Capítulo 36. Y yo haré lo mismo. Aunque no me digas la verdad. A medida que pasaban los días, Sir Artur se encariñaba cada vez más con los bebés. La pequeña, en particular, se había convertido en su consentida. Cada vez que la sostenía, sentía una conexión indescriptible con ella, la nueva información conseguida llegó al hombre a tener que volver a la ciudad, algo que no quería hacer. -- No puedo dejar de pensar en lo que significan estos niños para nosotros – le dijo Sir Artur la tarde anterior a su partida, mientras sostenía a la niña en sus brazos. Adaia lo miraba de reojo, no había podido evitar que ese hombre se acerque a sus hijos, pues la pequeña Azucena cada vez que lo sentía solo sonreía y estiraba sus bracitos para ser levantada por él. Adaia lo escucha no pudiendo evitar conf

