25. LO QUE TRAE EL AGUA.
Días más tarde, en una de las costas árticas de Punto Vacío.
Faltaba muy poco para que diera la medianoche.
Manois suelta un bostezo pesadamente, por costumbre da una última mirada al monitor de la derecha, salvo algunas olas el océano se encuentra en relativa calma, la luz violeta del visor que ronda la costa, cada tanto se deja ver por la playa, se ha quedado inmóvil señalando algo.
Esta vez entrecierra los ojos para ver con detenimiento.
Abre tanto los ojos, aún sin creérselo del todo, hasta ese día, el océano jamás daba sorpresas, para él y para cualquiera las noches son siempre tediosas, aburridas. Por esos rincones apartados de toda diversión, las horas transcurren mortalmente lentas, pero justo en ese momento, algo está a punto de cambiar.
Manois siente el corazón en la boca. Esa noche le toca mantenerse despierto, se pone a revisar una vez más los monitores, y lo que está mostrando es algo completamente inaudito.
—Seguro es una falla…
Pero los visores nunca fallan, pueden resistir calores, el frío ártico, sobrevive a incendios y nunca antes ha escuchado que dejen de funcionar. Tomando todo eso en cuenta, alarmado y dudoso, despierta con torpeza a Nadrel, su compañero de los últimos dos años. Un pesado ingeniero que no se cansa de hacer bromas a costa suya.
—Mira… ¿No parecen cuerpos? —señala las imágenes del monitor.
—Ugh, estaba en la mejor parte…
Nadrel, el recién despierto se queja, balbucea algo más, pero cuando mira hacia lo que señala Manois, igual de alarmado, se incorpora de un salto.
—¿Qué son esas cosas?
—Son cuerpos, mira… —le dice Manois—. Hay que dar parte a la guardia.
Manois busca su libro de consulta, aun temiendo cometer algún error.
Aquello es imposible, la población se mantiene apartada de los mares. Allá en el sur sólo hay agua y más agua. Todo el mundo lo sabe, que el océano trajera cuerpos humanos es algo altamente improbable, debe tratarse de una falla en los visores.
—¿Estás bromeando? ¡Seguro es una bandada de pajarracos muertos!
Nadrel parece convencido y se mofa de él.
—¿Esto es por lo de ayer? Entiendo que estés dolido conmigo, pero es que no creo realmente que seas más ágil que el capitán de la SS. Eres un especialista, uno bueno, lo admito, pero nunca podrías superar a un SS.
Nadrel se acomoda en el asiento, dispuesto a recuperar el sueño. Por un momento Manois se deja llevar por su comentario, y le mira con resentimiento, aunque no es el primero que le dice ese tipo de cosas, pero de entre todos sus camaradas, Nadrel es demasiado molesto.
—Ya te lo dije, lo soy. Cuando quieras te lo demuestro.
—¿Qué tal ahora? A que no vas y averiguas si son realmente cuerpos antes de hacer un papelón con Braker.
Manois no está preparado para responder, y Nadrel continúa.
—Me parece que eres un hablador de esos… pero bueno, te propongo algo, si dices la verdad, y consigues ir hasta allá en menos de diez minutos, y superas el récord del capitán de la SS, el desayuno y el almuerzo de todo el mes va por mi cuenta, así matamos dos pájaros de un solo tiro, nos libramos de hacer el ridículo.
Manois teme la ira del capitán Braker, en la época de aprendizaje ha sido testigo de las torturas a las que somete a los que le hacen quedar mal, para Braker, es imperdonable las fallas.
Nadrel, sigue metiéndole ideas en la cabeza.
—Sabes que está prohibido abandonar el puesto —Manois apunta para que desista de una vez por todas.
—De eso se trata, tienes diez minutos para ir y volver —suena convincente—. No seas demasiado recto, sabes bien que aquí, en este lado de la costa no pasa nada de nada, a menos que… esa sea la excusa que tienes para desertar de la apuesta…
—¡Ja! ¡Nada de eso! —responde desafiante—. Te demostraré que soy mejor que cualquier SS.
Nadrel sonríe ante su respuesta.
—Pues mira que ahora es un buen momento ¿no crees?
Manois comienza a considerar que después de todo nada puede pasarle si deja unos minutos su puesto.
Efectivamente Nadrel está en lo cierto, nada más tardaría diez minutos en ir y otros diez en volver, según sus cálculos, y se ganaría comida gratis para toda la semana. Lo mejor de todo es que de esa forma le cerrará de una buena vez la boca. Después de tres años de soportar sus burlas terminarán.
Unos minutos más tarde, cuando está a punto de llegar al faro, punto exacto en el que las cámaras del visor señalan los bultos o cuerpos, el motor comienza a fallar. Se desata una inesperada y gran tormenta que no estaba pronosticada.
—¡Pero qué carajos pasa!
La radio no funciona y la electricidad de la nave se corta de súbito. Está a nada de romper el récord de Stand de Lind, cuando ocurre aquello, y ahora todo ese maravilloso plan ha quedado truncado.
Las ventanillas de la nave patrullera es un cuadrado oscuro contra la noche de formas indistintas. Sus rasgados ojos dejan lentamente la niebla difusa de la distracción y enfocan el mundo, frente al espejo, al fin se materializa su cara en débiles fragmentos apenas visibles en la penumbra del interior de la nave.
—Mira —se dice a sí mismo—, todavía tienes una cara.
Aún frustrado por el accidente inclina la cabeza y observa sonriente la luz pálida que se desliza por el borde nítido de la mejilla.
Y entonces puede verlo.
A un principio cree que se trata de reflejos del agua, pero esa noche las lunas están ocultas.
Armado con el visor de costumbre, sale a la superficie de la nave, entonces los mira de cerca, un centenar de cuerpos que desde su posición parecen humanos, se mecen de acá para allá, al son del vaivén de las grandes olas.
Manois, no conforme con esa visión, decide acercarse mucho más hasta que, debido a una gran ola cae al agua.
Mar adentro, entre el susto y el papelón, un par de ojos se le acercan como si pidieran auxilio, y se van acercando.
Manois sujeta a la persona y sube exhausto a la nave.