** JULIA ELENA**
Con manos que temblaban no de miedo, sino de una excitación letal, tomé el teléfono y marqué el número con la precisión de una francotiradora. Mis dedos, a pesar del caos interno que rugía como un huracán, se movieron con un propósito mortal. Él siempre responde. Sé que puedo confiar en esa llamada, que su lealtad corrupta llegará justo cuando la necesito para ejecutar mi venganza.
—¿Aló? —la voz en el otro lado de la línea era el bálsamo venenoso que necesitaba para calmar la bestia que rugía dentro de mí.
—Soy yo. Necesito verte. Ahora. —Mi voz salió como acero templado, despojada de toda emoción, excepto la sed pura de destrucción—. La pequeña perra se está moviendo más rápido de lo esperado.
—¿Dónde? —preguntó con esa suavidad que escondía décadas de complicidad en crímenes que nadie podía imaginar.
—En tu apartamento. Esta noche. No hay tiempo para explicaciones, solo para acción. Rita cree que ya ganó, pero no conoce las cartas que tengo guardadas. Es hora de jugar el as de espadas.
Colgué antes de que pudiera hacer más preguntas. Respiré hondo, sintiendo el peso delicioso de la destrucción que estaba a punto de desatar. Mi primo Esteban es discreto como una tumba, leal como un perro rabioso, y sabe mantener secretos más oscuros que el alma del diablo. No necesita explicaciones, solo órdenes. Y si hay alguien en este mundo quien pueda ayudarme a aniquilar a Rita completamente, ese demonio es él.
Me anudé la pañoleta con la precisión de una asesina preparándose para una ejecución. No era por pudor —era por supervivencia. Aquí, en esta ciudad de víboras y chismosos, los ojos son puñales afilados, listos para apuñalar por la espalda, y las lenguas son sierras dispuestas a desgarrar reputaciones con una sola palabra susurrada en el oído correcto.
Un paso en falso, una cara conocida que me identifique entrando en ese apartamento, y toda mi estrategia se desmoronaría como un cadáver en descomposición.
No podía permitirme el lujo de ser vista entrando en ese condominio de cristal y hormigón que él mantiene, con mi dinero, con el sudor de mis sacrificios y la sangre de mis humillaciones. La sombra del vigilante nocturno se deslizó en complicidad silenciosa. Ya me conoce, conoce el peso de los billetes que he usado para comprar su ceguera selectiva. Soy la señora Julia Elena, con su pañoleta y su aire de urgencia mortal, es un fantasma que cruza sin dejar rastro.
Subí las escaleras con pasos de cazadora, firmes y letales, pero por dentro mi corazón bombeaba veneno puro por las venas, como si la anticipación de la venganza fuera la droga más adictiva del mundo. No subía por amor; esa idea romántica ya no existe desde hace años. Subía por poder, por la necesidad obsesiva de mover las fichas que se habían quedado inmóviles en este tablero de ajedrez sangriento.
Él me esperaba en la sala como un depredador familiar. Esteban. Mi primo. Mi sombra, mi cómplice, mi arma de destrucción masiva. Un hombre que no tiene oficio ni beneficio legal, solo la habilidad sobrenatural de destruir vidas sin dejar huellas digitales.
Yo lo mantengo como se mantiene a una serpiente venenosa —alimentándola para que esté lista cuando necesites que mate por ti. Le pago los relojes brillantes y los trajes italianos que presume como trofeos de guerra, como si el éxito fuera algo que hubiera conquistado con sus propias manos podridas en lugar de habérselo robado a sus víctimas.
Entré sin tocar, porque esa puerta entreabierta era más que una invitación —era la entrada al inframundo donde se planean las venganzas más exquisitas. Allí, en la penumbra que olía a whisky caro y secretos mortales, él estaba con la copa en la mano, sonriendo con esa mezcla diabólica de deseo y ambición que había perfeccionado a lo largo de los años.
—Llegaste, diosa vengadora —dijo sin levantarse, porque sabía que yo no venía como amante sumisa, sino como comandante en jefe de una guerra que estaba a punto de comenzar.
—No estoy para juegos previos, Esteban —le dije de forma directa, quitándome la pañoleta como si fuera una máscara de guerra—. Rita se está moviendo como una rata hambrienta. Tiene a mi esposo rodeado de espías, controla su dinero, y esa maldita vieja Carmen no se separa de él ni para respirar.
Él se incorporó con la gracia de un felino que huele sangre fresca, dejando la copa y acercándose con esos ojos que brillaban con la anticipación de la carnicería.
—¿La princesita está jugando duro? —preguntó con una sonrisa que era pura maldad destilada—. ¡Qué lástima! Justo cuando pensaba que las cosas se habían vuelto aburridas.
—Rita, está a horas de heredar TODO —siseé, sintiendo cómo la rabia me quemaba desde adentro—. Mi esposo está débil como un recién nacido. Si se muere ahora, ella se queda con la fortuna, la casa, el poder. Todo lo que me pertenece por derecho.
Esteban me rodeó por la cintura, pero no era un gesto romántico: el abrazo de dos depredadores, reconociéndose mutuamente, dos demonios, sellando un pacto que iba a teñir de sangre el futuro inmediato.
—Entonces es hora de acelerar el proceso, ¿no crees? —susurró en mi oído, y su aliento olía a whisky y promesas de destrucción—. Dime exactamente qué quieres que haga con la dulce Rita. ¿Quieres que desaparezca para siempre, o prefieres verla sufrir primero?
Sus palabras me enviaron un escalofrío de pura excitación por la columna vertebral. Finalmente, alguien que entendía el lenguaje de la venganza tan perfectamente como yo.
—Quiero que sufra lentamente —murmuré, sintiendo cómo una sonrisa psicópata se dibujaba en mis labios—. Quiero que pierda todo lo que ama antes de perder la vida. Quiero que experimente exactamente el mismo infierno que me está haciendo pasar.
—Música para mis oídos —Esteban se separó para mirarme directamente, y en sus ojos vi el reflejo de mi propia sed de sangre—. Pero necesito detalles. ¿Qué cartas tienes guardadas? ¿Qué secretos del viejo pueden destruirla?
Saqué de mi bolso una pequeña grabadora digital y un sobre manila lleno de fotografías que habrían hecho vomitar a un santo. Las puse sobre la mesa de cristal como si fueran las joyas más preciosas del mundo.
—Aquí está todo lo que necesitamos —dije, sintiendo cómo el poder fluía de vuelta a mis venas como heroína pura—. Fotografías de papito querido siendo un sádico en la cama conmigo. Quiero que le hagas lo mismo a ella, amárrala y hazle sentir el dolor en el sexo.
Los ojos de Esteban se iluminaron como los de un niño en Navidad, pero una Navidad macabra donde los regalos son instrumentos de tortura.
—Perfecto —murmuró, acariciando las fotografías como si fueran obras de arte—. Pero esto es solo el comienzo, ¿verdad? Sin embargo, después de destruir su reputación, queda el problema de tu querido esposo.
Me acerqué a él hasta que nuestros rostros estuvieron a centímetros de distancia, y susurré las palabras que habían estado quemándome la garganta durante meses: —Una sobredosis accidental de morfina. Carmen estará tan ocupada lidiando con el escándalo de Rita que no podrá vigilarlo las 24 horas. Y cuando él se vaya… toda la fortuna será mía. Legalmente. Sin cuestionamientos.
Esteban sonrió con una expresión que habría aterrorizado al mismísimo demonio: —Ahora sí estás hablando mi idioma, prima querida. ¿Cuándo empezamos esta sinfonía de destrucción?