Era sábado por la noche, y aunque el bullicio de la ciudad era habitual, en ese instante parecía que todo había tomado una calma inesperada. Camila se encontraba en un bar en el centro de la ciudad, uno de esos lugares que su familia desaprobaría sin dudarlo. Nada de lujos, nada de ostentación. Solo gente común, conversaciones relajadas y un ambiente que, por primera vez en mucho tiempo, le permitía dejar de ser la temida CEO de Valenzuela Corp y simplemente ser Camila.
Vestía de manera sencilla, con jeans y una blusa oscura, casi irreconocible de la mujer impecablemente vestida que aparecía en las revistas empresariales. Nadie en el bar parecía prestarle demasiada atención, lo cual era justo lo que ella necesitaba.
—¿Una cerveza? —preguntó el camarero, mirándola con cierta extrañeza. No era el tipo de bebida que alguien tan elegante y refinado como ella parecía pedir.
—Sí, una cerveza está bien —respondió Camila con una sonrisa despreocupada.
El camarero asintió y se alejó mientras ella se recargaba en la barra, mirando alrededor. Observó a las parejas, a los amigos riendo y disfrutando, a las personas que, en definitiva, llevaban vidas sencillas, vidas ajenas al tipo de responsabilidad que pesaba sobre ella cada día. Por un momento, deseó estar en sus zapatos, no tener que pensar en estrategias, ni en fusiones, ni en matrimonios convenientes.
Mientras sus pensamientos divagaban, un hombre se sentó junto a ella, pidiendo un vaso de whisky al camarero. Camila notó su presencia de inmediato, aunque mantuvo su mirada fija en la barra, sin darle importancia. Sin embargo, algo en él parecía... diferente. Quizá su forma de vestirse, sencilla pero sin ser desaliñada, o la tranquilidad que irradiaba, como si el ajetreo a su alrededor no lograra alterar su paz.
Cuando el hombre recibió su vaso, giró levemente la cabeza hacia ella y, tras unos segundos, rompió el silencio.
—¿Cerveza en lugar de vino? —preguntó con una ligera sonrisa, dejando notar un leve toque de sarcasmo—. No es una elección común aquí, ¿no?
Camila lo miró, y una sonrisa divertida se dibujó en su rostro.
—¿Y quién dicta qué es común y qué no? —respondió ella, manteniendo el tono de juego en su voz—. Además, el vino me recuerda a los eventos aburridos en los que tengo que estar todo el tiempo. Aquí prefiero algo diferente.
Él asintió, como si entendiera perfectamente a qué se refería.
—Bueno, en ese caso... salud —dijo, levantando su vaso en un gesto amistoso.
Camila entrechocó su cerveza con su vaso, y ambos tomaron un sorbo en silencio. Notó que había algo en su expresión y en su manera de actuar que le inspiraba una tranquilidad inusual, como si él comprendiera la necesidad de escapar de la rutina, de vivir fuera de un rol preestablecido.
—¿Y tú? —preguntó Camila—. No te ves como alguien que frecuenta estos lugares.
El hombre soltó una risa suave y la miró con una mirada directa que, lejos de intimidarla, la intrigó.
—Supongo que nadie escapa de una buena cerveza de vez en cuando, ¿no? —respondió, encogiéndose de hombros. Luego, extendió su mano—. Samuel.
—Camila —respondió ella, estrechándole la mano, sintiendo un contacto cálido y firme.
Ambos se quedaron en silencio unos segundos. Samuel parecía no querer saber más detalles, algo que Camila agradecía. Era raro encontrar a alguien que no intentara averiguar quién era ella realmente o que no la viera como una Valenzuela, sino simplemente como Camila.
—¿Y a qué te dedicas, Samuel? —preguntó, tratando de ser casual, aunque no pudo evitar que un poco de curiosidad se asomara en su voz. Él no parecía un hombre común; había algo en su porte, en su mirada.
—Trabajo en asesoría financiera —respondió él con naturalidad—. Me dedico a ayudar a pequeñas empresas a encontrar su camino en el mundo de los negocios.
Camila arqueó una ceja, impresionada. Era un giro inesperado. Estaba acostumbrada a las historias de altos ejecutivos, herederos y empresarios multimillonarios que dominaban las esferas de poder. Sin embargo, Samuel parecía exactamente lo contrario.
—¿Y te gusta? —preguntó ella.
Samuel sonrió, como si la pregunta lo hubiese tomado por sorpresa.
—Me gusta, sí. —Asintió, mientras giraba su vaso lentamente entre sus dedos—. Creo que en el mundo de los negocios, los más pequeños suelen ser los más desamparados. A veces necesitan a alguien que les dé una mano para salir adelante.
Camila asintió, sintiéndose intrigada por la perspectiva de Samuel. La idea de un hombre que dedicaba su vida a ayudar a los pequeños empresarios contrastaba radicalmente con la mentalidad de su familia.
—Eso es bastante noble, Samuel —comentó ella, sincera—. Aunque debo decir que es algo poco común en el mundo empresarial.
—Supongo que sí —respondió él, con una sonrisa leve—. Pero no todos buscamos lo mismo, ¿no?
La frase resonó en Camila más de lo que esperaba. Aquello iba mucho más allá de una simple charla de bar. Ese hombre tenía una manera particular de ver la vida, y eso despertaba una chispa de curiosidad en ella que pocas personas lograban encender.
Se quedaron conversando durante horas, hablando de temas triviales, riendo y compartiendo historias. La naturalidad de Samuel era refrescante, y Camila se sintió extrañamente libre, como si el peso de su apellido y su título de CEO hubieran desaparecido en ese instante.
Cuando el reloj marcó la medianoche, ambos miraron el teléfono casi al mismo tiempo y compartieron una sonrisa.
—Es tarde —dijo ella, rompiendo el momento con una mezcla de reticencia y sorpresa. Había perdido la noción del tiempo.
—Sí, lo es —admitió él, con una expresión que también parecía reflejar cierta sorpresa—. Ha sido una noche interesante.
Camila dudó un instante antes de hablar. Le gustaba la idea de volver a verlo, aunque sabía que su vida no era sencilla. Sin embargo, no quería dejar ir esa oportunidad.
—Samuel, me preguntaba si… —comenzó, bajando un poco la voz. No era usual en ella mostrarse indecisa, pero esta vez era distinto—. Si te gustaría hacer esto de nuevo alguna vez.
Samuel la miró en silencio por un momento. Su expresión era enigmática, y por un segundo, Camila sintió una punzada de duda. Pero luego él sonrió, una sonrisa cálida que le dio la confianza que necesitaba.
—Sería un placer —respondió él, sin vacilar—. Aquí o en cualquier otro lugar.
Camila sonrió, sintiendo una mezcla de alivio y entusiasmo. Intercambiaron números antes de despedirse con una ligera inclinación de cabeza y una última sonrisa. Mientras él se alejaba, ella no pudo evitar quedarse mirando, como si intentara captar cada detalle, cada gesto. Samuel desapareció entre la multitud, y ella volvió a casa con una extraña sensación de satisfacción, como si finalmente hubiera conocido a alguien diferente, alguien con quien las reglas del juego parecían no importar.
Cuando llegó a su habitación, dejó su bolso en la cama y se acercó al espejo. La Camila que le devolvía la mirada parecía distinta. Esa noche no era la CEO inquebrantable, sino una mujer común que, por primera vez en mucho tiempo, había disfrutado de una noche sencilla, sin pretensiones ni expectativas.
Se tumbó en la cama con una sonrisa. Quizá, por primera vez, había encontrado algo que quería hacer solo para ella misma. Y mientras se quedaba dormida, su último pensamiento fue que, a veces, los encuentros más casuales podían cambiarlo todo.
Lo que no sabía era que aquel hombre sencillo, ese misterioso Samuel que se dedicaba a ayudar a los pequeños empresarios, era mucho más de lo que aparentaba.