la zorra esa con la que está... —Hago un ademán vago con la mano, exasperada. Valeria chasquea la lengua y deja su bebida a un lado antes de rodearme con un brazo. —Dios, me encanta verte así. No tienes idea de lo sexy que te ves cuando estás furiosa. —Su tono es burlón, pero yo solo le lanzo una mirada de advertencia. —Por favor, Vale. Hazme un favor y atiéndelos tú. Si lo veo un segundo más, juro que voy a perder mi trabajo. Valeria deja escapar un dramático suspiro, pero la sonrisa en su rostro es de puro deleite. —No tienes que pedírmelo dos veces. ¿Quién se negaría a atender a ese hombre? Y más si me da la oportunidad de ver esa carita molesta tuya. —Se ríe y me da un empujón juguetón antes de tomar la charola y salir de la cocina. Resoplo, tratando de calmarme. Tomo una orden más y me acerco a la mesa que ahora me corresponde, una de las VIP donde se sienta un hombre de porte elegante y mirada penetrante. Me aclaro la garganta y tomo mi libreta. —Buenas tardes, ¿puedo tomar su orden? —pregunto con voz neutra. El hombre apenas me mira. Su atención está fija en la mesa de al lado, donde está el trío insufrible. Su rostro cambia a una sonrisa amplia y se levanta de inmediato. —¡Liam! ¡Adrián! ¡Renata! —exclama con entusiasmo, estirando los brazos como si saludara a viejos amigos. Cierro los ojos con fuerza, inhalando profundamente para no poner los ojos en blanco. Claro, justo lo que me faltaba: esperar a que el señorito termine su saludo para que se digne a pedirme su orden. Liam sonríe ampliamente, pero yo puedo ver lo falsa que es. Hay algo ensayado en su tono cuando responde con la misma calidez. —Señor Estévez, qué placer verlo aquí. —Su voz es sedosa, encantadora, pero vacía. Valeria, quien ahora atiende esa mesa, me lanza una mirada rápida, y yo entiendo la indirecta. Este tipo finge como si le importara ese señor, pero está claro que no es más que actuación. Mientras el productor sigue parloteando con el grupo de Liam, yo cruzo los brazos y espero, golpeando suavemente mi pie contra el suelo. Mi paciencia se agota con cada segundo que pasa. Y entonces, como si el destino me odiara, Liam desvía su mirada hacia mí con esa expresión de burla que ya empieza a ser habitual en su rostro. —Espero que esta vez no haya problemas con la orden, ¿eh? No queremos otro desastre culinario. —Su tono es ligero, como si de verdad estuviera bromeando, pero el veneno detrás de sus palabras es evidente. Respiro hondo antes de mirarlo con una sonrisa gélida. —Descuide, señor. Me aseguraré de que su comida esté a la altura de su refinado paladar. Después de todo, no querría que alguien como usted sufriera una decepción más en su ya patética existencia. —Mi voz es melosa, pero el sarcasmo es innegable. Adrián suelta una carcajada ahogada, y hasta el productor parece encontrar divertida mi respuesta. Liam, en cambio, me mira con algo que parece mezcla de irritación y entretenimiento. —Cuánta amabilidad —dice, entrecerrando los ojos. Inclino levemente la cabeza y le sonrío con dulzura fingida. —Por supuesto, estamos para servirle. —Y sin más, me doy la vuelta y regreso a la cocina, ignorando la mirada ardiente que siento perforándome la espalda. No me hace falta girarme para saber que esos ojos turquesa me están siguiendo.
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