El día en el que recibimos una carta de invitación a la fiesta de cumpleaños de Giulio Camellieri mis incógnitas se activaron aquella mañana.
¿Por qué el alcalde nos invitaría a su fiesta de té?
Desde mis sabiendas respecto a la historia de mi familia, no había ningún lazo sanguíneo asociado con los Camellieri, por lo tanto, y muy a mi pesar debo decir, no se trataba de algún árbol genealógico a unir entre dos familias, y eso incentivaba a todos mis interrogantes a investigar más sobre el tema, por lo que eso se resumía a preguntarle a mamá qué hacía una invitación del alcalde en nuestra puerta.
—¿Qué es esto? —mamá concentró su mirada en mí, luego sus ojos se voltearon al papel que sostenía entre mis dedos.
—¡Oh, al fin llegó! —su exclamación vino acompañada de una arrojada de cucharón sobre la mesada de la cocina. En dos pasos llegó a mí para arrebatarme la carta de las manos y abrirla por sí misma. Leyó con la mayor rapidez que su memoria le permitió para soltar un grito de alegría luego.
—¿Qué es? —mi curiosidad aún no desaparecía.
—Es algo que va a darte de comer niña, así que sin rechistar ve a vestirte que a la tarde tendremos una fiesta del té —caminó apresurada hacia el teléfono para marcar el número de papá y comentarle la noticia de último momento.
En mis dieciocho años jamás me había interesado lo relacionado con la política, tanto de nuestro país como de mi ciudad, por lo tanto, mi conocimiento era casi nulo en relación al alcalde y su familia, por supuesto sabía de su existencia, pero no muy a fondo como para reconocerlo algún día si me lo cruzaba por la calle, lo que era algo deprimente teniendo en cuenta que podría pedirle una foto para restregarsela en la cara a papá, quien durante años estuvo interesado en él, lo que se resume a que sus sueños de construir departamentos en Verona tenían que ver con el alcalde y su opinión al respecto.
Lo siguiente a eso fue más que monótono; mis padres ya me habían informado que las posibilidades de no ir para quedarme sola en casa eran nulas, por lo tanto tenía como obligación, y única opción, asistir a aquella fiesta. Luego de una intensa charla, en donde me recordaban cuál era mi lugar y lo que tenía que controlar desde allí en relación a ellos, mis ganas de quejarme pasaron a ser inexistentes, teniendo en cuenta que desde lo que había pasado en el hospital y la forma en la que se había desenvuelto la noche luego de la huída de mi padre, había sido todo menos agradable; Be había salido estable luego de su accidente, pero con la inestabilidad emocional suficiente para llorar echándonos la culpa a Erick y a mí, por lo que justificamos su estallido de emoción con el cansancio luego de todo lo sucedido, y la llevamos a casa en taxi, el cual pagamos entre los dos obviando cualquier problema, incluso de dinero, a Betta. En realidad la culpa carcomía mi interior, sabía con certeza que la idea había sido mía, y que mi incentivación, y la forma en la que los convencí para que me siguieran, pudiendo evitarlas, habríamos prevenido todo aquél mal rato.
En el momento de subirnos al auto mis dudas desaparecieron en cuanto a la situación; la historia de mi familia materna provenía de un pasado prosista, y mamá había seguido con el legado, dándosele la posibilidad de escribir sobre la vida del alcalde, desde sus principios hasta la forma en la que consiguió el puesto en el que se encontraba en ese entonces. Había luchado demasiado por tener aquél honor, algo que la dejaba bien parada ante los editores de Italia, pues no era sorpresa saber que luego de publicar el libro terminado Giulio se encargaría de promocionar su propia vida, algo que le proporcionaba ganancias a mamá, tanto económicas como distintivas. Entendía su emoción, y en el fondo, sobre las hojas de un cuaderno bien guardado bajo mi cama, las pruebas de que algún día quería ser reconocida por mis escritos, me delataban, pero no quería conformarme a quedarme en Verona, quería tener la posibilidad de publicar y traducir mi libro en todos los idiomas posibles, y sacar provecho de aquél reconocimiento viajando, fue por eso que el hecho de estudiar hoteleria lo tomaba como un recurso para cumplir mi sueño.
El auto se detuvo frente a una casa blanca adornada con distintos árboles y flores a su alrededor. La gente entraba vestida en sus mejores prendas, recibiendolas un hombre vestido de un traje blanco entregando un souvenir de entrada.
Detallista.
—Apenas entramos me acompañas al baño —el susurro de mamá antes de llegar al hombre hizo rodar mis ojos. No era de asombrarse que pidiera aquello; siempre lo hacía. Su inquietud por verse lo suficientemente presentable ante sus ojos era devastador para mí, puesto que sin pensarlo requería de mi compañía aunque no le sirviera en lo absoluto escoltarla. Lo destacable de su intranquilidad era el hecho de que no pretendía verse bien ante los ojos del resto, sino que su exigencia propia era tan grande que requería presenciar el lavabo cada hora, por lo menos.
Una vez dentro, aproveché también a mirarme frente al espejo. Mi pelo rubio se extendía tieso en una coleta de caballo, dejando mis raíces castañas a la vista, lo que era algo despreocupante para mí. El vestido floreado no tenía una terminación a la vista en el espejo, puesto que mis tobillos rozaban con su extremo. En aquél momento agradecía a la feria realizada cerca de mi casa a la que asistí con Betta por darme la posibilidad de quedarme el vestido que llevaba puesto aquella tarde, el cual se oprimía en cuanto a cintura, ya que el busto que llevaba se fruncía, lo demás bajo mi cintura rozaba mi piel en delicados volados. Luego de que mamá terminara de arreglarse, salimos a mezclarnos entre toda la gente deambulando en el jardín trasero, el cual vislumbraba un aspecto renacentista, algo que era de mi gusto; las mesas blancas traían sobre sí varios bocadillos, y a un costado, una pava eléctrica no paraba de funcionar hirviendo agua para las bolsitas de té a un lado. Los mozos pasaban entre las mesas individuales con bandejas con más bocadillos mientras la gente, desde su asiento, les recibía el aperitivo con elegancia.
—Mesa cuatro —una vez sentados en la mesa cuatro gracias al anuncio de papá, me alegré al ver una sombrilla tendida sobre la mesa blanca y no encontrar a nadie sentado en aquella—. Al parecer dará unas palabras antes de empezar a saludar, ¿crees que te mencione?
—No lo sé amor, pero me serviría —mamá sorbió de su taza mientras buscaba con su mirada la presencia de Giulio.
El hecho de sentirme sapo de otro pozo en aquella situación no me sorprendía, podía amoldarme bien a cualquier tipo de ambiente, pero ese día, gracias a mis inexistentes ganas de estar ahí, hacía que aquello se volviera más complejo.
El momento que mamá esperaba llegó, el alcalde hizo presencia con su labia sobre un escenario improvisado con alfombra roja, y luego de eso, con su esposa y lo que supuse eran su escolta, comenzaron a recibir a cada persona sentada sobre las mesas, teniendo unos minutos de conversación.
—Hija —el codazo de mamá en las costillas anunciando la llegada del alcalde hizo que me levantara por inercia. La sonrisa que nos regaló causó mi padecimiento por sus mejillas adoloridas a causa de tanta simpatía.
—Giovanna La Giudice —el beso que plantó en el lado superior de la palma de la mano de mi madre pareció incomodar a papá, aún así sonrió—, fue tanta la espera de conocerla. Hace años tuve la suerte de congeniar con Carlo, ¿cómo está él?
—Demasiado bien, por suerte, en pocas semanas iré a Roma a visitarlo.
—Me alegra mucho entonces —dio un paso hacia el costado para presentar a sus acompañantes—. Ella es mi esposa Martha, la norteamericana más preciosa que pisó las tierras de Italia —la mujer se sonrojó debido al halago de su esposo, y nos saludó con una sonrisa—. Él es mi hijo, Angelo, el mejor cirujano general de Verona —el chico, quien supuse era su escolta, se abrió paso entre los cuerpos de su familia y, altanero, plantó un beso en nuestras mejillas.
—Me halagas, pero aún no completo mi especialidad —su voz hizo presencia siguiendo la de Giulio, y con eso, sus ojos se achinaron en una sonrisa.
—Mi padre era cirujano general, ¿en qué universidad estudiaste? —El pasado de mi abuelo perseguía a cada hijo, sobrino y hermano, puesto que había sido el único en lograr recibirse y ejercer con honores. Era algo que alardear si eras Cleveland, pero en lo personal, también me gustaba alardear sobre papá, un distinguido empresario que sin tener un título había logrado llegar muy lejos.
—Universidad Sapienza, Roma —orgulloso mencionó, y en vez de preocuparme por la charla mantenida entre mi padre y él, procuré observar con detalle cada ángulo que lo componía. Su estilo llamaba aún más mi atención, puesto que unos pantalones cuadrillé negros no eran común en un hombre, mucho menos imaginable una camisa blanca suelta y unos mocasines con medias blancas a la vista. Tenía demasiado estilo para ser verdad, y muy complejo de encontrarte algo así por la calle.
—Estudiaré hotelería, tengo como sueño salir de este país y conocer el mundo —la pregunta de papá me sacó de mi pequeño trance con el hijo del alcalde, obteniendo una risa como respuesta de su parte—. ¿Qué te causa gracia? —mi mirada se mantuvo fija cuando él la conectó con la suya, dejándome a la vista el marrón tiñendo su iris. Mamá tocó mi mano en señal de que lo que estaba haciendo ya tenía que parar.
—Italia es un país hermoso para recorrer y descubrir lugares que te aseguro ni siquiera conoces, te faltarán años para hacerlo.
—Italia es preciosísima, y mi tierra natal, pero no quisiera encerrarme en aquél pensamiento privandome de la oportunidad de conocer lo que hay más allá de eso, no soy tan obstinada, tal vez... —aquella contestación llevó diez dagas en su dirección, y los allí presentes eran conscientes de eso, puesto que en el momento que él iba a responder, su padre carraspeó su garganta dirigiendo el tema al libro por realizar. Yo, en cambio, me aseguré de que Angelo estuviera lo suficientemente indignado por quedarse con la palabra en la boca, teniendo que abstenerse de una contestación igual, o más filosa que la mía.
Luego de que la charla aburrida cesara, y la invitación de Giulio a su despacho apareciera, papá y mamá lo siguieron dejándome sola en la mesa, situación que aproveché para encaminarme a las mesas llenas de aperitivos.
—Vos sos la que quiere viajar por el mundo —a mi lado, un chico rubio me miraba simpático con una dona entre sus dedos—. Capaz no me viste, pero estaba atrás de Angelo prestando atención.
—Si vas a reirte ni te gastes, date la vuelta y vete.
—No voy a reírme. Desde tu edad soñaba con eso, hasta que lo cumplí —aquella oración hizo que toda mi atención recayera en él y en su aspecto despreocupado. Él sí llevaba un traje, demasiado casual gracias a su camisa tres botones desprendida y sus zapatillas blancas acompañando el saco y el pantalón n***o—. Soy Argentino. Me llamo Maximiliano —tendió su mano hasta llegar a mi cintura y plantar un beso en mi mejilla, yo aún me encontraba sorprendida por no haberlo notado antes puesto que mi curiosidad llegaba a su límite cuando me rodeaba de personas.
—No me había dado cuenta de ti.
—Ya sé —rió.
—¿Cómo viniste a Italia?
—La visa working holiday me ayudó un montón porque no tengo pasaporte europeo...
—¿Qué es eso?
—Es una visa que te permite trabajar durante un año en el país que escojas, yo tuve la suerte de encontrarme a Angelo que además de ser mi amigo me dio trabajo y contrato, así que estoy aquí desde hace tres años. Todavía de paso.
En mi vida había escuchado sobre aquella visa, lo cual me dio a entender lo desinformada que estaba al respecto de lo que quería hacer.
—No sabía de la visa —le informé—. Mi idea es estudiar hotelería como recurso para salir del país, pero ahora que me dices sobre la visa, me siento desinformada pero a la vez salvada. De verdad gracias, Max.
—De nada, cualquier cosa podes preguntarme a mí que no tengo problema en sacar tus dudas —luego de guiñarme un ojo quiso desaparecer, pero la presencia del cuerpo de su amigo a su lado impidió cualquier huida.
—Voy a sacar un bocadillo —avisó a Max escogiendo algo de la mesa. Lo miré con una sonrisa en mi rostro aún recordando lo sucedido hace un momento.
Mi personalidad un poco arrogante y altanera me permitía disfrutar cada fracaso en cuanto a contestaciones se trataba, me costaba admitirlo en voz alta, pero me hacía sentir ganadora de una discusión, lo que me generaba tranquilidad y autoagradecimiento, por ser tan persuasiva en cuanto a respuestas filosas.
—Los canapés te sientan bien, optaría por esos siendo tú. Tan comunes y herméticos —la carcajada de Max abundó nuestros espacios personales, teniendo como respuesta la mirada para nada agradable de su amigo.
—A ti te sentaría bien una ensalada Italiana, para que no te olvides dónde estás parada y lo que eres gracias a ella.
—Hermético. No me esperaba menos —y en verdad no lo hacía, sabía que su respuesta iba a ser esa o alguna peor que dejara en evidencia su mente cerrada. Había muchas personas igual a él, que si bien no querían ser partícipes de un viaje fuera de su país, mínimo sabían escuchar y debatir el por qué de su pensamiento. Él, en cambio, estaba tan cerrado en su pensamiento que, por lo visto en los pocos minutos de convivencia a su lado, quería imponerlo, algo triste y ambiguo, pues no era nadie para tomarse el privilegio de hacer tal cosa.
—No voy a perder mi tiempo discutiendo algo absurdo con una chiquilina.
—Dejas en evidencia que eres un cuarenton, y encima reprimido —mordí el canapés que le ofrecí atrozmente hace unos minutos.
—Hermano, levantá la bandera blanca —Max murmuró destrás de él, riendo.
—Bien observaste hace unos momentos que no soy ningún cuarentón. Una lástima que siendo alguien tan preciosa te rebajes al nivel de discutir conmigo... ¿pero sabes qué? No es algo impropio de ti, debo decir —su comentario aterrizó todas las cuchillas posibles en mi pecho, haciendo también que, en mi mente, mi ropa desaparezca dejandome al desnudo y en ridículo. Era curiosa y para nada disimulada a la hora de mirar, pero el hecho de que él se de cuenta que me había tomado un minuto entero de mi tiempo para mirar con detención cada rincón, incluso hasta el más escondido, de su cuerpo, hacía que cada comentario anterior perdiera el filo que bien merecido tenía. Me sentía patética en verdad, y sin ocurrencias de una contestación mejor puesto que un par de ojos me miraban sorprendidos y el otro victorioso.
¿Cómo hacía para desaparecer?
—No me esperaba menos — Bajo la presión de la mirada de Max y el sentirme patética, contesté en un tono demasiado nervioso después de agarrar una copa de soda que estaba sobre la mesa. Nunca supe de quién era esa copa, sólo divisé el labial un poco borroso.
—Que ridículo. —Comencé a mover la copa en círculos mientras reía, sin darme cuenta que el líquido en cada vuelta se acercaba más a la boca de ésta, así que fue cuestión de segundos que la soda se desparrame fuera; claro está que hubiera preferido que el líquido llegue al suelo, pero eso nunca pasó porque alcanzó una camisa blanca, y en aquél momento me aterroricé, sobre todo por el hecho de que su padre le estaba dando trabajo a mi madre, y aunque no tenía consciencia de su personalidad, no descartaba la posibilidad de que de un solo chasquido podía ocasionar el adiós al contrato de mamá con Giulio. Rogaba que su mente de cuarentón fuera competente como para entender que el problema era de nosotros dos, y que tres ya eran multitud.
—Lo siento —susurré mirando la mancha transparente de su camisa, y agradecí que la copa en su interior no tuviera vino, porque eso sí iba a ser un gran problema.
—No te preocupes. Supongo que puedes limpiarla —una sonrisa hizo presencia en sus labios.
—Eso se seca solo, no hace falta limpiarla —informé, y antes de que pudiera decir una palabra, mamá hizo presencia tocando mi antebrazo, y luego de regalarles una sonrisa de amabilidad, me miró dándome a entender porqué había ido conmigo en ese momento.
Las escaleras que llevaban a la segunda planta me dieron a conocer la luminosidad que las paredes le brindaban, dándole un aspecto espacioso y cómodo. Las puertas no eran tantas, algo que sí logró sorprenderme puesto que me esperaba algo más llamativo, resumiendolo a que esperaba habitaciones inservibles por toda la casa, pero en el segundo piso se divisaban solo cuatro. Mamá frenó en la segunda puerta a la derecha, abriendola y pasando ella primera,
—Cierra —me ordenó cuando pasó—. Estoy muy nerviosa y espero que no se me note, todo va viento en popa y es lo mejor para nosotros. Él es muy amable —comentaba mientras arreglaba su cabello a toquecitos, puesto que no había nada por modificar—. Papá está igual de impresionado que yo con él.
—¿Y qué dice sobre el libro? —pregunté detrás de ella.
—Le fascinó todo. La forma en la que va a ser llevado, la edición, los temas, todo Lia —susurró más para ella que para mí, mirándome.
—Me alegro mucho entonces —confesé—. Ahora vuelve donde estabas. No te sientas nerviosa, todo está saliendo perfecto —ella asintió y luego de plantar un beso en mi mejilla, salió por la puerta. Me quedé mirándome un rato frente al espejo. Sentía un manojo de nervios y no sabía por qué, pero sospechaba que era por Angelo. Su personalidad tan altanera y sus ganas de ponerse a discutir conmigo como si fuéramos dos adolescentes me ponía los pelos en punta, pues no iba a callarme y eso podría traer consecuencias que afectaban a mamá, aunque de eso no estaba muy segura porque acababa de conocerlo, pero no hay que descartar opciones.
En cuanto quise salir, la puerta fue abierta de par en par, cosa que me hizo retroceder unos cuantos pasos, y en frente, unos ojos cafés me miraban divertidos en cuanto cayeron en la cuenta de dónde y con quién estaba. Angelo Camellieri estaba recargado sobre la puerta del baño, y a pesar de eso, no demostraba intranquilidad.
—El destino quiso que nos encontráramos aquí para que arregles mi camisa —bromeó. Reí sin gracia y caminé en dirección a la puerta, en cuanto quise alcanzar el pomo, su voz me interrumpió—. Las probabilidades de que salgas, después de que varias personas me vieron entrar, para mí son nulas, ¿y para ti?
Aquella pregunta tenía más sentido del que quería. Estaba más que dispuesta a cuidar mi reputación por las críticas públicas que pudieran armarse a causa del trabajo que aguardaba por mamá y Giulio. No era una situación del todo agradable verte envuelta en un lío mediático, donde indudablemente salían versiones de personas con las que jamás en tu vida tuviste contacto alguno, pero las opciones eran demasiado limitantes, o te acostumbrabas o desaparecías, y siendo alguien reconocido en el medio, desaparecer no era una opción viable cuando eras Giovanna La Giudice y amabas lo que hacías.
Noté cómo Angelo aún mantenía su mirada sobre mí.
—También —respondí. Un minuto después él seguía frente a mí, apoyado en la puerta, situación que me hizo preguntarme por qué había entrado si no iba a orinar—. ¿Por qué entraste?
—Venía a orinar, pero no voy a hacerlo contigo aquí —rió.
—Conviene que tú salgas primero, y yo varios minutos después —comenté.
—Sí. Conviene —se dio media vuelta y abrió la puerta de modo que se viera una franja diminuta de lo que pasaba fuera del baño.El bullicio de la gente hizo presencia entre nosotros cuando él abrió la puerta, y unos pocos segundos después, se dio la vuelta sin cerrar la puerta y su mirada se concentró una vez más en mí.
—¿Sabes, Giulia? Teniendo en cuenta lo sucedido hace dos días y lo que pasó hoy, no me quedan dudas que tu obstinación no tiene límites... Que pases linda tarde.
Y sin más, abrió la puerta, y se fue