Capítulo 3: El Rollo de los Sentimientos
Después de la charla sobre lo que realmente sentíamos, el apartamento de Alexandra y Daniel quedó en un silencio más denso que un brownie bien cargado. Las luces de la ciudad lanzaban destellos en la oscuridad, como si quisieran sumarse a nuestras confesiones nocturnas.
—Creo que ya es hora de poner las cartas sobre la mesa, ¿no? —tiró Alexandra, rompiendo el silencio mientras se dirigía a la sala de estar.
Daniel la miraba con una mezcla de "¿qué sigue?" y nerviosismo en esos ojitos oscuros suyos.
—Totalmente de acuerdo. Es hora de hablar en serio sobre este asunto.
Nos sentamos en el sofá, de repente, la distancia entre nosotros más notoria que un gorro de lentejuelas en pleno invierno. Alexandra respiró hondo antes de soltar la bomba.
—Mi matrimonio real no pasa por su mejor momento. No creo que mi esposo sepa lo que realmente está en juego aquí, pero siento que estoy bailando en una pista de fuego.
Daniel asintió, y en esa complicidad compartida, la verdad se hizo más difícil de ignorar.
—La mía tampoco es un arco iris. Mi esposa está perdida en sus propios rollos, y esto... esto es una distracción que nunca vi venir.
Un silencio raro llenó la habitación, ambos procesando la realidad de nuestras relaciones verdaderas mientras nos hundíamos más en nuestro compromiso ficticio.
—¿Y si detenemos todo esto? —lanzó Daniel, sus ojos buscando respuestas en mi cara.
Alexandra frunció el ceño, como si estuviera sopesando las implicaciones de esa idea.
—Detenerlo podría significar perder el trato y nuestras posiciones en la empresa. Pero seguir... también podría desencadenar consecuencias que ni siquiera puedo prever.
—¿Y ahora qué? —preguntó Daniel, buscando algún tipo de brújula moral en mi expresión.
—No tengo idea. Pero creo que necesitamos poner reglas claras. Esto es solo un acuerdo de negocios, ¿ok?
La pregunta quedó flotando en el aire, cargada de una incertidumbre que ambos tratábamos de despejar. Nos miramos fijo, atrapados en un cruce de emociones y decisiones complicadas.
Al día siguiente, en la oficina, la tensión entre Alexandra y Daniel era más densa que el tráfico en hora pico. A pesar de nuestros intentos de mantener la fachada profesional, nuestras miradas chocaban más a menudo de lo habitual. Jonathan, oliendo el cambio en el aire, nos encomendó una tarea crucial que requería cooperación estrecha.
—Ustedes dos son la clave para cerrar este trato. ¿Pueden trabajar juntos sin drama? —preguntó Jonathan, ojeándonos como si fuéramos a confesar un robo.
Alexandra y Daniel se lanzaron miradas cómplices antes de asentir con decisión. Durante el día, compartimos ideas y estrategias, encontrando una extraña sincronía que desafiaba toda lógica de nuestro matrimonio de mentira. La línea entre lo real y lo ficticio se desdibujaba cada vez más.
Esa noche, de vuelta en el apartamento, Alexandra sacó el tema.
—¿Cómo es que trabajamos tan bien juntos, incluso cuando estamos en este enredo?
Daniel suspiró, tumbándose en el sofá.
—Quizás hay algo más en juego aquí. Algo que va más allá de las circunstancias.
Asentí, sintiendo que esas palabras golpeaban en el clavo. A medida que la farsa continuaba, ambos enfrentábamos la verdad de que, a veces, las líneas entre la verdad y la mentira se vuelven tan borrosas como el final de un capítulo de "Black Mirror". En ese momento, en la semipenumbra de su apartamento, Alexandra y Daniel compartieron un silencio lleno de complicidad, sin saber que el siguiente episodio de su historia ficticia los llevaría más allá de los límites que pensaron que podrían establecer.