Samuel.
Conocer a Sofía no fue un evento, fue una revelación. Para mis hermanos y para mí, la verdad fue instantánea, una certeza fría y poderosa: ella era la indicada. Nuestra mujer. Y la tendríamos a toda costa, sin importar el precio.
Tras dejarla en el modesto edificio donde vivía, condujimos en silencio de regreso a la mansión, que se alzaba señorial, oculta de la caótica vida citadina.
—Debemos hablar con los mayores en cuanto regresen —dijo Marko mientras salíamos del BMW. —Tenemos que delinear un plan estratégico para que la conozcan.
Entramos a nuestro hogar. Las empleadas terminaban de pulir el salón y Nana, nuestra dulce niñera de toda la vida, nos recibió con su sonrisa habitual.
—Bienvenidos, mis niños. ¿Quieren algo de comer?
—No, Nana —respondí. —Comimos algo fuera. —Miré a mis hermanos. —Iré a la piscina un rato.
Subí a mi habitación, me puse unos bermudas y bajé. Me lancé al agua helada, pero el frío no conseguía apagar el fuego de mis pensamientos.
La pequeña morena no salía de mi mente. Su cabello chocolate, largo hasta la cadera, sus labios carnosos, sus preciosos ojos color miel, sus curvas peligrosamente definidas... Dios, ese cuerpo era una obra de arte. Su voz y, sobre todo, esa sonrisa radiante. Era perfecta en cada sentido.
—Tierra llamando a Samuel. —Marko estaba en el borde de la piscina, mirándome con una burla amistosa. —Llevo un par de minutos llamándote.
—Estaba pensando —le respondí, mientras él se zambullía.
—Déjame adivinar —nadó más cerca. —¿En Sofía?
—¿Qué adivinas que aciertas? —Sonreí, echando mi cabello mojado hacia atrás. —Sí, en ella. Es exactamente todo lo que siempre hemos deseado.
—Lo sé. Pero debemos informar a los mayores. Recuerda nuestra regla, Samuel: o todos o ninguno. Si a ellos no les gusta, no podemos seguir adelante.
—Lo sé, pero estoy seguro de que les encantará. A Leonardo le fascinará cuando la vea.
—Crucemos los dedos para que así sea. Es nuestro tipo ideal en todos los sentidos, y me encanta su carácter. Es tan distinta a las mujeres que acostumbramos a tener cerca.
Miré a Marko con una punzada de ansiedad. —¿Y si ella no nos acepta? ¿Si piensa que somos unos depravados o unos lunáticos al proponerle esto? —El miedo era inevitable.
Marko me miró con seriedad. —Tampoco seremos unos desesperados. Iremos lento. Primero, debemos establecer confianza, que nos conozca y se sienta segura. Iremos paso a paso hasta que estar con nosotros sea lo más natural para ella.
Asentí. Por mucho que deseáramos tenerla entre nosotros de inmediato, la paciencia era nuestra única arma. No podíamos obligarla. Debíamos seducirla.
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Entré al comedor encontrándome con Marius, Camillo, Oscar y Amos. Aún faltaban Leonardo y Marko.
Saludé a mis hermanos mayores con un choque de puños. —¿Todo bien en el trabajo? —pregunté, sentándome en mi lugar.
—Lo de siempre, los juicios no se detiene —respondió Camillo. —¿Y a ustedes cómo les fue en la universidad?
—Yo diría que excelente —sonreí con una alegría que no pudieron ignorar.
—Hoy conocimos a una chica —soltó Marius, rompiendo el hielo. —Es nueva, y sobre ella necesitamos hablar seriamente después.
Mis hermanos nos miraron con curiosidad, pero asintieron sin presionar. Marko entró, saludó y tomó asiento. Minutos después, apareció Leonardo, el mayor, con su porte inconfundiblemente frío y calculador.
—¿Qué tal sus clases, muchachos? —preguntó Leonardo mientras nos servían la cena.
—Muy bien —Marko se dirigió a nuestro hermano con seriedad. —Conocimos a una chica hermosa hoy. Se llama Sofía Caruso, y creemos que es nueva en la ciudad.
—Y es muy agradable —añadió Oscar. —Conectamos con ella de una manera que no esperábamos.
Leonardo levantó una ceja. —¿Conectar con una chica? ¿Ustedes? —nos miró con incredulidad. —Eso es una novedad. Debo decir que estoy sorprendido.
La cena fue corta y tranquila. Después, nos dirigimos al despacho de Leonardo. El mayor se sentó detrás de su escritorio, Camillo y Amos se apoyaron en él con los brazos cruzados, y nosotros, los cuatro menores, nos acomodamos en los sofás. La atmósfera se tornó oficial.
Marius fue al grano. —Queremos que conozcan a Sofía. Apenas la vimos, supimos que ella podría ser nuestra mujer. Es la ideal para nosotros; nos ha cautivado, y sabemos que hará lo mismo con ustedes.
—Y no es italiana —soltó Oscar, como si fuera un punto clave. —Es latina, de Venezuela.
—¿Y cómo la conocieron? —preguntó Amos, con un interés palpable.
—Se tropezó conmigo en el pasillo —respondió Marko. —Estaba perdida, buscando el área de arte.
—Luego coincidimos en nuestra pizzería favorita y la acompañamos a su edificio —terminó de narrar Marius.
—Bien, tendremos que verla para comprobar si es todo lo que dicen —Camillo tomó la palabra. —Debemos planear algo. Si nos gusta, tendremos que organizar la logística: cómo conocerla, invitarla a salir, determinar sus gustos y, eventualmente, traerla aquí a casa.
—Me parece perfecto —dije. —Nosotros podemos acercarnos a ella en la universidad y ver si acepta reunirse con todos nosotros.
—Pero por el momento, detengan eso —Leonardo nos cortó, su voz firme. —Mañana me voy a Milán. Hay un problema serio en la sucursal de la constructora y tendré que ir a resolverlo.
—¿Regresarás pronto? —pregunté.
—Tal vez me tome varios días. No lo sé con certeza. —Nos miró con una seriedad imponente. —Así que, no quiero que hagan nada en mi ausencia.
—¡Qué aburrido! —Amos rodó los ojos, pero acató la orden. —Ya saben, chicos, traten de afianzar el terreno con ella para cuando llegue nuestro momento de conocerla.
—Bueno, ya sabemos dónde vive —dijo Marko con una sonrisa pícara.
Le di un codazo. —Tonto, no podemos aparecer en su hogar de la nada. Debemos ir despacio, tú mismo lo dijiste.
—Nunca dije ir a su casa. Solo que podemos ofrecernos a llevarla y traerla de la universidad.
—Es una excelente idea —Oscar se levantó y encendió un cigarrillo. —Solo si ella está de acuerdo, por supuesto.
—Hagan lo necesario para el momento —concluyó Camillo, encendiendo también un cigarrillo. —Hablen de nosotros. Hagan que nos conozca a través de sus palabras, incluso antes de que nos vea.
Minutos después, estábamos todos fumando en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Fumar era uno de nuestros pocos vicios compartidos, una forma de liberar la tensión que siempre nos rodeaba.
Marko.
Tras la reunión, cada uno se dirigió a su habitación. La mía, como siempre, era un caos organizado; una característica que compartíamos Amos, Oscar, Samuel y yo. Camillo, el más pulcro, siempre nos regañaba por ello.
Me acosté, mirando el techo y pensando en Sofía. Sus hermosos ojos miel, su color canela, su cabello larguísimo, su figura escultural, su voz... Todo en ella me llamaba con una urgencia primitiva.
Solté una sonrisa, llevándome la mano a los labios. —Estamos jodidos —murmuré.
Solo imaginarla aquí, en casa, compartiendo nuestra vida, como nuestra princesa y el centro de nuestro universo, era un sueño tan vívido. Al crecer en una familia polígama, la idea de compartir una mujer no era tabú; era una tradición, una elección. Sabíamos que la clave era el control de los celos, la comunicación absoluta y la confianza inquebrantable.
Desde muy jóvenes, juramos tener una mujer para los siete: amarla, adorarla, compartirla y darle todo. Formar una familia. Sofía podía ser esa mujer. La madre de nuestros hijos.
Si era hermosa ahora, no podía imaginarla con la dulce pesadez de un vientre, luciendo adorable y sexy a la vez.
Joder, ya estoy mal.
Me obligué a despejar la mente, no quería tener una erección en medio de mis fantasías. Me acomodé, buscando el sueño y soñando con el futuro que nos esperaba.
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A la mañana siguiente, bajé al comedor. Oscar, Marius y Camillo ya estaban allí. Leonardo estaba en su entrenamiento matutino y Amos, seguramente, estaría tratando de despertar a Samuel, que siempre se acostaba tarde jugando.
—Saben, chicos —dije, captando su atención. —Ayer me imaginé a Sofía embarazada.
Camillo casi se ahoga con el agua. Oscar le dio palmaditas en la espalda.
—¡Joder! Apenas la conocemos y ya andas de fantasioso —exclamó Oscar, cuando Camillo pudo respirar.
—A ver, aún no sabemos cómo terminará esto —Marius intervino, más pragmático. —No sabemos cómo se tomará nuestra propuesta, si aceptará estar con nosotros o si lograremos atraerla a todos.
—Marius tiene razón —dijo Camillo, ya calmado. —Es mejor no apurar las cosas y, sobre todo, no ilusionarse con un futuro que puede no cumplirse.
—No es malo soñar. Yo sé que Sofía será la madre de nuestros hijos —me encogí de hombros con una confianza inusual. —Lo verán, se acordarán de mí cuando la veamos con un hermoso vientre esperando a nuestro hijo.
Oscar rió y negó con la cabeza. —Debo admitir que lo acabo de imaginar y sería maravilloso, en cierta parte.
—¿Cierta parte? —preguntó Marius.
—Los embarazos son complicados, sobre todo por los cambios de humor —continuó Camillo. —Recuerdo cuando nuestra madre Carla esperaba a Samuel: siempre tenía antojos de dulces y se quejaba si no le daban lo que quería.
—Por eso el mocoso es así —bromeó Oscar, y todos asentimos.
—Son complejos, pero creo que es algo que podemos manejar... entre los siete —afirmé.
Me miraron, sonrieron y asintieron, confirmando mis palabras. Tener un bebé, verlo correr, oír sus risas, tener a nuestra mujer a nuestro lado, amándonos a todos por igual...
Y ella amándonos, incluso conociendo y aceptando la oscuridad que nos define.
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