Las vacaciones de primavera siempre fueron significado de largas mañanas visitando las piscinas comunitarias para practicar natación, y por las tardes el típico paseo por los parques para contemplar los frondosos árboles de cerezo que cubrían los paisajes de hermosos tonos rosas.
Pero en aquella ocasión yo quería hacer algo distinto, quería tomar el tiempo para aprender algo nuevo y que me apasionaba desde niña. Quería pintar.
Desde que recuerdo me gustaba pasar mis ratos libres entre clase y clase sentada bajo la sombra de algún árbol del colegio y me dedicaba a dibujar a las personas a mí alrededor sin que ellos se dieran cuenta. Mi habitación en casa estaba plagada de diversos dibujos, dibujos de mis padres, de mi hermano, de paisajes, de personas que no conocía, en fin, dibujaba todo cuando tenía enfrente. Dibujar se había vuelto una obsesión para mí.
Y de esa manera fue incluso después de salir del colegio e iniciar la universidad. Por eso, cuando en el tablero de anuncios de la universidad vi el letrero de que se abriría un taller de pintura no dudé en inscribirme.
El primer día de clase me di cuenta que no era la única que quería aprender a pintar; la clase estaba llena de varios chicos que conocía de la preparatoria, en su mayoría mujeres, que habían llegado antes de que yo hiciera mi estruendosa aparición, tropezando con mis propios pies y cayendo al piso junto con mis lápices y pinceles, que fueron esparcidos por toda la clase.
Obviamente mis compañeros estallaron en risas, a excepción de Naru que se acercó a ayudarme a recoger mis cosas. La conocía desde hacía varios años, habíamos sido compañeras desde el primer grado, aunque apenas y habíamos intercambiado un saludo ocasional en los pasillos o el salón. Pero ahí estaba ella, brindándome la sonrisa más cálida que tenía mientras recogía mis pinceles desperdigados en frente de mí.
—Gracias—. Le dije mientras me entregaba los pinceles en un puño.
—De nada. Si quieres puedes tomar asiento a mi lado.
Asentí a su invitación y la seguí hasta donde estaba el espacio vacío a su lado. El salón estaba organizado en varios banquillos colocados de forma equidistante, con un caballete frente a cada uno forrado con un lienzo blanco. El profesor Kamoi se acomodó sus gafas y luego carraspeó llamando la atención de todos hacia el frente. Volví a mirar a Naru que me miraba sonriente y le devolví la sonrisa antes de mirar nuevamente al frente y poner atención a lo que diría el profesor.
—El arte lo es todo y puede no ser nada, está en todas partes y en ninguna. Es una noción abstracta, fruto del concepto del ser humano, de su obra y de la naturaleza. Depende de cómo ve la sociedad el mundo en su época, el mundo de cada época. Pero, sin embargo, es atemporal, porque el observador de la obra de arte la interpreta según su sistema de valores actual, revalorizándola cada vez. El observador de una obra de arte se convierte, así, en artista.
Escuchaba la disertación que hacía el profesor Kamoi con respecto al arte en un estado de total y completa fascinación. Hablaba con elocuencia, sus palabras viajaban en el aire y llegaban hasta mis oídos como si de música se tratara, llevando a imaginar con ellas cada uno de los momentos históricos de la pintura que él mencionaba.
—Desde Leonardo hasta Picasso, —continuó diciendo—Velázquez, Gogh, Goya, Botticelli, Rembrandt, Rafael, Caravaggio, Monet, Rubens, Tiziano, Brueghel, Renoir y Giotto; los pintores tienen la maravillosa capacidad de transmitir sensaciones a través de sus obras. Sus biografías pueden ser más o menos trágicas o afortunadas, pueden haber disfrutado del éxito en vida o sólo después de muertos, pero todos tienen en común la imperiosa necesidad de crear a través de la pintura. Así que si piensan aprender a pintar para conseguir fama y renombre, están en el lugar equivocado.
Algunos de los presentes se removieron en sus lugares algo incómodos, pero a mí me parecía una tremenda verdad que debía ser dicha a los cuatro vientos.
—El arte de pintar, de trazar un lienzo y que éste tenga significado para alguien, aunque sea una sola persona, es lo que busca un artista; si a eso lo acompaña la fama y la fortuna es un valor agregado, pero el verdadero artista lo único que busca es expresar lo que tiene dentro. Tú—dijo el profesor señalando a uno de mis compañeros de clase, Sergei— ¿qué es lo que tienes dentro?
— ¿Vísceras?
La clase estalló en carcajadas ante la broma de Sergei, incluso el profesor Kamoi tenía algo parecido a una sonrisa retorcida en su rostro, la cual desapareció en cuanto miró hacia donde estaba yo sentada y pudo observar mi expresión de fastidio.
— ¿Qué le sucede señorita...?
—Kino, Selene Kino profesor Kamoi.
—Muy bien Kino, ¿por qué no nos cuenta la razón de su molestia?
—La aseveración del compañero sobre su contenido corporal aunque cierta me parece burda y de mal gusto cuando hablamos de algo tan sublime como el arte.
— ¿Así que le parece una burla la respuesta de su compañero?
—Sí—. Dije resuelta y sintiendo la mirada de Sergei sobre mí.
—De acuerdo Kino, entonces le hago a usted la misma pregunta, ¿qué tiene usted adentro?
Me quedé congelada, mis cuerdas vocales se habían paralizado y no podía articular ni una sola palabra. Todas las respuestas que venían a mi mente me parecían vacías y falsas, y me quedé allí, en absoluto silencio mientras los segundos pasaban más lentos de lo habitual.
—Trate de tener una respuesta para la próxima clase Kino—. Ahora las risas eran casi carcajadas, sólo que no eran porque yo les hubiera parecido graciosa, se reían de mí y no conmigo. De repente sentí la mano de Naru en mi hombro y su sonrisa nuevamente que me hizo reconfortar—Como les decía, el arte de pintar tiene que tener un significado para alguien. Por ejemplo, la historia de Prometeo Encadenado cuenta cómo éste robó el fuego de los dioses para dárselo a los hombres, en castigo los dioses lo encadenan al Monte Cáucaso donde un águila cada día devora su hígado, el cual se regenera para que al día siguiente sea devorado nuevamente. Esta escena es retratada majestuosamente por Rubens, quien...
Di un largo suspiro y seguí escuchando lo que decía el profesor y las respuestas de mis compañeros a su sencilla pregunta que yo no pude contestar. El tiempo de la primera clase transcurrió en una lenta tortura para mí.
Al terminar recogí mis cosas y salí casi corriendo del lugar, no quería quedarme a presenciar las burlas de mis compañeros, así que opté por huir de la escena del crimen y encaminarme hacia mi casa. A mi espalda alguien empezó a llamarme y me volteé para ver el rostro sonriente de Sergei detrás de mí y apreté el paso.
—Selene espera.
Reduje la marcha lo suficiente para que él me diera alcance. Volteé cuando escuché su respiración jadeante muy cerca de mi oído. Me detuve y lo miré, tenía las manos sobre las rodillas y respiraba con bastante dificultad para alguien que estaba en el equipo de fútbol de la universidad y se suponía que tendría una excelente condición física.
— ¡Rayos, que rápido caminas!—dijo reincorporándose.
— ¿Qué quieres, Sergei?
—Tranquila, no tienes que estar a la defensiva.
—No tengo tiempo para esto—. Dije volteándome para comenzar nuevamente a caminar cuando Sergei alargó el brazo y me tomó la mano para detener mi fuga. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo que no supe cómo interpretar.
—Yo sólo quería decirte que lo que pasó en clase fue fascinante.
— ¿Qué parte? ¿La de quedarme muda y que todos se rieran de mí?
—No, me refería a tu respuesta sobre mi broma, fue impresionante, las palabras que usaste y el hecho de enfrentarte a mí, me sorprendiste.
Y ahí estaba de nuevo mi cerebro dejando de funcionar el tiempo suficiente para quedarme sin una respuesta que dar, con la mano de Sergei quemándome en el lugar donde sostenía la mía y sus profundos ojos ¿azules?, mirándome con un pequeño brillo que nunca antes había visto. Sacudí la cabeza volviendo a la realidad y relajé los hombros.
—Gracias, pero yo ya debo irme—. Dije mientras me soltaba de su mano.
— ¿Puedo acompañarte?
—Creo que no—. Respondí arrugando la frente.
—Está bien, ¿te veo en la próxima clase entonces?
Su pregunta sugería que luego de mi gran ridículo lo más seguro era que me retirara de la clase y no regresaría más, pero eso no estaba ni cerca de ser una opción para mí, tenía algo que demostrar.
—Por supuesto.
Me sonrió nuevamente y empecé a caminar con rumbo al parque de Juuban para acortar camino y llegar a mi casa lo más pronto posible, cuando Sergei a la distancia gritó mi nombre.
—Selene—volteé—No me reí, en la clase, yo no me reí—. Esta vez fui yo quien sonrió ampliamente.
Continué mi camino y crucé a grandes zancadas el parque. Los árboles de cerezo estaban aún más hermosos que cuando inició oficialmente la primavera unas semanas atrás y sentí la necesidad de buscar lugar debajo de uno de ellos para pintar los colores de los que se estaba tiñendo el cielo en ese momento.
Tomé asiento debajo de uno de ellos, el más hermoso que había visto, estaba cubierto de varias flores pero a diferencia de los demás árboles, estaba recubierto con flores de varios tonos de rosa que daban un contraste maravilloso con el café intenso de sus ramas. Aspiré hondo la brisa fresca y saqué mi cuaderno de dibujo, dispuesta a buscar entre la gente alguien que me inspirara a dibujarle.
Fue entonces cuando le vi. Llevaba una chamarra de cuero negra, pantalones de jeans desgastados y una playera blanca. Sus ojos estaban recubiertos con unas gafas oscuras que me impedían verlos. Sí, era la imagen típica del chico malo, pero había algo en él que me llamaba la atención.
Lo observé atentamente, casi sin pestañear. Su cabello n***o azabache peinado cuidadosamente y sólo un pequeño mechón le caían sobre los anteojos. Podía darme perfecta cuenta de sus trabajados músculos a través de la tela de su ropa y cómo se le afirmaban los muslos, como si quisieran reventar los jeans y mostrarse en todo su esplendor. Comencé a dibujar casi sin darme cuenta, me temblaba el pulso y los trazos no eran tan buenos como normalmente los hacía, pero mi mano se negaba a dejar de temblar o a parar de dibujar.
No sé cuánto tiempo habré pasado de esa manera, con la cabeza metida entre mi cuaderno y con la imagen de aquel chico en mi mente, trazando sobre el papel con sumo cuidado cada detalle de su cuerpo perfecto. Entonces me detuve, había dibujado los gruesos y sensuales labios, la nariz respingada y desafiante, las cejas espesas y negras pero hacía falta algo: sus ojos, no sabía cómo eran sus ojos y yo quería dejar allí su mirada.
Levanté la vista hacia donde lo había visto pero ya no estaba. Una sensación de vacío me invadió y guardé mis cosas un poco molesta y frustrada por mi obra inconclusa. La tarde ya estaba dando paso a la noche cuando doblé la esquina del parque y tomé el camino que me dirigiría a casa. La oscuridad no me preocupaba, el lugar donde vivía siempre había sido una zona segura y mis padres tenían la tranquilidad y confianza en mí para regresar a casa a una hora prudente; después de todo ya no era la chica de preparatoria sino toda una universitaria iniciando su segundo año de carrera.
Caminaba con el rostro mirando hacia el cielo, el cual estaba iluminado por pequeñas y tintineantes luces, que a millones de años luz aumentaban su tamaño. En mi mente las imágenes de aquel chico perfecto volvieron y con ellas la frustración de no haber podido culminar mi dibujo.
Entonces el sonido de un motor me sacó de mis pensamientos, y la música de un viejo tema de los 90's invadió el ambiente. Pude reconocerla, la estridente voz de Steven Tyler cantando el popular tema de 1994 Crazy, se abría paso en medio del silencio de la noche que apenas comenzaba. Miré hacia la calle para ver de dónde provenía y fue cuando apareció él, en un flamante deportivo rojo, se notaba que era nuevo ya que aún no tenía las placas de identificación puestas. Se detuvo a mi lado y bajó el volumen del reproductor.
—Hola—. Un sencillo saludo, pero me helé por completo como en la clase de arte.
—Ho... hola—. Balbuceé luego de unos segundos que parecieron eternos y sentí deseos de que me tragara la tierra.
— ¿Tú eres la chica del parque? ¿La que me estaba dibujando?
Sentí que mis mejillas se encendieron al darme cuenta que no había sido para nada sutil en mi observación de aquel magnífico espécimen de ser humano y que debí parecerle la típica chica boba que se decanta por cualquier chico sexy que se encuentra por ahí.
—Me llamo Selene—. Atiné a decir.
— ¿Quieres que te lleve?
Me miró a través de los anteojos de sol oscuros que aún traía puestos y de pronto oí la voz de mi padre diciéndome lo peligroso que podría ser hablar con extraños y este chico, aunque hermoso, clasificaba como uno.
—No—. Dije—Mi casa está cerca y prefiero caminar.
—Está bien, Selene, tal vez nos veamos de nuevo por ahí.
Entonces bajó las gafas a la altura de su nariz y me dedicó la más sexy y a la vez tierna mirada de ojos azules que había visto en mi vida. Me guiñó un ojo y yo me quedé fascinada, congelada en mi lugar por unos escasos segundos, hasta que el sonido del motor alejándose me hizo volver a la tierra.
Cuando llegué a casa eran alrededor de las siete de la noche. Mi madre estaba en la cocina preparando la cena, Lenie, quien más que un hermano menor era mi fastidio personal, no estaba en la sala de estar, por lo que posiblemente estaba en su habitación leyendo una de esas historietas que tanto le gustaban de ovnis y súper héroes peleando para salvar el planeta y papá descansaba cómodamente en su sillón reclinable viendo las noticias.
—Ya estoy aquí—. Canturreé de un humor que ni yo misma sabía de dónde venía.
— ¿Cómo te fue en la clase?—preguntó papá, mandando al carajo mi excelente humor.
—Bien.
— ¿Sólo bien?
—Sí papá, sólo bien.
—Hola cariño—. Apareció mamá con una bandeja—La cena estará lista en unos minutos, ve a asearte y baja pronto.
En lugar de hacer lo que decía mamá, dejé caer mi cuerpo en el sofá al lado de papá, que prestaba mucha atención a uno de sus programas de televisión favoritos que estaba pasando en ese momento.
— ¿De qué va?—pregunté interesándome.
—Una chica que mató a su familia.
—El mundo está cada vez peor—. Dijo mamá asomándose con otra bandeja más que depositó sobre la mesa— ¿Han dicho los motivos?
—Como si pudiera haber motivo suficiente para matar a quienes amas—. Dije.
—Al parecer sufrió una crisis nerviosa en el colegio y llamaron a los padres para llevarla a la casa, cuando estuvieron allí los mató.
— ¿A ambos?
—Y a su hermano también—. Respondió papá a la pregunta de mamá.
—Vaya.
Papá subió el volumen del televisor para escuchar mejor los detalles que daban los detectives que estuvieron vinculados al caso mientras los entrevistaban y todos prestamos atención, incluso Lenie que había sido atraído a la sala por el olor de la comida.
—Era una chica de tan sólo 16 años, tomó un cuchillo de cocina y acuchilló a sus padres y hermano mientras dormían, después de limpiar todo el lugar, los vistió y sentó en la mesa del comedor, donde fueron encontrados luego de que los vecinos llamaran a las autoridades quejándose de los ruidos por la noche y de que al día siguiente no vieran a ninguno de los miembros de la familia. La chica fue trasladada al Centro Médico y Psiquiátrico Crown, en donde le diagnosticaron esquizofrenia.
— ¿Levantaron cargos en su contra?
—Las autoridades que analizaron el caso estaban dudosos sobre si presentar cargos o no, ya que todo parecía indicar que por su condición sería prácticamente imposible obtener una sentencia.
—Fue lamentable todo lo sucedido, las personas que los conocieron decían que era una familia muy unida, con los problemas normales de cualquier familia, jamás se esperaba que algo como esto pudiera...
Papá apagó el televisor visiblemente afectado. Siempre había pensado en por qué se torturaba viendo las noticias o estos programas de análisis de crímenes, si no podía resistir todos los acontecimientos desastrosos que se daban cada día, a pesar de todo papá creía en la bondad de las personas. Mamá se acercó y tomó su mano, atrayéndolo a la mesa con una sonrisa; papá le dedicó una sonrisa triste y la siguió al comedor, igual lo hicimos Lenie y yo, pero la velada no fue como siempre, con bromas e historias de nuestros padres y de cómo se conocieron, ese día estaban particularmente en silencio.
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Al día siguiente me dirigí muy emocionada a mi clase de arte. Las palabras del chico del deportivo rojo parpadeaban en mi mente como un anuncio de luces de neón.
—Tal vez nos veamos de nuevo por ahí—. Había dicho y para mí sus palabras encerraban una promesa implícita de verlo de nuevo en el parque.
A diferencia del día anterior, ahora me sentía más tranquila y cómoda con el resto de mis compañeros. Volví a ocupar mi lugar al lado de Naru, pero ahora había sido yo la que le dediqué una sonrisa cálida. El profesor Kamoi nos pidió dibujar, algo, lo que fuera, quería ver qué teníamos adentro. Esta vez Sergei no hizo ningún comentario acerca de sus vísceras y cuando lo volteé a mirar lo descubrí mirándome con el mismo brillo en sus ojos que había visto el día anterior. Azules, sus ojos eran azules.
Le sonreí tímidamente y me concentré en mi caballete. Comencé a pintar casi sin darme cuenta, como sólo me ocurría en ciertas ocasiones, entonces sentí la presencia del profesor detrás de mí.
— ¿Has pintado antes?
—Sí—respondí tímidamente.
—Tienes una hermosa técnica, no es fácil plasmar la esencia de las personas en un retrato de rostro, más si no tienes al modelo enfrente—. Hizo una pequeña pausa, mientras que sentía como mis mejillas se teñían de rojo al darme cuenta de lo que estaba dibujando—Eres talentosa Kino, si pules tu técnica podrías llegar a ser una gran artista.
—Gracias.
Al dejar mi lado me di cuenta que todo el grupo se había detenido y observaba maravillado mi trabajo. Entonces miré hacia el lienzo y vi su mirada, oscura y clara al mismo tiempo, los labios carnosos que sentía deseos de devorar y el cabello azabache que le caí sobre el ojo izquierdo. Era perfecto. Sonreí satisfecha y mis compañeros volvieron a concentrarse en su trabajo, todos menos uno, Sergei, que me miraba desde el otro extremo, pero sin el brillo anterior.
Terminamos la clase y el profesor Kamoi me pidió permiso para llevar mi dibujo a un experto amigo de él para que lo viera, quería que este hombre le aconsejara si yo era una candidata para invertir en mí más tiempo que en el resto del grupo. No lo dudé ni un segundo y le entregué el retrato, no lo necesitaba para recordar aquellos ojos. Me despedí de él y tomé mi rumbo de siempre.
Cuando entré en el parque mi corazón parecía un conejo atrapado, saltaba sin parar, tenía las manos sudorosas y sentía el cuerpo extrañamente pesado, como si en lugar de ir a mi lugar favorito estaba caminando hacia mi ejecución. Traté de relajarme, saqué los audífonos de mi bolso, puse a sonar la música de Aerosmith a todo volumen y esperé. Esperé. Una hora tras otra se sucedían pero ni rastros de mi hermoso desconocido. Decepcionada me quité los audífonos y los guardé en mi bolso, sacudí la hierba de mi ropa y me levanté, disponiéndome a salir de aquel lugar.
— ¿Te vas tan pronto?
Su voz inundó mi mente y ya no pude pensar más, mucho menos moverme. Él se paró enfrente de mí; su mirada azul penetrando cada fibra de mi cuerpo y ahí estaba mi desbocado corazón haciendo de las suyas.
— ¿Puedo sentarme contigo o aún sigo siendo un extraño?—dijo esbozando su endemoniada sonrisa.
—No sé quién eres.
—Eso lo podemos arreglar si aceptas sentarte conmigo.
Estudié su rostro detenidamente, podría tener unos 27 años, tal vez más, posiblemente no sería alguien que papá aceptara, pero me negaba a resistirme a este hombre que se había fijado en mí, precisamente en mí, una simple chica de 21 años que pasaba las horas dibujando bajo la sombra de un árbol.
—Lamento haberte molestado—. Dijo comenzando a retirarse tras un largo silencio de mi parte.
— ¡Espera!
Se detuvo y volteó. Dios, no podía ser más sexy. Caminó hacia mí con total naturalidad y me tomó de la mano para ayudarme a sentar mientras él hacía lo mismo. No podía apartar la mirada de sus ojos o de sus labios, estaba fascinada.
—Me gustaría ver lo que dibujas.
—Claro—. Saqué mi cuaderno y se lo tendí.
Sentí el calor más intenso del mundo cuando su mano acarició la mía al tomar mi cuaderno. Mi cuaderno, aquel que no le permitía a nadie ver y se lo estaba mostrando a un completo desconocido. Él comenzó a pasar lentamente las hojas, cada vez que pasaba una trataba de darme cuenta de la reacción de su rostro, quería saber si le gustaban.
Una a una las hojas fueron pasando hasta que mi hermoso desconocido se detuvo en una por más tiempo que las demás.
—No está terminado—. Dijo quitándose las gafas de sol y entregándome el cuaderno nuevamente. Lo tomé en mis manos y vi que se refería al dibujo que estaba haciendo de él. Me ruboricé al instante.
Entonces él carraspeó y me di cuenta que deseaba que lo terminara, allí, delante suyo. Como el día de ayer me temblaba la mano y no podía realizar ni un solo trazo. Fue cuando sentí la ardiente piel de su mano en mi mejilla y alzando el rostro mis ojos se encontraron con los suyos, llenándome de una serenidad inexplicable. Empecé a dibujar y sólo un par de minutos después ya había terminado.
— ¡Wow!—exclamó sorprendido—Esto es muy bueno, es como mirarme en un espejo, ¿me lo puedo quedar?
—Es tuyo—. Le respondí—Yo ya tengo otro.
— ¿Has hecho dos dibujos míos?
—No—. Con el lápiz me señalé la cien y él entendió rápidamente lo que quería decir, que lo tenía grabado en mi mente.
Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, como si aquello fuera la cosa más increíble que alguien hubiese hecho por él.
Entonces lo supe. Este hombre iba a cambiar mi vida para siempre.