Sofía.
Un nuevo comienzo, un lienzo en blanco pintado sobre un país distinto. Italia se alzaba ante mí, hermosa, vibrante, una tierra de arte, historia y sabores que prometía una vida distinta. Roma, con sus calles y su aroma a historia, sería mi nuevo hogar, el punto de partida para un futuro que había luchado a pulso por conseguir. El pasado quedaba atrás; hoy solo importaba la posibilidad que se abría.
—Aquí estoy —susurré, contemplando la imponente fachada de la universidad. Conseguir esta beca había sido mi billete dorado. ¿Y qué mejor lugar que Italia para sumergirme en el estudio del Arte?
Sí, soy latina, venezolana para ser precisa. El esfuerzo invertido para cumplir mi sueño de estudiar en el extranjero fue descomunal, pero ahora, mirando este templo del saber, sentía que cada sacrificio había valido la pena.
Caminé a través de la multitud en la entrada. Las miradas eran inmediatas, llenas de una curiosidad franca. No era difícil de entender: era la chica nueva, y mi apariencia, mi piel canela y mis facciones, claramente no eran las de las típicas estudiantes romanas. Me sentí desorientada; el campus era un laberinto de pasillos y estructuras tan inmensas que temí perderme antes de encontrar mi primer salón.
Concentrada en buscar la zona de Bellas Artes, no vi el obstáculo. Tropecé con alguien, la colisión fue suficiente para enviar mis apuntes y mi libreta de bocetos al suelo.
—¡Oh, lo siento muchísimo! —me disculpé de inmediato, sin siquiera alzar la vista, y me agaché a recoger el desastre.
Una mano se extendió hacia mí, sosteniendo mi libreta. Al levantar la mirada para aceptar la ayuda, mis palabras se detuvieron. Fui recibida por unos hermosos y penetrantes ojos grises.
Dios mío.
El chico frente a mí no era simplemente atractivo; era un auténtico galán. Ojos de tormenta, una mandíbula definida y sin sombra de vello, piel pálida, cabello castaño oscuro, nariz perfilada y labios finos. El traje de su cuerpo atlético no hacía más que aumentar la sensación de perfección.
—Deberías poner más atención por dónde caminas —dijo, ofreciéndome una sonrisa que me desarmó por completo.
Control, Sofía Caruso. Concéntrate.
—Lo lamento, soy nueva y estoy completamente perdida en estos pasillos —le expliqué, poniéndome de pie. Justo detrás de él, noté a otros tres chicos observándonos con una intensidad calculada.
—Quizá podamos ser de ayuda. Soy Marko Martileni —extendió su mano con una seguridad implacable.
—Sofía Caruso, un gusto —respondí, estrechando la suya. El tacto fue inesperado. Su mano se sentía perfectamente firme y encajaba con la mía con una familiaridad inquietante.
—Ven, te presentaré a mis hermanos —me tomó de la mano para guiarme hacia los tres jóvenes. —Ellos son Marius, Oscar y Samuel.
Saludé a cada uno, estrechando sus manos, y noté que la misma sensación electrizante que experimenté con Marko se repetía con cada uno de ellos.
Aproveché el momento para observarlos rápidamente.
Marius destacaba por su cabello rubio oscuro y sus ojos, también grises, aunque su piel era algo más bronceada. Tenía la misma estructura de facciones definidas y, como rasgo distintivo, un lunar cautivador bajo su ojo izquierdo.
Oscar era el más alto, con un cabello castaño ligeramente más claro y rizado. Sus ojos grises estaban enmarcados por una barba atractiva que le daba un aire de madurez.
Samuel era rubio, con rizos en las puntas, la misma mirada gris, y su piel blanca estaba salpicada de pecas que le daban un aspecto encantador y juvenil.
Eran, sin duda, una visión impactante de belleza masculina.
—Entonces, dinos, ¿qué área buscas? —Marko me sacó de mi admiración.
—El área de Arte —dije, sintiendo que apretaba mi libreta con demasiada fuerza. —Si no es mucha molestia, ¿podrían guiarme?
—No es ninguna molestia, linda. Podemos llevarte —intervino Samuel con una sonrisa franca.
Mientras me guiaban, me mostraron atajos, la biblioteca, y la bulliciosa cafetería. Me salvaron de una jornada deambulando sin rumbo.
—De verdad me salvaron —les dije al llegar al salón de mi primera clase. —Se lo agradezco con el alma.
Ellos rieron, la tensión sutil que los rodeaba se aligeró por un instante. —Nos alegra haberte ayudado y haberte dado un pequeño recorrido —dijo Oscar, regalándome una sonrisa tan radiante que sentí cómo me derretía por dentro.
—Bueno, debo entrar ya. No quiero quitarles más tiempo —me despedí con un gesto y me escabullí en el aula.
Todos me observaron, pero yo los ignoré, tomando asiento junto a la ventana. Estaba ordenando mis cosas cuando una voz me saludó.
—Ciao —dijo una chica a mi lado. —Soy Amelia y ella es Gia —señaló a su acompañante.
—Un gusto, soy Sofía —les sonreí.
—¿Eres extranjera? —preguntó Amelia con genuina curiosidad. —Las clases empezaron hace dos días, no te habíamos visto.
—Mi vuelo se retrasó, así que recién pude llegar.
—Ya veo. Bueno, ¡bienvenida a Roma! —respondió, y luego, su atención se centró en el profesor que acababa de iniciar la clase.
El resto de la mañana transcurrió sin problemas. Amelia resultó ser muy habladora, mientras que Gia me observaba con una expresión curiosa pero neutra. A la hora del almuerzo, nos dirigimos a la cafetería, un hervidero de estudiantes.
Fui a pedir mi comida: patatas fritas con un sobre de kétchup y una Coca-Cola. Mis nuevas compañeras me miraron con una extrañeza sutil; al parecer, la dieta típica aquí era ensalada y bebidas saludables.
Nos sentamos en una mesa desocupada. Ellas comenzaron una conversación sobre temas que no lograron captar mi interés, así que me concentré en mis patatas, observando el entorno.
A lo lejos, en una mesa justo en el centro del comedor, donde parecían reinar, divisé a los hermanos Martileni. Varias chicas los miraban con sonrisas bobas y mejillas sonrosadas. Eran, evidentemente, los reyes indiscutibles del campus.
Me sobresalté cuando sentí que las cuatro miradas grises se posaban en mí al mismo tiempo. Sentados allí, con su imponente presencia, parecían dioses en su Olimpo.
—Oigan, chicas —les dije, logrando sacarlas de su plática. —¿Quiénes son ellos? Parecen muy populares aquí.
—¿Hablas de los hermanos Martileni? —preguntó Gia. Asentí. —Son inmensamente populares. Vienen de una de las familias más adineradas y poderosas de todo el país.
—Además, son guapísimos y atléticos —añadió Amelia, bebiendo su jugo. —Todas las mujeres suspiran por ellos. Y en realidad son siete hermanos. Los mayores ya trabajan en las empresas familiares, pero estos cuatro aún están en la universidad.
—Vaya, siete hermanos —dije, sintiéndome genuinamente sorprendida. —Pobre de su madre —bromeé.
—De hecho, vienen de padres polígamos. Tienen tres mamás y su padre —la revelación me dejó con los ojos abiertos. —Es una de las cosas por las que son famosos.
Una relación así… era única, diferente. "Qué interesante. Sería genial tener una relación de esa manera, tan diferente a otras", pensé sin darme cuenta de la profunda implicación que esas palabras tendrían más adelante.
—Pues sí que es un concepto muy único —terminé mi Coca-Cola. —Por cierto, ¿conocen algún centro comercial cerca? Necesito comprar algunas cosas.
Me dieron el nombre y la dirección. Más tarde, buscaría la ruta en el GPS.
Al salir, me despedí de las chicas. Prefería ir sola; nunca fui muy hábil para congeniar con otras mujeres. Busqué la dirección del centro comercial: estaba a una distancia caminable. Puse rumbo a mi destino, admirando cada detalle de la ciudad a mi paso.
—¡Qué hambre tengo! —dije al entrar en el patio de comidas. Probar la auténtica pizza italiana en su lugar de origen era obligatorio.
Me acerqué a un puesto de pizzas. —Buenas tardes, me gustaría una pizza pequeña de pepperoni con mucho queso, por favor.
Pagué y esperé mi ticket. Justo entonces, escuché mi nombre.
—¿Sofía? —La voz masculina hizo que me girara para encontrarme con Samuel.
—Oh, Samuel. ¡Qué coincidencia! —le sonreí.
—La verdad que sí, hermosa —se acercó a pedir su orden. —Vine con los demás, están sentados en una mesa. —Cuando nos entregaron los tickets, me miró con súplica. —¿Te gustaría acompañarnos?
—Oh, no, no quiero molestarlos —dije, sintiendo una mezcla de timidez y nerviosismo. Estar bajo la atenta mirada de los cuatro Martileni era abrumador.
—Por favor. Así no comes sola y nos cuentas cómo fue tu primer día —trató de convencerme con una mirada de cachorro.
¿Cómo negarme a eso? No era de piedra.
—Bien, acepto —reí.
Me llevó a su mesa. Los otros tres hermanos me miraron con una intensidad que me hizo tragar saliva.
—H-Hola, chicos. Qué gusto verlos de nuevo —me senté entre Marius y Oscar. —Espero no molestar, Samuel me invitó a comer con ustedes.
—Para nada molestas, preciosa. Es un gusto volverte a ver —Oscar se reclinó en la mesa. —Dinos, ¿Cómo te fue en tu primer día?
—No puedo quejarme. Fue mucho mejor de lo que esperaba —dejé las bolsas de mis compras a un lado. —La universidad es gigante, pero ya me guiaron un poco.
—Y dinos, ¿Qué hacías por aquí? —preguntó Marko.
—Vine a comprar algunas cosas para mi supervivencia —respondí con una sonrisa.
—¿Supervivencia? ¿Vives sola? —volvió a preguntar Marko, sin dejar de mirarme, una costumbre que compartían sus hermanos.
—Sí, vivo sola en un departamento pequeño, pero cómodo.
Me quité la chaqueta vaquera, revelando mi top n***o de tirantes, y la colgué en la silla. Al regresar la mirada hacia ellos, noté que sus ojos no se habían apartado de mí. La intensidad no me incomodaba; al contrario, me hacía sentir como una obra de arte recién admirada.
—No eres europea, ¿Verdad? —Marius ladeó un poco la cabeza.
—No lo soy. Mi abuelo paterno es italiano, de ahí mi apellido, pero soy latina. Nací en Venezuela.
—Ahora entiendo lo que dicen nuestros amigos —continuó Oscar, al ver mi cara de confusión. —Varios han viajado por Latinoamérica y aseguran que las mujeres de tu país son increíblemente hermosas. Ahora lo confirmamos.
Me reí. —Me siento halagada, pero todas las mujeres del mundo son hermosas, sin importar su origen o físico. Yo, como muchas, no soy perfecta. Mi cuerpo es algo "exagerado" para algunos, no soy ni delgada ni gorda, sino que me gusta mantenerme en forma. Mi cabello es liso y largo, mi tono de piel canela es común, y mi nariz es algo gordita —dije, tocándome la nariz con un gesto de autocrítica.
—Pero aun así eres muy hermosa. No es común ver a alguien como tú aquí —replicó Marius, y sus hermanos asintieron con firmeza. —Las mujeres de aquí se preocupan demasiado por ser delgadas.
Comimos. Ellos devoraron tres pizzas familiares en minutos, demostrando un apetito voraz. Yo guardé la mitad de mi pizza para la cena.
Al terminar, se ofrecieron a acompañarme a mi edificio. Fue un viaje divertido; cantamos las canciones de la radio. Me contaron sobre sus hermanos mayores, sobre cómo sus padres aún presidían las empresas y sobre lo unidos que eran.
Disfruté mucho el tiempo con ellos. Son divertidos, y aunque Marius y Oscar son más callados y serios, respondieron a todas mis preguntas. Fue, en resumen, un primer día increíble.