Los tribunales me concederán la custodia de los niños. Lo sabes, Graham. Seré justo. Te daré amplios derechos de visita.
—¡Qué suerte la mía! —espeté—. Pero creo que será mejor que te prepares para los problemas con los niños. Puede que ya no te vean como la madre ideal. Y dudo que Gordo los encante con su charlatanería y su gran habilidad para vender.
—Entiendo que estés enojado, Graham. Sabía que lo estarías. Lamento que esto haya sucedido. No hiciste nada para causarlo. Simplemente tuviste la mala suerte de haberte casado con la mujer equivocada.
—¿Te llevó dieciocho años darte cuenta de eso? —pregunté con incredulidad, alzando la voz.
Su argumento no tenía sentido, ni siquiera para ella. Era inútil, en realidad. Ya se había comprometido con otra persona. El adulterio ya era pasado.
—Lamento decepcionarte, pero no tengo intención de mudarme —dije con tono serio—. Si estás tan ansiosa por estar con tu amante, puedes hacer las maletas e irte ahora mismo.
—No me voy, Graham, tú sí. Conseguiré una orden judicial si es necesario. Necesitaré un hogar adecuado para los niños, y esto es todo. Lo siento, pero serás tú quien le prepare las maletas. —Su tono era tan exigente como inflexible.
—Ya veremos. Hablaré con un abogado el lunes a primera hora. Mientras tanto, bajaré a la sala de estar. Espero que se respete mi privacidad. Ah, y una cosa más: ni se te ocurra traer a ese imbécil de tu novio a esta casa. No me haré responsable de su salud ni de su seguridad si lo haces.
—¿Estás amenazando con atacarlo?— preguntó ella con los ojos muy abiertos.
—Interpreta lo que quieras, Reese, pero estás advertido.
Subí las escaleras pisando fuerte y empecé a sacar ropa del vestidor de nuestra habitación. Me tomó más de dos viajes bajar todo lo que necesitaba a la sala de estar y preparar mi alojamiento temporal. Mis acciones no pasaron desapercibidas para los niños. Matt me siguió y se sentó en el sofá cama.
—¿Qué pasa, papá?
Suspiré y me senté a su lado. —Tu madre ha decidido que ya no me quiere y va a divorciarse de mí y casarse con otro.
—¡No! ¡No puede! ¡No la dejaré! —gritó.
Pasé mi brazo sobre sus hombros y él se inclinó hacia mí, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
—¿Por qué, papá? ¿Por qué ya no te quiere?
—No lo sé, Matt. De verdad que no lo sé. Tendrás que preguntárselo a ella.
Dicho esto, saltó del sofá y subió corriendo las escaleras. Me quedé donde estaba, curioso por saber qué pasaría en la cocina. La respuesta no tardó en llegar. Oí la voz de Matt alzada y, luego, sorprendentemente, la de Jessica también. Ambos le gritaban a su madre. Casi sonreí de satisfacción, pero sabía que tendría que intervenir. Me levanté despacio y subí a la cocina.
Me detuve antes de entrar a la cocina, donde, una vez más, estaba Reese. En ese momento, estaba acorralada por los dos jóvenes furiosos que desahogaban su ira contra ella. Levantó la vista brevemente y me vio, suplicándome con la mirada que pusiera fin a la diatriba de Jess y a la mirada furiosa y los brazos cruzados de Matt. Estaba a punto de dejarla con su diatriba cuando tomé una decisión.
—¡Jess! ¡Matt! ¡Para! ¡Para ya! No pudieron evitar percibir la autoridad en mi voz y, sorprendentemente, se detuvieron y se giraron hacia mí.
—Reese, ¿por qué no buscas otro lugar donde estar un rato para poder hablar con ellos? —dije, indicando con mi tono que no había enojo ni orden en él.
Vi una expresión de alivio en su rostro y salió corriendo de la cocina, rumbo al porche trasero. Me volví hacia los niños.
—Vamos a la sala. Hablamos allí—, sugerí en voz baja. Dos jóvenes, muy silenciosos y tristes, salieron de la cocina hacia la sala. Los seguí y los observé mientras se sentaban juntos en el sofá. Me hicieron espacio y me senté entre ellos.
—La odio—, espetó Jessica casi al instante. —La odio y nunca volveré a ser amable con ella... ¡jamás!
Negué con la cabeza. —No, Jess. No hagas eso. No me odies. No solucionará nada. Aunque pienses, tu madre los quiere a ambos. No hizo esto para hacerte daño. Nunca te haría daño a propósito. Lo sabes—. Intenté hablar con calma y serenidad.
—¿Por qué, papá?—, continuó mi hija al borde de las lágrimas. —¿Por qué está enojada contigo? ¿Hiciste algo malo?
—No, cariño, no hice nada malo. Tu madre... tu madre simplemente... ya no me quiere —dije, todavía intentando aceptar esa realidad.
—¿Por qué? Eres el mejor papá del mundo. No quiero que te vayas. Quiero estar contigo—, sollozó.
—Yo también, papá —intervino Matt—. No quiero vivir con un desconocido haciéndome pasar por mi padre.
—Lo sé. Pero... me temo que los tribunales, en su mayoría, quieren que los niños vivan con su madre cuando sus padres se divorcien. Yo también quiero que te quedes conmigo, y haré lo posible por que así sea. Pero aunque no pueda, te veré a menudo. Quizás cada semana, con suerte.
—Los padres de Sammy Weisgerber se divorciaron y tuvo que mudarse a otra ciudad. Sammy casi nunca ve a su padre—, dijo Matt con amargura. Sammy había sido jardinero en el equipo de béisbol de Matt el año pasado.
—No creo que eso pase, Matt. El hombre con el que tu madre ha estado saliendo vive aquí en Yakima. No creo que estés muy lejos.
—Tal vez podamos escaparnos por la noche y venir aquí en nuestras bicicletas y quedarnos con papá—, le dijo Jess a su hermano.
Le di una sonrisa amable mientras reía entre dientes. Sabía que eso no le sentaría muy bien a su madre, pero no quería arruinarles la ilusión.
—Encontraremos la manera de estar juntos a menudo. Te lo prometo. Seguiré en tus partidos de fútbol, Jess, y Matt sabe que estaré en sus partidos de béisbol. No estaré lejos—, sonreí, intentando pintar un panorama más optimista.
—Me da igual—, dijo Jess con el ceño fruncido. —Cuando vea a ese hombre que le hizo esto a mamá, le voy a dar una patada en la espinilla... muy fuerte".
—Sé de un mejor lugar para patearlo —ofreció Matt.
—Bueno, ya basta. Seamos amables con tu madre, es todo lo que pido. ¿Puedes hacer eso por mí?—, pregunté, mirándolas a ambas a los ojos.
—Supongo que sí —dijo Matt con amargura.
Jess no dijo nada, bajó la mirada a su regazo; las lágrimas volvían a asomar. La rodeé con el brazo y la acerqué a mí, dejándola desahogar su dolor, con la esperanza de que pudiera lidiar con él. Sentada con ellos, me pregunté si Reese tenía idea de cuánto daño le había infligido a esta familia. Lo dudaba.
~*~
Tuve una noche sin dormir y desistí de intentar dormir. Salí de casa antes de que nadie despertara. Me detuve en el restaurante abierto las 24 horas del casino, en el extremo norte de la ciudad, y compensé la falta de comida desde el domingo por la mañana. No había tocado el plato frío que Reese había preparado la noche anterior ni había comido desde la mañana anterior. Fui el primero en llegar a la oficina esa mañana y empecé por buscar abogados en la guía telefónica. Había muchísimos bufetes en Yakima; más de cien, según mis cálculos. No tenía ni idea de quién era bueno y quién no. Necesitaba consejo.
La ciudad de Yakima tenía un departamento legal y pensé que quizás podrían recomendarme. No habría nadie en la oficina hasta las nueve de la mañana, así que tuve que esperar. Revisé las docenas de anuncios en las páginas amarillas, pero no supe adónde acudir. Había poco que hacer ese lunes. No hubo catástrofes en la ciudad durante el fin de semana y todo siguió como siempre. Teníamos algunos proyectos en marcha que seguirían utilizando nuestros recursos, pero muchos empleados estaban de vacaciones y era cuestión de gestionar al personal disponible.
Llamé al departamento legal poco después de las nueve y hablé con una de las secretarias. Me informaron que no sería apropiado que un abogado municipal aconsejara a un empleado municipal sobre quién podría buscar asesoramiento legal. Eso puso fin a esa opción de inmediato. Me quedé sentado, pensando a dónde acudir para obtener asesoramiento.
Mientras pensaba en ello, recordé a una amiga que había pasado por un divorcio muy feo y pensé en llamarla. Belinda Commerce había descubierto que su esposo tenía una novia de muchos años en el pueblito de Zillah, a pocos kilómetros al sur de Yakima. Fue una propuesta bastante imprudente por su parte. Tarde o temprano, lo descubrirían. Resultó ser más tarde. Como yo, ella era una persona confiada, sin sospechar jamás que él la engañaría. El divorcio se complicó cuando Belinda decidió hacerlo a toda costa. Estaba furiosa porque Terry Commerce la había tomado por tonta durante años y quería venganza. Recuerdo que recibió un plato lleno de ese plato.
Busqué el nombre de Belinda en la guía telefónica y lo encontré. Por suerte, no se había cambiado de nombre ni se había vuelto a casar. Marqué el número y contestó después de tres timbres. Era lunes por la mañana y, por supuesto, estaba limpiando la casa. Le ofrecí volver a llamar más tarde, pero me aseguró que estaba lista para un café y que estaría encantada de hablar conmigo.
Le conté lo sucedido y lo que sabía sobre la aventura de Reese. Le expliqué que buscaba un abogado que hiciera todo lo posible por proteger mis intereses.
—¡Caramba, Graham! —dijo fingiendo decepción—. Esperaba que te interesara salir conmigo.
—Todavía no, Belinda. Ahora mismo, necesito encontrar un abogado que no se quede de brazos cruzados y deje que Reese y su timador me atropellen.
—Solo bromeaba... más o menos—, dijo riendo entre dientes. —Mi abogado fue genial. Lo recomiendo muchísimo. Además, conoce a todos los jueces de familia y conoce sus actitudes. Eso es fundamental, créeme.
—¡Genial! Parece ser justo el chico que necesito. ¿Cómo se llama?
Miles Hoffman. Un segundo y te doy su número de teléfono. Trabaja para Laidlaw, Feldman y Collard. Creo que es socio.
Me leyó el número de teléfono y me deseó suerte, pidiéndome que me mantuviera en contacto y me contara cómo iba todo. Le prometí que lo haría.
No perdí tiempo en llamar a Hoffman. Conseguí a su secretaria, por supuesto. Lo máximo que podía ofrecerme era el miércoles a la 1:30 p. m. Acepté. Me pregunté si debería hacer algunas gestiones en el banco. Quizás transferir dinero a otra cuenta antes de que Reese llegara. Cuanto más lo pensaba, más me costaba creer que me despojaría de todo nuestro dinero. Mi 401K estaba protegido, al igual que algunos certificados de ahorro a mi nombre. Decidí no hacer nada.