Capítulo 14 — “El eco de lo que destruimos”

1207 Words
Las sirenas estallaron afuera como un coro de condena. Lia se quedó quieta, mirando cómo Ethan daba un paso hacia la puerta, las manos levantadas, la mirada perdida. La lluvia lo empapaba antes siquiera de que cruzara el umbral. —Ethan… —susurró ella, pero ya no sabía si lo decía por rabia, por amor o por costumbre. Los hombres lo rodearon. Uniformes oscuros, armas listas. Uno de ellos gritó su nombre, pero él no se resistió. Solo levantó la vista al cielo y murmuró algo que el trueno se tragó. Lia apretó los puños. Parte de ella quería correr, detenerlo, exigir una explicación. La otra parte quería verlo arder. Un golpe seco retumbó en la noche cuando lo empujaron contra el vehículo. El sonido del metal cerrándose pareció sellar todo lo que habían sido. Dentro de la casa, Lia se desplomó contra la pared. El aire olía a pólvora y culpa. Sus lágrimas eran calientes, rabiosas, pero su rostro seguía inmóvil. --- Horas después, el reloj marcaba las 4:17 a.m. El eco de la sirena ya se había desvanecido, pero el silencio pesaba más que cualquier ruido. Lia miraba el suelo, los ojos secos, la mente girando como una navaja. Sobre la mesa, el teléfono vibró. Un número desconocido. Ella dudó… y contestó. —¿Lia Rivers? —¿Quién habla? —su voz sonó áspera, irreconocible. —Soy la persona que puede decirte la verdad completa. Una voz femenina. Firme. Demasiado tranquila. Lia apretó el teléfono contra su oreja. —¿Y quién demonios eres tú? —La que estuvo allí cuando tu hermano desapareció. Y la que sabe lo que Ethan nunca te contó. El corazón de Lia se detuvo un segundo. —¿Qué dijiste? —Ven sola —ordenó la mujer—. Mañana, al amanecer. Donde todo comenzó. La línea se cortó. --- El amanecer llegó con una niebla espesa. Lia condujo sin mirar atrás. La carretera serpenteaba entre montañas mojadas. Todo olía a tierra y traición. Cuando llegó al viejo embarcadero, el aire era helado. Allí, entre las sombras, una silueta la esperaba. Era una mujer alta, de cabello oscuro, ojos grises. Vestía de n***o. Su sonrisa no era amable, pero tampoco cruel. Solo… sabía demasiado. —Llegaste —dijo. —Dijiste que sabías la verdad —respondió Lia sin rodeos—. Habla. La mujer la observó unos segundos antes de hablar. —Tu hermano no murió aquella noche. Lia sintió cómo el mundo se le rompía otra vez. —No… eso es imposible. Ethan dijo que lo entregó. —Y lo hizo. Pero no a ellos. A mí. Un silencio cortó el aire. —¿A ti? —susurró Lia, incrédula. —Lo escondí. Porque si él caía, tú serías la siguiente. Ethan lo sabía. Por eso calló. Por eso aceptó cargar con la culpa. Lia dio un paso atrás, el cuerpo temblando. —No. No puede ser… —Él lo hizo todo para que tú no fueras su siguiente objetivo. Pero ahora, el equilibrio se rompió. Ethan está en manos del mismo grupo que creías destruido. La mujer se acercó y le entregó una carpeta manchada. —Si quieres salvarlo, tienes una sola oportunidad. Lia abrió la carpeta. Dentro, una foto de Ethan esposado. Detrás de él, un símbolo grabado en la pared: una serpiente devorándose a sí misma. —¿Qué es esto? —preguntó Lia, con la voz apenas sostenida. —El principio del fin —respondió la mujer—. Y esta vez, tú vas a tener que ensuciarte las manos. Lia levantó la vista. El viento le revolvió el cabello, y algo en sus ojos cambió. La chica rota que lloró en aquella casa había muerto. Lo que quedó… era fuego. --- La noche cayó otra vez sobre la ciudad como un velo de hierro. En una celda húmeda, Ethan despertó con la cabeza doliéndole como si le hubieran metido fuego por dentro. El aire olía a óxido y miedo. Trató de moverse, pero las esposas le cortaban la piel. Cada respiración era un recordatorio de que había perdido el control de todo. De Lia. De sí mismo. Una puerta metálica se abrió. Dos hombres entraron sin decir palabra. Entre ellos, una figura que reconoció al instante. —Creí que ya no volvería a verte —dijo Ethan con una sonrisa rota. La mujer que lo miraba no sonreía. Llevaba un traje gris y un sobre en la mano. —Siempre crees que puedes calcularlo todo, Ethan. Pero no contaste con que alguien más también jugaba tu juego. Él frunció el ceño. —¿Qué demonios quieres de mí, Helena? Ella se acercó lentamente. —No quiero nada. Ya lo tengo todo. Lo único que me faltaba… era Lia. Ethan se tensó. —No te atrevas a tocarla. Helena soltó una risa seca. —¿Tocarla? Ethan, ella vendrá sola. Como tú lo hiciste. No necesito tocarla… ella se entregará por su cuenta. Ethan la miró con odio. —No vas a usarla para tus planes. Helena lo tomó del mentón y le habló con una calma escalofriante. —Ya la estás usando tú, aunque finjas lo contrario. Tú la llenaste de dudas, de culpa. La rompiste tanto que ahora solo te sigue por el dolor. ¿Eso es amor? Él no respondió. Sus ojos, sin embargo, la asesinaron en silencio. Helena dejó caer el sobre frente a él. —Dentro está la verdad que tanto ocultaste. Si ella lo encuentra antes que tú… no solo te odiará. Te destruirá. Salió de la celda dejando atrás un silencio más cruel que cualquier grito. --- Mientras tanto, Lia seguía conduciendo sin rumbo. El volante temblaba bajo sus manos, los recuerdos se le mezclaban con la voz de aquella mujer desconocida. Cada palabra había sido una daga. “Tu hermano no murió aquella noche.” “Ethan lo sabía.” Apretó los dientes. La rabia le quemaba las venas, pero algo en el fondo aún la mantenía viva: la necesidad de saber. Aparcó frente a un motel olvidado, uno de esos lugares donde las luces parpadeaban y el silencio pesaba. Pidió una habitación, subió, y cuando cerró la puerta, su cuerpo se derrumbó. Dejó caer la carpeta sobre la cama. Dentro había fotos. Documentos. Informes sellados con el símbolo de la serpiente devorándose a sí misma. Y una imagen que le heló la sangre. Era su hermano, vivo, en una camilla, con cables conectados al pecho. La fecha… tres meses atrás. Lia sintió que el aire se le escapaba. —No… no puede ser. El teléfono vibró. Un mensaje sin remitente: “Te dije que el juego apenas comienza.” --- Horas después, cuando el amanecer apenas teñía de gris las montañas, Lia se miró al espejo. Sus ojos ya no eran los de una víctima. Eran los de alguien que había cruzado el punto de no retorno. Se vistió con la chaqueta de cuero que Ethan le había dejado la última vez. Guardó la pistola en la cintura. Tomó la carpeta, las llaves y salió sin mirar atrás. A lo lejos, el rugido de un motor se perdió entre la niebla. El juego cambió. Y esta vez, ella iba a escribir las reglas. ---
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