Capítulo uno

2803 Words
—Me voy a morir —el murmuro de mi amiga hizo que saliera de todas mis cabilaciones, las cuales presentaban distintos escenarios para nada gratificantes. En frente, Erick recorría cada rincón de la habitación urgando todos los cajones en busca de algo que pudiera convertirse en un torniquete creado por él. Yo no confiaba en un torniquete hecho por él, y las razones eran infinitas, pero la más importante era que dudaba demasiado que supiera armar un torniquete casero, pues clases de primeros auxilios había recibido, y un montón, el tema era que en cada una de ellas terminaba por dormirse. —Nadia va a morirse cari. Manten la calma que si en dos minutos no encuentro algo para mi torniquete, llamaremos un taxi e iremos al hospital. —Nadie va a ir al hospital Erick —Betta lloraba mientras miraba su dedo completamente doblado para un costado. Lejos de querer empeorar la situación, me mantenía en silencio sin saber qué podría salir de mi boca si decidía hablar. Me esforzaba por volver en el tiempo para saber cómo exactamente había pasado, pero era como si en realidad no hubiera estado del todo presente, pues sólo aparecían en mi cabeza escenas inconclusas y desconectadas de lo que había sido de mi y de mis amigos, lo cual era algo que no ayudaba a mi memoria inservible—. Mis papás van a matarme si se enteran —sus palabras calaron hasta lo más profundo de mi mente haciendo que un sentimiento de culpa se instale en mi; la idea, en efecto, había sido mía, claro estaba que no tenía previsto que pasara eso, pero en mi mente recorría el pensamiento que nada de eso hubiera ocurrido si no hubiera sido por mi idea estúpida de indagar en lugares desconocidos, y con eso, arrastrar a mis amigos. —Nos vamos al hospital —miré a Erick, quien sostenía su célular ansioso de una respuesta por el otro lado. Betta gimió de dolor, diciendo que no se iba a mover de su sitio para ir al hospital, mientras que Erick insistía con su celular reiterando la dirección y la información, demasiado detallada, de nuestra emergencia. —Bien, supongo que va a llegar cuanto antes, mientras tanto, tú tranquila cari —se posicionó en frente de Betta con sus dos palmas suspendidas demostrando tranquilidad, algo que carecíamos todos aquella noche. La situación era un tanto complicada, teniendo en cuenta que ninguno estaba en condiciones de hablar con el médico de turno, teníamos, también, que intentar que ninguno de nuestros padres se enteren de lo que había sucedido, y para eso necesitabamos una excusa perfecta de la razón por la que Betta había terminado con su dedo quebrado, excusa que todavía ninguno pensaba. —Vamos a estar bien —susurré contra el oído de mi amiga, y en realidad, sabía que eran palabras para autoconvencerme de que ibamos a estar bien. Ninguno de los tres había pasado por una situación tan alarmante y con tanto cargo de responsabilidad, pero a nuestro favor estaba el hecho de que eramos tan mayores como para saber manejarnos dentro de un hospital, gracias a una quebradura, por estar fumados. Durante la espera me preocupé por mirar el techo que se tendía sobre mí, el cual había pasado de ser tedioso a interesante. A lo lejos lograba oír las voces de mis amigos, sin entender exactamente lo que estaban hablando, pero sin preocuparme por ello, pues estaba en un estado de tanta relajación que no quería que mi interés sea otro que mi bienestar dentro de aquella situación. Miles de pensamientos se entrecruzaban en mi cabeza sin poder distinguir ninguno de ellos, era como una lluvia de recuerdos lo suficientemente inconclusos como para lograr centrarme en cada uno. Me sentía ajena a la realidad en la que estaba viviendo, sin entender nada a mi al rededor, algo que me asustaba aún dentro de aquél trance. De repente, el tacto de algo haciendo conexión con mi estómago hizo que mi estabilidad fuera en decadencia. Mi cabeza se apoyó en el duro suelo en el que antes estaba sentada, haciendo que el rostro de mi amigo aparezca con mayor claridad frente a mis ojos, los cuales se sentían tan pesados que mis ganas de dormir aumentaban a cada ligero parpadeo. Las manos de Erick aparecieron bajo mi visión en dirección a mi nariz, fue en ese momento que un fuerte aroma inundó mis fosas nasales haciendo que mi vista se esclarezca aún más, al igual que mis sentidos. —Maldición Lia —la voz de Erick llegó a mis oídos cual armonía. Mi tranquilidad iba apareciendo poco a poco mientras veía a mis amigos conversar sobre mi situación con su ceño fruncido—. Me van a hacer dar un infarto, reinas —soltó una risa nerviosa mientras me ayudaba a reincorporarme. Un bocinazo se hizo escuchar sobre todo el bullicio que desataba la avenida a las dos de la mañana. Vi como Erick agarraba nuestros abrigos con una mano e intentaba levantar a Betta con la otra, tomando las fuerzas que no sabía de dónde habían salido, me levanté del suelo y lo ayudé encaminandonos al taxi. Una vez dentro, cada uno se puso su abrigo, y luego de dictarle la dirección, el auto arrancó hacia el hospital lo más rápido que su motor le permitió. Durante el camino me dispuse a mirar por el espejo retrovisor los ojos que nos observaban con tanta curiosidad a cada uno de nosotros, dejando en segundo plano las calles tansitadas en las que se debía concentrar. No lo culpaba, pues no podíamos pasar inadvertidos cuando a mi lado Betta estaba con su dedo completamente doblado, mucho menos cuando el taxista había mencionado que su teléfono sonó varios tonos y alguien del otro lado le había dictado la dirección un sinfín de veces, lo que hizo preocuparme aún más del estado en el que estaba cada uno de nosotros. ¿Ibamos a poder hablar con los médicos? No lo sabía, y me hubiera encantado saberlo. Cuando llegamos al hospital, me preparé mentalmente para lo que se avecinaba dentro, y temo decir que en realidad no terminé de hacerlo ya que Erick nos guió con urgencia fuera del taxi para decirnos palabras que, en su mente tal vez, habían sonado tranquilizadoras, pero eran todo lo opuesto. —Si ninguna comete algo inoportuno, nadie se dará cuenta que estamos drogados —hubiera deseado que aquello fuera tan cierto como Erick prometía en su tono de voz, pero la verdad era que la delgada franja entre sus párpados que permitía admirar ligeramente el verde de sus ojos, no aparentaba lo que él decía, igualmente asentí, pues presentía que Betta podía llegar a desmayarse después de la larga espera a la solución de su dedo. Entramos al hospital —luego de haber suspirado profundo varias veces a pedido de Erick— donde la recepcionista estaba muy concentrada en lo que escribía como para notar nuestra presencia. —Disculpen, no los había visto —su sonrisa fue incómoda luego de mi carraspeo. Le sonreí. —Tenemos una emergencia —hacer puntas con mis pies ayudó a que el prominente escritorio estuviera a la altura de mis hombros para una cómoda platica—. Mi amiga quebró su dedo —en el momento de decir aquello, su mirada se concentró detrás de mí. —¿No te duele? —Betta miraba a la señora expectante de todas las palabras que mencionaba e iba a mencionar, pero cuando preguntó aquello fue como si se hubiera acordado que tenía su dedo quebrado, por lo que sus lágrimas comenzaron a caer a borbotones de sus ojos cuando dio a conocer el alarmante dedo. La recepcionaste corrió en dirección a las camillas de guardia que estaban en el costado izquierdo, llamando a mi amiga mientras. Erick y yo nos quedamos mirando en dirección a la huída de ellas. A menos que la droguen aún más, no iba necesitar de nuestra presencia, por lo que con mi amigo nos dirigímos a unas butacas apartadas a un costado de la puerta de entrada, las cuales estaban en ausencia de luz. Erick se sentó a mi lado soltando un largo suspiro que denotaba cansancio; se durmió a los pocos minutos, al contrario de mí, que el hambre hacía que mi panza crujiera dentro de aquella sala de espera. Lo malo de eso es que no había traído dinero para comprar en las máquinas, las cuales resultaban dificiles que estuvieran llenas, pero sin perder la esperanza de aquello, saqué con cuidado la billetera de mi amigo y comencé a caminar por los pasillos; no había algo tan confuso como guiarse ahí dentro, todos los pasillos eran algo similares en cuanto a pintura y puertas, lo único que hacía que se diferenciaran eran los pequeños carteles colgando que asignaban de quién es tal oficina o qué numero es tal habitación. Cuando llegué a la gran maquina me deprimí al ver una botella de agua como única opción, pero sin ánimos de quedarme con la boca seca, la elegí. En el momento que decidí dar el primer sorbo, un grito desgarrador se escuchó dentro de una habitación, y como mi curiosidad fue más fuerte que mi educación hacia la persona que gritó, esperé a que todos los enfermeros pasaran corriendo con maquinas camino a la habitación, para aparecer con cautela frente a la puerta y poder divisar una señora a punto de morir, o al menos eso hacían parecer. La situación me asustó, más que nada por los gemidos de dolor de la señora que agonizaba sobre aquella cama, pero más allá asustarme, mi impresión fue más grande que cualquier tipo de sentimiento posterior. Unos ojos verdes me observaban con sorpresa a pocos metros de mí. Dentro de la habitación. —No entiendo —fue la primer palabra que mi boca escupió. Y de verdad no entendía aquella situación, pero la forma en la que quería dirigirme a él no era exactamente esa. —Hija, todo tiene una explicación pero primero te necesito tranquila —sus manos hicieron contacto con mis hombros en un intento de tranquilizarme, pero la impotencia que recorría por cada rincón de mi cuerpo estaba a punto de estallar en aquél pasillo de hospital. A pocos metros de una persona agonizante. Eso no traía nada bueno. —¿Cómo mierda pretendes que esté tranquila cuando te encuentro con una señora a punto de morir en el hospital? —sus ojos parecían buscar un ápice de piedad y empatía en mí, pero había de todo menos eso— ¿mamá sabe de esto? —Mamá no sabe nada... —¡Entonces la estás engañando! ¿Es eso? Tú nunca le ocultas nada a mamá —mis conclusiones precipitadas e irazonables en aquél momento parecían todo lo contrario. Mi impotencia había estallado. —Giulia, si no te callas no voy a poder... —¿¡Explicarme!? ¿qué mierda quieres explicarme? Esto no tiene explicación alguna —mi voz había subido diez tonos para ese momento, por lo que algunas enfermeros dentro de la habitación ya eran conscientes del show. Su ceño se frunció al haber elevado mi voz, y luego sus brazos se cruzaron sobre su pecho. Eso era algo que tampoco traía nada bueno; dentro de mi cabeza el porcentaje de que su mente procesó toda la información de que mi presencia dentro del hospital a las dos de la mañana no era algo común y sí necesario de un por qué, era de un cien porciento, lo que me dejaba en una situación inexplicable, puesto que la verdad no iba a salir de mi boca, mucho menos cuando él me debía una explicación, que no estaba dispuesta a dejar que me de, ya que aquello no era algo que tenía explicación. —¿Que haces tú a las dos de la mañana en un hospital, Giulia? —¿Ahora buscas desviar la conversación? ¿Sabes qué? Era algo de esperarse de un tipo como tú, que no le importa una mierda su familia ni su hogar. —Te pido que no hagas esta escena aquí. Vete a casa que después vamos a hablar —su voz fue dura, demostrando que su enojo ya había hecho presencia. —¡Claro que me voy a ir a casa, pero a buscar a mamá para llevarla lejos de ti! —Señores, necesitamos que se retiren de aquí —una chica enfundada en un traje celeste se acercó a nosotros. Su rostro estaba bañado en sudor y su gesto no mostraba nada bueno. Y fue en ese momento, que me calmé, sintiendo así un pitido continuo y viendo a los médicos, que minutos antes habían entrado desesperados, salir con cansancio de la habitación. —¿Murió? —mi corazón se ablandó tanto que la angustia hizo presencia en mí. No merecía morir, más allá que haya sido una destruye familia, o no, no merecía irse. —Si... —la chica me miró amargada por unos segundos, sus ojeras eran tan notables que podía ver lo cansada y frustrada que estaba, pero el alma le volvió al cuerpo cuando luego de estar erguida se enderezó y echó a correr en cuanto la máquina comenzó a emitir su sonido normal, haciendo que todos los enfermeros volvieran a la habitación completamente sorprendidos. —Los gatos tienen siete vidas... —murmuré al ver como trabajaban a su al rededor reconectando cables y tomando su pulso. —Es completamente maleducado que digas eso Giulia —la voz de mi padre revivió dentro de mí el enojo de saber que estaba engañando a mamá con una señora que había muerto y revivido hacia 10 segundos. —Tú eres un maleducado por estar haciendo todo esto. —¡Ni siquiera me dejas explicarte qué es lo que pasa! ¿Cómo quieres entender algo cuando ni siquiera me dejas hablar? —su voz se elevó mientras me hablaba enojado pero a la vez cansado de aquella situación. —No tienes nada que hablar ni explicar, no tiene explicación esto, ¡entiendelo! —un carraspeo hizo que mi vista dejara de enfocarse en la mirada cansada de papá. A nuestro lado, un chico con una bata blanca miraba a papá esperando a que éste le diera su completa atención. —Ella está bien, fue solo un malestar estómacal y un subidón de presión porque no había ingerido ningún alimento en horas —en el momento que habló, ninguno de sus gestos se hizo visible culpa del barbijo tapando la mitad de su cara, aún así, papá asintió con su ceño fruncido—. Les pido que se retiren, la señorita va a salir en unos minutos, así que pueden hacer su show afuera, aquí hay pacientes enfermos y que no tienen la culpa de escuchar sus gritos y sus problemas. —Si, te pido discul... —¿Qué harías si tu papá engaña a tu mamá? ¿No te llevaría la impotencia a explotar frente a él sin importar el lugar? —mi pregunta fue exclusivamente dirigida al médico que había dirigido todas aquellas palabras para mí. —Discutiría en la calle, porque tengo algo de lo que careces. —¿Ah sí? —Sí. Empatía, y si no empiezas por probarla ahora yendote a otro lado, lo harás siendo obligada por el seguridad que estará feliz porque su trabajo tenga un mínimo de acción en sacar a una chiquilina malcriada fuera. —¿Por qué no vas y haces tu trabajo en vez de...? —Giulia, vamos —papá habló tirando de mi brazo dejando que las palabras que estaban a punto de salir se reservaran dentro de mi boca, y en parte agradecí tener que comerme mi insulto, porque el seguridad del hospital estaba justo detrás de él, y a juzgar por su porte, de un solo empujón y con un brazo me sacaba fuera de ahí. En cuanto llegamos a las puertas del gran hospital, la seguridad de que mi amigo seguía durmiendo y no vagando perdido dentro del hospital se instaló en mí, pero la remplazó el enojo, nuevamente. —Te vas ahora mismo a casa —su orden fue directa y dura, muy dura. —Me iré cuando yo quiera. ¿Qué te piensas tú? —Me pienso de todo porque soy tu papá. —Pues entonces comportate como tal. —Benito, estoy lista —una mujer apareció detrás de papá acomodando objetos dentro de su bolso, y fue ahí donde mis ganas de enterrarme diez metros bajo tierra aparecieron; la situación era clara, y mi enojo además de inoportuno, ahora irrazonable. Alcee, amiga de mamá y secretaria de papá, se acercó a saludarme dejandome más estupefacta que antes. Definitivamente estaba castigada. Hasta la mierda.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD