Las Expectativas del Poder

1134 Words
Camila Valenzuela caminaba por el gran salón de la mansión de su familia, el eco de sus tacones resonando en los amplios pasillos de mármol. Las paredes estaban decoradas con retratos antiguos y fotos de familia; generaciones de Valenzuelas que habían hecho y deshecho imperios, creando un linaje de poder que ahora recaía sobre sus hombros. A sus 29 años, Camila había demostrado ser una líder excepcional. Dirigía la compañía familiar con una frialdad y eficacia que asombraban a todos, desde los miembros del consejo hasta sus propios padres, acostumbrados a controlar cada aspecto de su vida. Desde pequeña, había sido entrenada para convertirse en la sucesora ideal. Su educación fue estricta y planificada al detalle, y cada paso que daba estaba guiado por las expectativas de su padre, Esteban Valenzuela, un hombre cuya ambición parecía no tener límites. Pero, en las últimas semanas, las tensiones en casa habían comenzado a escalar. Esteban insistía en el tema que más irritaba a Camila: el matrimonio. —Camila, no es una sugerencia. Es una cuestión de responsabilidad —dijo Esteban, mirándola desde el otro extremo de la mesa del comedor, su expresión severa como siempre. Ella sabía que el "tema" sería abordado esa noche. Su padre llevaba días presionándola, y aunque había evitado discutirlo, esta vez no había escapatoria. —Responsabilidad —repitió Camila, con voz controlada. Sabía que un comentario de más y su padre estallaría. Estaba acostumbrada a medir sus palabras en casa tanto como en las reuniones de la junta. —Así es —añadió su madre, Lucía, quien asentía con aprobación, mientras hacía girar lentamente una copa de vino. Sus finas joyas relucían bajo la tenue luz de los candelabros. Ella siempre había sido la voz más suave, pero no por eso menos insistente. Su madre tenía un talento especial para transformar las órdenes en sugerencias amables, aunque al final el efecto era el mismo. —La empresa necesita estabilidad, Camila —continuó Lucía—. Eres joven y hermosa, pero incluso tu posición requiere algo más que eso para asegurar el legado de los Valenzuela. La "estabilidad" de la que hablaban era un eufemismo para otra cosa: querían que se casara con alguien poderoso. Alguien que fortaleciera las conexiones y protegiera la influencia de la familia. Ya habían sugerido algunos nombres, hombres de familias adineradas y reconocidas. Empresarios y herederos que rondaban su misma edad, algunos de los cuales había conocido en recepciones y eventos de gala. Todos con miradas calculadoras y sonrisas que escondían ambiciones propias. Camila respiró hondo, tomando un sorbo de agua para calmarse. —No creo que mi matrimonio deba ser una estrategia empresarial —dijo, buscando el tono firme y calmado que usaba en sus juntas. Sabía que, si mostraba alguna señal de irritación, su padre lo interpretaría como debilidad. —¿Te das cuenta de lo ingenua que suenas? —replicó Esteban con dureza, sus ojos oscuros clavados en ella—. Creí que habías aprendido algo en estos años. No hay espacio para sentimentalismos en el poder. Solo las alianzas fuertes sostienen imperios como el nuestro. La frase pesaba en el ambiente. Para Esteban Valenzuela, la vida era una cadena interminable de transacciones, un juego donde la familia solo era valiosa en tanto cumpliera con sus fines. Había momentos en los que Camila se preguntaba si él la veía como hija o como una pieza más en su tablero. —No estoy diciendo que sea sentimentalismo, papá. Solo creo que es una decisión demasiado personal como para que esté supeditada al negocio —respondió ella, tratando de mantener la calma. Su padre la observó con una mezcla de desdén y desilusión. —Eres una Valenzuela —dijo él, enfatizando cada palabra—. Y eso conlleva un peso, Camila. No solo has heredado el poder; eres su símbolo. Es hora de que actúes como tal. Su madre intervino, con una voz suave pero firme: —Querida, no es una imposición. Solo piensa en cómo tu vida puede mejorar si eliges a alguien que comprenda lo que es este mundo. Alguien que esté a tu altura, que esté dispuesto a luchar contigo, no en tu contra. Camila sentía cómo cada palabra era una soga que la amarraba más y más a un destino que ella no deseaba. A veces se preguntaba si había espacio para ella misma en todo esto, si había una versión de su vida en la que ella pudiera tomar sus propias decisiones, sin la constante sombra de su apellido persiguiéndola. Entonces, mientras las palabras de su madre se deslizaban como veneno disfrazado de consejo, Camila se dio cuenta de algo. Había pasado toda su vida cumpliendo con cada expectativa que sus padres tenían para ella: estudió en las mejores escuelas, trabajó con la máxima disciplina, aprendió a pensar y actuar con frialdad, como una Valenzuela. Pero el matrimonio... eso era distinto. Esa noche, decidió que tomaría las riendas de su vida, al menos en esa parte. No cedería en su decisión, ni permitiría que ellos eligieran con quién compartiría su vida. Tenía claro que si iba a casarse, sería bajo sus propios términos. Pero su resolución trajo consigo una idea aún más audaz. Si iba a tomar una decisión tan importante, entonces quizás debería desafiar todas las expectativas de su familia. La idea la llenaba de un extraño y cautivador sentido de libertad. ¿Y si eligiera a alguien tan alejado de su círculo que ni siquiera se dieran cuenta de su propósito hasta que fuera demasiado tarde? La idea era tan atractiva como peligrosa. ¿Podría realmente hacer algo así sin desatar una tormenta en su familia? —Gracias por el consejo, mamá, papá —dijo, con una sonrisa tranquila, ocultando sus verdaderos pensamientos—. Lo pensaré. Esteban asintió, visiblemente complacido, pero Camila percibía su desconfiada mirada sobre ella. Esa noche, mientras se retiraba a su habitación, Camila se asomó al balcón y observó la ciudad. Las luces parpadeaban en la distancia, una ciudad que le pertenecía tanto como a su padre, una ciudad que le debía su poder y su nombre. Sin embargo, mientras sentía la fría brisa nocturna en su rostro, comprendió que aún no sabía cómo vivir para ella misma. Había decidido que no seguiría el camino que sus padres habían trazado para ella. Se casaría, sí, pero lo haría a su manera. No era una simple rebeldía; era su primera decisión verdaderamente personal. En su mente, ya comenzaba a tejer la idea de cómo llevar a cabo esta inesperada jugada. Esa noche, Camila se acostó sabiendo que el cambio estaba cerca, aunque aún no tenía idea de lo que el destino le tenía preparado. Ni de que la llegada de Samuel a su vida estaba a la vuelta de la esquina, lista para cambiarlo todo.
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