El mensaje aún ardía en la pantalla del teléfono de Lia.
📩 “Necesito hablar contigo. A solas.” – Ethan.
Sintió cómo el aire se volvía denso, como si una tormenta estuviera por estallar, pero solo en su pecho. Lo leyó cinco veces. Luego seis. Hasta que su dedo tembloroso bloqueó el móvil sin responder.
Se quedó ahí, parada frente al espejo del baño del restaurante donde se suponía que celebraría el ascenso de Carla. Pero su mente estaba en otro lugar, en otro día, en otra cama... donde todo se había jodido.
La puerta del baño se abrió de golpe. Carla entró, hermosa y borracha de alegría.
—¡Lia! ¿Qué haces aquí metida, loca? ¡Vamos, que no puedes perderte el brindis!
Lia se obligó a sonreír. Porque así era su vida últimamente: una sonrisa prestada, un parpadeo contenido, una herida con maquillaje.
—Ya salgo, solo necesitaba retocar el labial —mintió con voz firme.
Pero no fue hasta que Carla se marchó que Lia volvió a mirar el celular. Y como si su dedo tuviera voluntad propia, respondió.
📩 “Dónde.”
No pasaron ni treinta segundos.
📩 “Donde empezó todo.”
Lia tragó saliva.
Donde empezó todo.
Él hablaba del mirador. Aquel lugar donde se besaron por primera vez. Donde Ethan le juró que no era como los demás. Donde ella creyó, como una idiota, que él era la excepción.
Tomó su bolso, salió sin despedirse de nadie, y subió al taxi con las manos frías. El corazón bombeando desesperado, como si supiera que estaba a punto de volver al campo de batalla.
—
El estaba mirador hacia el vacío. Solo el sonido del viento, de una ciudad que no dormía del todo, y el eco de sus propios pasos mientras se acercaba a la silueta masculina de espaldas a ella.
—Llegaste —dijo Ethan sin girarse.
—Me dijiste que era urgente —contestó ella, sin suavidad, sin amor.
Él volteó. Se veía más delgado. O tal vez era la luz. O tal vez era que ahora lo miraba con distancia.
—Lia, yo sé que lo arruiné —comenzó él—. Y no vine a justificarme. Solo… necesito contarte algo que nadie más sabe.
Ella cruzó los brazos.
—Habla.
Y lo que él le dijo, Lia no lo vio venir.
Porque algunas bombas no explotan con ruido.
Algunas explotan en silencio. En el pecho. En el alma.
—Lia… ¿tú recuerdas a Emma?
Ella asintió, aunque su rostro se endureció.
—Tu ex, la que se fue a vivir a Londres. ¿Qué tiene que ver con esto?
Ethan tragó saliva. Luego bajó la mirada.
—No se fue. Al menos no por las razones que yo te dije.
El cuerpo de Lia se tensó.
—¿Qué estás diciendo?
Ethan caminó un par de pasos, como buscando las palabras. Las malditas palabras que nunca llegan a tiempo.
—La noche que tú y yo tuvimos esa pelea, cuando dijiste que te sentías usada, que no confiabas en mí, yo… yo fui a verla.
Un rayo cortó el cielo. O quizá fue solo el dolor detrás de los ojos de Lia.
—¿Y?
—Lia… ella estaba embarazada.
El mundo de Lia se partió como un cristal bajo una bota. No entendía si el frío era del viento o si su sangre había dejado de circular. Solo sabía que sentía náuseas. Que la palabra embarazada retumbaba como un eco maldito en su cráneo.
—¿Tuviste un hijo con ella?
—No. Ella… abortó sin decirme. Lo supe meses después, cuando me llegó una carta. Pero esa noche, cuando la vi, me dijo que estaba confundida. Que aún me amaba. Yo estaba enloquecido. Lia, no estoy justificando nada, pero esa noche fue un caos.
Lia dio un paso atrás. Lo miró como si fuera un extraño.
—¿Te acostaste con ella?
Ethan no respondió. Pero su silencio fue suficiente.
—¡¿Te acostaste con ella la misma noche que me juraste que era yo la única?! —gritó, sin importarle que el mirador estuviera vacío o lleno.
—¡Fue una vez! ¡Estaba borracho, estaba dolido…!
—¿Y yo? —su voz se quebró—. ¿Y yo no estaba dolida? ¿Yo no estaba hecha mierda y aún así no busqué a nadie?
Ethan se acercó. Intentó tocarle el brazo, pero ella lo apartó con violencia.
—No me toques. No otra vez.
El silencio se coló entre ellos como una tercera persona.
—Lia, estoy contándote esto porque sé que fui un cobarde. Pero también porque necesito que sepas que si volví, no fue por culpa, fue porque te sigo amando.
Lia se rió. No con alegría, sino con esa carcajada que escupe el dolor más profundo.
—¿Y tú crees que el amor limpia lo que hiciste?
—No. Pero sí creo que la verdad al menos merece ser dicha.
Lia lo miró. Por última vez esa noche.
—¿Y sabes tú cuál es la verdad, Ethan?
—¿Cuál?
Ella se inclinó hacia él, tan cerca que su aliento chocó con su boca… pero no fue un beso. Fue un susurro mortal:
—Que no sé si te amé, o si simplemente fui una estúpida que confundió el dolor con el amor.
Luego, se dio la vuelta. No corrió. No gritó. Solo se marchó. Porque a veces, lo más valiente que puedes hacer… es irte.
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Días después, Lia no hablaba del tema. Nadie sabía nada. Ni Carla. Ni su madre. Ni sus amigas del trabajo. Solo ella, su taza de café fría, y los mensajes sin leer de Ethan.
📩 “Sé que no me vas a perdonar. Pero no me voy a rendir.”
📩 “Estaré esperándote. Cada día.”
📩 “Aunque no quieras volver.”
📩 “Aunque ya no me odies, sino que seas indiferente.”
📩 “Te amo, Lia.”
Y como si el universo tuviera sentido del humor, una tarde, Lia recibió una llamada de un número desconocido.
—¿Aló?
—¿Lia Méndez?
—Sí, soy yo.
—Le llamamos del hospital central. El señor Ethan Reyes ha sido ingresado por una emergencia. Usted aparece como su contacto de urgencia.
El alma se le cayó al suelo.
—¿Qué… qué le pasó?
—Un accidente de moto. Está estable, pero pregunta por usted.
Lia no supo si colgó o si su cuerpo la llevó automáticamente al hospital.
Solo recuerda que cuando lo vio, lleno de raspones, con una venda en la frente y una sonrisa torcida… algo dentro de ella se desmoronó.
—¿Tú estás loco?
—Un poco.
—¿Y por qué me pusiste como contacto de emergencia?
—Porque no hay nadie más a quien quiera ver si me estoy muriendo.
Ella lo miró. los Como por primera vez. Como si todo doliera, pero aún así… doliera con sentido.
—Eres un idiota.
—Sí. Pero tu idiota.
Y fue entonces cuando Lia entendió que las heridas sanan, pero las cicatrices no . A veces ella son la prueba de que sobreviviste.
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