los poemas hablan cuando la boca calla,
los sentimientos se libran de la habitación reducida en nuestro interior, que los reserva con hervor, cuando las manos redactan,
mis poemas son yo,
una yo que escribe cuando no puede hablar,
que libera cuando no puede manifestarse en el campo de la realidad vivida,
que SÉ libera
Mis manos tocaron el papel que se tendía debajo de mí, acariciando sus esquinas como esperando a que éstas me dictaran cómo seguir. Mis ojos vagaban por toda la habitación esperando un objeto que lograra estimular mi inspiración, pero ni la cosa más diminuta lograba llamar tanto mi atención como para, mínimamente, apoyarme en alguna metáfora en relación. Al final, luego de tanta espera en vano, cerré mi cuaderno con un suspiro cansino y lo escondí debajo de la cama. Mis últimos tres días se habían basado en investigaciones respecto a alguna universidad convincente dentro de la zona; mi idea de irme no llevaba a cabo el hecho de estudiar fuera, por más tentador que fuese. Mamá me había hecho compañía durante la búsqueda con intenciones de reconocer a algún rector amigo de su padre que aceptara hacer alguna excepción conmigo, cual fuese, pero tanto mis aceptaciones a universidades como los resultados de su averiguación habían sido inexistentes, por eso volvimos a casa y decidimos salir los siguientes dos días, dentro de los cuales obtuvimos los mismos resultados. No me quejé y seguí buscando, estudiar en línea no podía ser tan exasperante como se sentía el hecho de tener que hablarle a una computadora, aún así, y por esa razón, dos universidades estaban en mi lista para clasificar como últimas opciones.
Mi teléfono sonó haciendo que salga de todas mis cavilaciones, y el mensaje de Betta comenzó a incentivar mis ganas de salir.
PLAYA. EN 15
Sus mensajes resumidos y a la vez tajantes, lograban alterarme de vez en cuando, teniendo en cuenta que la mayoría de las veces que leía uno de sus textos abreviados no los entendía, pero el pasar de los años hizo que mi razonamiento se acostumbre a aceptar que no iba a cambiar su forma de escribir, y que yo tenía que adaptarme a eso, pero más allá de su despectiva manera de redactar mensajes, su puntualidad era tan franca como su enojo si por casualidad llegaba quince minutos tarde, algo que sobresalía demasiado en su forma de ser y que, a pesar de mis críticas, era algo que en el fondo le agradecía, puesto que su insistencia para la llegada puntual a cualquier lugar era tanta, que nos obligaba a hacer todo rápido y salir a la hora adecuada para estar en el sitio diez minutos antes del tiempo acordado, y su puntualidad aquél día no falló.
—Querida, qué pintas... —los ojos de mi amiga se achinaron con una chispa de picardía. Le sonreí en respuesta y acomodé mi bolso en los asientos traseros— Te has perdido.
—Estos últimos días he estado averiguando sobre universidades. Es estresante.
—Me imagino. Por suerte ya sé a cuál aplicar y me conformo con esa — Aquella vez había optado por aplicar a la carrera de fotografía en una universidad a pocas cuadras del centro de Verona, carrera que aseguraba se aburriría pronto, pues teniendo antecedentes de ceder gracias a lo tedioso que le resultaban los excesivos cursos que hizo durante la secundaria, no me esperaba menos, pero aquello era algo que no lograba preocuparme; conociendo las características de mi amiga, sabía con certeza que a ella no le sentaba bien lo ordinario, y más allá de que su familia se preocupaba por ser corriente, ella prefería ser particular sin importar nada, algo admirable.
—¿Erick?
—Es insistente ese hombre —comenta mirando sus pestañas en el espejo retrovisor gracias a la tardanza de un semáforo—. Mi idea era ir a una playa un poco más lejos, pero se enteró por i********: que Darío estaba aquí y, obviamente, quiso venir. Ya sabes, hetero curioso... —la mención de Betta hizo que la mirara divertida; ella estaba en contra de que Erick experimente con hombres, y no era porque le molestaba que mi amigo quiera descubrir su orientación s****l, sino que mientras experimentaba ilusionaba a cada hombre con el que pasaba el rato. Esta vez estaba interesado en Darío Conti, un chico de la secundaria que reprimía sus gustos en una faceta de homofóbico. La diferencia entre el enojo de Betta por demás desconocidos y éste, era que Darío se había encargado gran parte de su adolescencia por molestar y revelar a chicos gays, Bruno Rascheri, otro compañero de secundaria, le había confesado a nuestro amigo que durante el último año había tenido un encuentro demasiado lascivo con Darío, pero había omitido contar detalles, lo que le quitaba veracidad a su chisme. Erick siempre había tenido una buena relación con Darío, y esto era gracias a que no había intentado curiosear durante la secundaria o no había mostrado indicios gays en donde Darío pudiera tocar la tecla, así que forzar una relación más tenaz entre ellos no se le había dificultado a Erick.
Una vez que llegamos a la playa, el cúmulo de gente nos recibió haciendo que nos dificulte el encuentro con Erick, aún así nos abrimos paso entre tantas personas.
—¿Lo ves?
—No puedo ver nada Betta —le respondí a mi amiga. Ella soltó un suspiro y me agarró la mano.
—A la mierda. Vamos por tragos —una vez en la improvisada barra en medio de la playa, pedimos el trago más simple de la carta y esperamos sentadas ver la presencia de nuestro amigo—. Supongo que no te has escapado de casa para venir —comenta Betta con mirada amena.
—No. Mamá y papá por lo visto se olvidaron del castigo. Es que tampoco era para tanto —ruedo los ojos.
—Si fue para tanto —Betta muestra su dedo enyesado—. No sabes lo difícil que es manejar con esta mierda, y no te digo lo que es vivir con esto. Es estresante.
—Hablo del hecho por el que me castigaron, no por tu dedo Betta —ruedo los ojos bebiendo un sorbo del líquido blanco dentro del vaso.
—Bueno, ya. He pactado juntarme con alguien hace no más de diez minutos y aún no lo veo venir por mí —su mirada insistente y la forma en la que lo buscaba estirando el cuello desde su taburete mostraba el deseo por verlo—. Cada día odio más a los hombres, ¿no te pasa? La impuntualidad me mata, imaginate que me hagan esperar.
—Hay una muchedumbre aquí, tal vez está intentando venir hacia ti. Es difícil meterse entre tantas personas.
—No es difícil cuando el punto de encuentro es la única barra de mierda en medio de la playa —dos minutos después el chico llegó. Los pantalones que llevaba puestos estaban húmedos, no supe si de agua o de alcohol, pero lo descubrí cuando nos guió hacia su grupo de amigos que estaban en sintonía de diez tragos de más. Betta se integró al grupo como si los conociera de toda la vida, yo me senté al lado de un moreno que me ofreció una cerveza.
—Gracias.
—Tienes olor a trago barato, y a cigarro —arrugó su nariz despectivo. Me reí de él. No había fumado, pero lo iba a hacer, así que su menosprecio por el olor a cigarrillo iba a tener que ser reprimido, o bien podría haberse alejado, pero dudaba que se libre de aquél olor habiendo tantas personas fumando en aquella playa.
—Una pena que no te guste —saqué mi cigarrillo y lo prendí bajo su mirada.
—Pues ahora me gusta —sonrió viendo como aspiraba. Rodé los ojos y presté atención a la mirada de mi amiga que me invitaba a unirnos con las personas dentro del agua.
—Acabo de prenderlo —le mostré mi cigarrillo y luego de eso se limitó a seguir hablando con su ligue.
—¿Cómo te llamas? —el moreno me miraba con atención.
—Soy Lia. ¿Tú?
—Lio. ¿Estudias algo?
—Uy, omitir esto. Muy aburrido —exclamé haciendo una mueca de desagrado.
—Okey, entonces puedes tomar a mi par para emborracharnos y coquetearnos, ¿te parece?
—Eso sí es más tentador Lio —me reí. Observé sus facciones agrandandome cada una de ellas. Betta pareció olvidarse de mi invitación al agua, ya que todos los del grupo fueron en dirección al mar, omitiendo mi presencia y la de Lio, cosa que nos agradó puesto que la tranquilidad no era algo que reinaba en presencia de ellos. Sus ojos celestes me miraban con picardía, y yo sabía sus intenciones, las cuales no me molestaban en lo absoluto, al contrario, así que me limitaba a mirar cada parte de su rostro mientras hablaba, no teniendo noción de lo que salía de su boca entre instantes en donde me concentraba por mirar sus gestos, los que se me hacían atractivos. La charla, en donde él fue el protagonista, se basó en debatir tantos puntos de vista que terminamos llegando a un final completamente diferente del principio.
—Eres linda Lia, sabes escuchar y nuestros nombres son distintos por una simple vocal. Me gusta, y creo en el destino.
—El destino es una mierda, pero da por hecho que sí existe y es el culpable de la mayoría de nuestras desgracias —mencioné.
—Eso depende de qué lado lo veas. Me gusta pensar sólo las cosas buenas; si nos preocupamos por darle atención a lo malo se nos pasará el tiempo deprimidos por las cosas que no fueron, en vez de pensar en cómo volver a intentarlo. Y el tiempo es valioso Lia, nunca lo olvides ni lo malgastes.
—El tiempo es valioso... Me gusta eso.
—Me lo mencionó un buen hombre que después de tanto esfuerzo logró lo que desde pequeño quiso.
—¿Y tú, desde pequeño, qué es lo que quieres?
—Pienso que la mente es muy poderosa, y sí, estoy seguro que voy a triunfar. Así que en unos años me verás dentro de juntas y fiestas expandiendo mi negocio.
—Mis negocios. No te atrevas a limitarte luego de todo lo que hablamos Lio —le dije riendo.
El tiempo pasaba y la charla con Lio se volvía más abrasadora que al principio, lo que hacía que nuestra lejanía pasara a ser una cercanía con toques de brazos intencionales y miradas enchinadas cargadas de alcohol. La presencia de los demás no había modificado nuestra charla ni nuestras ganas de estar solos en un lugar libre de personas, así que él decidió tomar la iniciativa de levantarse llamando la atención de los demás, pero ignorando eso. Yo reí imitando, haciendo que todas las personas dentro de mi campo visual, además de verse dobles, se muevan frenéticamente en dos partes; entendí que los tragos ya habían hecho efecto dentro de mí, y que las miradas interrogantes de mi amiga pasaban a un segundo plano para darle lugar a la presencia de Lio, quien me esperaba con una sonrisa tendiendome su mano. Durante el camino, el destino fue un interrogante, puesto que nos preocupamos más por caminar tomados de la mano observando todo a nuestro alrededor que hablar sobre el sitio más solitario al que iríamos. De un momento a otro, la gente se alejó a medida que caminábamos, y con ella todo el bullicio. Pude respirar y sentir la tranquilidad que conllevaba el hecho de habernos alejado de toda la muchedumbre.
—Que calma —Lio exclamó extendiendo sus brazos de par en par. Se dio vuelta para verme mirarlo, así que con la intención de no perder más tiempo, me acerqué a él con una sonrisa. Él sonrió por respuesta posicionando sus manos en mi cintura. Su nariz tocaba la mía de una forma delicada, dejando un diminuto espacio entre nuestros labios, los cuales con descaro se unieron en un ardiente beso segundos después. Me besó ansioso, como queriendo saquear todo lo que mis labios tenían para dar. Le seguí el beso, con excitación, y mis ganas de que aquello pasara a más aumentaban a medida que sus manos hacían contacto con algo más que mi espalda baja. Aquella vez, mis huesos parecían quemar queriendo darle todo lo que él me pedía, así que no decidí aguardar a que él diera el primer paso, pero durante unos lascivos segundos envueltos en los besos más codiciados que me dio a probar, una estruendosa risa se escuchó, lamentablemente, muy cerca de nuestra posición. La burbuja caliente de la que éramos parte se rompió, separando por obligación nuestros labios y haciendo que nuestras miradas se dirijan al problema.
Un grupo de chicas se reían bulliciosas. Varias latas de cerveza las rodeaban, dando a entender que estaban en un estado peor que el de nosotros. Quise acercarme y decirles que su risa había interrumpido algo tan ardiente que me había olvidado que estábamos en un lugar público, pero los pocos sentidos que me acompañaban aquella tarde hicieron que mi razonamiento se activara; no podía pedirles que se rieran más despacio cuando éramos nosotros los que teníamos que buscarnos un lugar más privado, y con esa intención, agarré la mano de Lio para encaminarlo hacia el lugar del que nos escapamos. No sabía si pedirle las llaves del auto a mi amiga era la idea más razonable, sí sabía que era la más descabellada, pero no quería pensar en ese momento, solo quería actuar siguiendo mi exaltación.
Aquella tarde mi amiga no se negó, así como yo tampoco al deseo de tocar al chico que me había dejado con más interrogantes que respuestas. Me desnudó, también a mis sentidos, haciendo que cada gesto y gemido salga desde la garganta, sin reprimirlos. Disfruté hasta la última sintonía de mi voz, aunque segundos antes suplicaba que aquello no acabara, pero todo tenía su fin, incluso el sexo con el chico más intruidamente locuaz. Tal vez había sido el acto s****l más fortuito y lascivo que tuve desde entonces, pero su manera de mirarme mientras me embestía ponían en duda aquellas dos palabras. En el momento que salimos del auto, se preocupó por mi estado físico, algo que agradecí puesto que la sed era tanta que mi boca ya estaba seca. Lo vi desaparecer camino al kiosco más cercano desde nuestra posición, momento que aproveché para mirar con detención mi cara frente a los vidrios.
—Yo te conozco —una chica me miraba desde su lugar con una gran sonrisa en su rostro. Sus ojos chinos me daban a entender que estaba alcoholizada—. ¡Tú eres hija de Giovanna!
—No sé quién eres. Disculpa.
—Sí. Me lo imaginé —su risa boba mientras rodaba sus ojos hizo que perdiera la estabilidad de su cuerpo, balanceándose en su propio lugar y tomando el coche de al lado como apoyo para su torpeza—. Estuve en el cumpleaños de Giulio Camellieri. Te vi y quise acercarme pero no lo hice y en estos momentos no recuerdo por qué. Estoy tan borracha que me cuestan algunas cosas.
—Te recomendaría que llamaras a alguien para que te recoja...
—Oh, sí. Están viniendo en camino por mi. Las imbéciles de mis amigas me dejaron por irse con un grupo de pubertos impenetrables —acomodó su cabello n***o en una cola de caballo demostrando que su estado parecía empeorar más. La transpiración en su cuello era muy visible, al igual que sus gestos, los cuales ya no eran sonrientes, sino que evidenciaban que su malestar se iba introduciendo en ella con unas ligeras ganas de vomitar por detrás—. Mierda...
—Ven —en el momento que sus manos se apoyaron en su estómago y su inclinación me dio a entender que sus náuseas no estaban empatizadas con el lugar en el que nos encontrábamos, la dirigí al césped que adornaba los costados del estacionamiento para que liberara todo. Una vez que no escuché el ruido del líquido colisionar contra el césped, ayudé a que se sentara en el capó. Sus ojos cafés parecían perdidos en un punto imaginario frente a ella.
—La verdad es que hoy no ha sido un buen día y me refugié en las cervezas para olvidar todo. Me arrepiento de eso —mencionó unos segundos después.
—Entiendo. He tenido esos días, son una mierda —me reí tratando de que su ánimo no fuera en picada.
—Siento que quiero contarte todo, pero a la vez ni siquiera sabes mi nombre —cubrió su rostro emitiendo una risa de incredulidad. Aquello hizo que un sentimiento de culpabilidad abundara en mí. Sabía que nada de lo que le pasaba a aquella chica era culpa mía, pero había tenido la confianza suficiente para apoyarse en mí cuando ni siquiera sus amigas estaban, y que yo no le pregunte su nombre hacía que sintiera que toda mi ayuda había sido en vano, al fin y al cabo se sentía mal porque su identidad había sido ignorada.
—Es verdad. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Daniela —luego de eso, una llamada desde el celular de ella hizo presencia en el silencio incómodo que se había formado. La escuché hablar a lo lejos, modulando las palabras con un poco más de claridad, movía sus manos seguidas de gestos con la cara, como explicando algo, hasta que cortó y se acercó a mí con una sonrisa—. Está casi llegando. Gracias por haberte quedado conmigo.
—No tienes que agradecer Daniela, es lo que cualquier otra chica haría.
—En agradecimiento, y a sabiendas que tu madre está interesada en todo lo referido a lo artístico, mi hermano Samuel presentará sus cuadros en arte della casa blu y sería lindo que asistieran, en especial tu madre, Samuel sigue fervientemente los escritos de ella. Somos grandes admiradores —buscó en su bolso para sacar una pequeña tarjeta en donde se leía toda la información referente a la presentación.
—Gracias —murmuré sosteniendo la tarjeta. Ella me sonrió.
—No hay de qué. Me encantaría que fueran. No te olvides.
—Oh, no te preocupes, mamá y yo amamos ir a lugares artísticos —aquello no era un cien por ciento cierto. A mamá si le agradaba el ámbito cultural y artístico, pero tener que ir a una presentación de cuadros sería el último lugar de su lista a asistir, y personalmente, yo nunca había ido a algo así, pero mi presentimiento dejaba mucho que desear en cuanto a divertido.
Daniela me miró señalando con su dedo a los lugares traseros desde su posición.
—¿Quieres acompañarme un poco más allá? —no tuvo que insistir demasiado. Lio se estaba tardando mucho con el refresco y yo no estaba dispuesta a seguir esperando sola.
Una vez que llegamos a la parte delantera del estacionamiento, varios autos pasaron por nosotras sin ser ninguno el buscado por Daniela. Ella se notaba ansiosa pero un poco mejor en relación a su borrachera minutos atrás. La vi buscar un pequeño espejo en su bolso y arreglar con sus dedos las corridas de maquillaje sobre su cara.
—¿Estoy bien? ¿Me notas nerviosa?
—La verdad es que te ves fatal —no quería mentirle después de lo amable que había sido conmigo. Se notaba desde lejos que se iba a encontrar con alguien importante para ella, y mentirle respecto a su aspecto se me sentaba mal, no sólo por el hecho de que se iría creyendo que su maquillaje no se encontraba desparramado por todo su rostro, sino que sus ojos hinchados y su apariencia demostraba su cansancio y amargura.
—¡Qué terrible! —vislumbré desde mi lugar que sus ojos se llenaron de lágrimas que no dejó salir. Decidí no emitir palabra sobre eso y limitarme a darle un poco de aliento en cuanto a su terrible situación.
—Mira, has tenido un día horrible, y no sé la razón, pero si a esa persona le importas tanto como para venir a buscarte hasta aquí, no te sientas en la necesidad de ocultar la apariencia que dejó horas de malestar emocional.
—Ese es el problema, no creo ser tan importante para él cuando... —antes de que ella pudiera terminar, un fuerte bocinazo se hizo oír a la par nuestra, dejando sus palabras en su boca.
Un mustang azul se estacionó casi tocando nuestros cuerpos. Daniela saludó con su mano fingiendo emoción, y en ese momento el vidrio polarizado que cubría la identidad del conductor fue desapareciendo de a poco empezando a delatarlo, y mi sorpresa llegó cuando un par de ojos marrones me miraron con asombro. Angelo Camellieri estaba dentro de aquél auto, haciendo que me sienta pequeña bajo su mirada tan intimidante. No emití ni el más mínimo gesto frente a él. Parecía que el mundo se había suspendido en nuestra burbuja colmada de confusión por parte de los dos, la cual se rompió segundos después que mi mente comenzó a procesar toda la información que tiempo atrás había sido un dilema para mí; claramente sí era ésa Daniela, y era tan transparente el hecho de que ellos estaban en una relación que mi aflicción por ella aumentó en ese instante.
Mis pensamientos se desinflaron como si de un globo se tratase cuando la voz de Daniela hizo presencia.
—Ella es Lia, Angelo —en aquél momento no supe si decir que ya nos conocíamos iba a ser lo apropiado, en efecto no nos conocíamos, sólo habíamos tenido una pésima primera impresión, y eso en verdad era algo de lo que prefería no alardear. Dentro de aquella burbuja en donde lo desagradable formaba parte, el recuerdo de la última frase de la que había hecho mención Angelo colmó como una catarata de agua a mi cabeza. Después de eso, tanto mi cuerpo como mi mente habían quedado pasmados, haciendo que me sienta estúpida por no darme cuenta de nuestro encuentro anterior. En mi defensa, el barbijo fue el gran culpable de mi ignorancia, pero más allá de que mi sorpresa por mi estupidez sobrepasa mis límites, no me impacté al reconocer que era el mismo cirujano con el que había discutido, puesto que su personalidad tan obstinada era difícil de encontrar en otra persona.
—Sí. Hija de Giovanna. Un gusto.
—El gusto es mío —una de sus manos abandonó la zona del auto para estrecharla con la mía, fingiendo una amabilidad inexistente hacia él, accedí a su saludo. Vi como Daniela me saludaba para avivar su subida al auto, pero su imagen pasó a un segundo plano cuando el perfil de Angelo llamó mi atención. No tardé mucho en mirar, pero por una milésima de segundos antes de que el coche arrancara, sus ojos verdes se concentraron en mi cuerpo, observando de arriba a abajo y haciendo que mi espacio se sintiera pequeño y su cercanía codiciosa, pero antes que concentrar mi atención en cada una de sus facciones, lo que fue un segundo convertido en un minuto dentro de mi cabeza, se esfumó así como el humo que largó el caño de escape de aquél mustang