DOBLE VIDA
**RITA**
Vivo en Granada, y no es por presumir, pero la vista desde mi dormitorio es una auténtica maravilla. Desde aquí, puedo contemplar la Alhambra, esa joya arquitectónica que parece salirse del tiempo, y las calles empedradas que se enroscan por la ciudad. Las tardes en Granada tienen algo mágico, un aire de tranquilidad e historia que te envuelve, y justo ahora, mientras estoy tumbada en mi cama, relajada y dejando que el sol de la tarde acaricie mi piel, no puedo evitar pensar en mi doble vida. Sí, doble vida. Suena dramático, pero en realidad, es algo que disfruto mucho y que me ha enseñado a equilibrar diferentes facetas de mí misma.
Todo empezó gracias a Patricia, mi mejor amiga desde la universidad. Patricia es de esas chicas que te atrapan desde el primer momento: guapa, decidida, con una energía contagiosa que te arrastra. Lo que más me gusta de ella es su espíritu emprendedor. Un día me confesó que se dedicaba a embellecer mujeres, y no me lo pensé dos veces. La invité a que me enseñara su mundo, y así empezó mi inmersión en su salón de belleza. Aprendí a ser estilista, a manejar secadores, tintes, y a escuchar confidencias femeninas que fortalecieron mi confianza. Ahora, soy su socia, y juntas hemos creado un pequeño imperio de belleza y autoestima.
Patricia viene de una familia humilde, pero con una fuerza brutal y un carácter que inspira. Su energía y determinación me motivaron a seguir mis sueños, a no conformarme solo con lo que la vida me había dado. Lo curioso es que, aunque el mundo del estilismo y la belleza se ha convertido en mi hobby, en mi refugio y pasión, mi realidad es otra. Mi familia tiene dinero, bastante, y mi vida es… digamos, más cómoda. Trabajo en la empresa de mi padre, ayudándole con la publicidad y las estrategias de marketing. Pero lo hago más que nada para moverme en lo que realmente me apasiona: la hostelería y el turismo.
Desde pequeña, siempre me ha fascinado la idea de que las experiencias pueden transformar a las personas. Un buen servicio, una historia bien contada, una comida deliciosa o un rincón con encanto pueden dejar huella en quienes nos visitan. Esa pasión por el turismo y la hostelería fue creciendo con los años, y ahora sueño con algún día gestionar un pequeño hotel boutique en Granada, donde los visitantes puedan sentir la magia de la ciudad y la calidez de su gente. Imagino un lugar con encanto, lleno de detalles que hagan que cada huésped se sienta especial, como si fuera parte de la historia que Granada tiene para contar.
Mi doble vida, en realidad, es un equilibrio entre estos dos mundos: por un lado, la belleza y la estética, que disfruto en mi día a día con Patricia y nuestras clientas; y por otro, mi pasión por la hostelería y el turismo, que me llena de ilusión y ganas de crear algo propio algún día. A veces, en las tardes tranquilas, me sorprendo soñando, despierto con ese futuro, con los sonidos de la calle Carrera de la Virgen o el aroma del café en una terraza, y sé que, en el fondo, estoy construyendo mi propia historia aquí, en esta ciudad que tanto amo.
Me encanta viajar, descubrir rincones secretos que parecen haber quedado atrapados en el tiempo, y sobre todo, promover los hoteles de mi familia, esos lugares que llevan en sus paredes historias y misterios. Así que, mientras por las mañanas lucho con campañas y reuniones que parecen no tener fin, por las tardes me refugio en el salón con Patricia, entre esmaltes de uñas de colores vibrantes y secretos que solo nosotras conocemos. Y así empieza mi verdadera aventura… una que no aparece en ningún plan, pero que siempre logra sorprenderme.
No tengo un apellido que me guste pronunciar. O, al menos, no uno que me represente por completo. Cuando alguien me pregunta de dónde vengo, sonrío con una mezcla de misterio y resignación, como si no tuviera prisa por responder. Y es cierto: no la tengo. Porque lo que realmente me interesa no es que sepan quién fui en algún momento, sino quién soy cuando nadie me etiqueta, cuando el mundo se aleja y solo queda la verdad desnuda de mi esencia.
Nací entre mármol y sirvientes, en un mundo donde el lujo y la opulencia eran la norma. Tuve una niñera que hablaba cinco idiomas, una mujer que parecía tener la clave de todos los secretos del universo, y un padre que coleccionaba hoteles como otros que coleccionan amantes, con pasión y sin explicación. Pero eso, por supuesto, nadie lo sabe. Solo yo.
En mi mundo actual, soy Rita. Solo Rita. La chica que entra en un bar sin hacer ruido, que se desliza entre la multitud como una sombra, pero que termina con todas las miradas enredadas en su cintura. No porque lo busque, simplemente sucede. Me gusta la vida discreta, esa que no necesita de grandes gestos ni de apariencias para ser plena. La que se disfruta en la mirada de un desconocido, en el roce de una mano, en un secreto compartido en silencio.
Y así, entre máscaras y verdades a medias, comienza mi verdadera aventura. La que no está escrita en ningún guion, la que se revela en cada rincón que descubro y en cada secreto que guardo. Porque sé que, al final, lo que importa no es quien soy ante los demás, sino quién soy cuando nadie me ve.
Los vestidos sin marca visible, los cafés en terrazas escondidas, los libros que nadie recomienda, pero que, de alguna manera, me atraviesan el alma. No tengo r************* , no necesito que me vean para existir. Mi presencia no depende de likes, de seguidores, de una validación digital. Sin embargo, cuando deseo que me vean… Ahí sí. En ese lugar, represento el arte en su máxima expresión. La seducción, para mí, no es un simple juego, sino una forma auténtica de estar en el mundo, una manera de manifestar mi esencia sin máscaras ni excusas.
No busco que me deseen por lo que tengo, por lo que aparento, por las posesiones o apariencias que otros valoran. Me interesa que me deseen por lo que provoco. Por cómo escucho, con atención y sin prejuicios. Por cómo me río, sincera y libre, incluso cuando no debería hacerlo. La manera en que me retiré justo cuando todos anticipaban mi presencia, dejando una sensación de misterio y libertad en el ambiente. He aprendido a esconder mis raíces, no por vergüenza, sino porque disfruto de construir mi historia desde cero, día a día, decisión tras decisión.
Cada noche, cada encuentro, cada mirada que se cruza conmigo sin que sepan qué hay detrás de esa fachada, representa millones de momentos silenciosos, invertidos en mi propio crecimiento y autodominio. Es en esa reserva, en ese trabajo interno, donde reside mi verdadero poder. No es el poder del dinero, ni la influencia superficial, sino el poder de decidir quién soy y quién quiero ser, sin que nadie tenga la capacidad de decidirlo por mí. Rita tiene sueños y los va a defender, eso me repito a diario.
Mi vida es un acto de creación constante, una danza entre la autenticidad y la estrategia, entre la vulnerabilidad y la fuerza. Aunque la verdadera seducción reside en la libertad de ser uno mismo y en esa capacidad de provocar, de dejar huella, sin necesidad de gritarlo. En ese silencio, en esa discreción, se revela mi mayor fuerza: el poder de ser auténticamente yo.
—Rita, es la última vez que te lo digo.
La voz de mi padre retumba en el salón como si fuera dueño absoluto del aire que respiramos, como si su palabra fuera ley inamovible y su autoridad, inquebrantable. Está de pie frente a mí, con ese traje que parece más caro que cualquier emoción que haya sentido en su vida, tan pulido y rígido que refleja su visión del mundo: frío, calculador, impasible.