**RITA**
Al llegar, Manuel estacionó frente al edificio. Me ayudó a abrir la puerta, y con cuidado, bajamos. Subimos juntas, despacio, como si cada escalón fuera una prueba de que estábamos vivas. En su frente la herida cubierta con gaza, al parecer el ladrón disparo al vidrio que separaba la oficina del salon de belleza.
Al entrar, el apartamento nos recibió con su calma intacta. Todo estaba en su lugar, como si el tiempo no hubiera pasado, pero yo notaba en los ojos de Patricia una tensión que no podía explicarse solo con el miedo del momento. Cerré la puerta con llave, me apoyé contra ella un segundo, y respiré hondo.
—Aquí estamos —murmuré, más para mí que para ellas—. Aquí podrás descansar.
Patricia se dejó caer en el sofá, exhausta, y se quedó allí, con los ojos cerrados un momento. Yo me senté en la mesa de centro, tamborileando nerviosa con las piernas. La tensión se hace difícil de soportar.
Entonces, Patricia abrió los ojos y me miró fijamente. Había en su expresión una hondura que no había visto antes. Quise decirle algo, pero se adelantó.
—¿Sabes? —susurró—. A veces, creo que no sé quién soy realmente… hoy, con todo lo que pasó… sentí algo diferente. Como si me hubiera despertado de un sueño que no quería abandonar.
Mi corazón dio un vuelco. La miré, sorprendida.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, con la voz quebrada.
Ella dudó, sus dedos jugueteando con el borde del cojín.
—Solo… que tengo miedo de perder todo. Que, en medio de todo esto, uno se da cuenta de que la vida no vale nada. —Hizo una pausa, y su mirada se suavizó—. Pero también sé que, ahora, solo importa que estemos juntas. Encontré en ti una fuerza que no sabía que tenía.
Me senté más cerca, tomando su mano en la mía. Sentí cómo su piel estaba helada, pero también caliente por otro sentimiento, algo que solo el miedo y la vulnerabilidad podían desatar.
—Patricia, no tienes que pensar de esa manera—le susurré, con la voz temblorosa—. Yo también he estado muy perdida en mis cosas y problemas. Pero ahora, solamente quiero que sepas que no estás sola. Que esto nos ha puesto a prueba, sí, pero también nos ha unido de una manera que no podemos negar.
En ese instante, ella clavó sus ojos en los míos. La intensidad en su mirada hizo que el silencio se volviera una especie de diálogo no dicho. Ella se sentí vulnerable, abierta, como si el mundo externo y el peligro que había enfrentado se disolvieran en ese momento. Ella respiraba con dificultad, y sentí cómo llamaba a un corazón que también latía desbocado.
—No sé qué traerá mañana —susurró—, pero ahora solo quiero quedarme así, contigo. Sin máscaras, sin miedo, solo siendo... Quizá en medio de todo esto, encontramos lo que realmente importa —susurró con una sonrisa triste—. Nos encontramos a nosotras mismas antes que a nada. Me siento bien vacía.
Ese instante se quedó suspendido en el aire. En ese refugio improvisado, en medio del miedo y la incertidumbre, nos permitimos una vulnerabilidad que quizás nos salvaría.
Me quedé esa noche con Patricia. No podía dejarla sola, no después de todo lo que había atravesado. El apartamento estaba en silencio, como si el propio espacio respetara nuestro duelo, envolviéndonos en una calma tensa y dolorosa. Nos acomodamos en el sofá, envueltas en mantas gruesas que parecían ofrecer algo de protección, aunque solo fuera un refugio momentáneo. Nuestros ojos aún estaban húmedos, y los cuerpos agotados por el peso emocional. La noche parecía extenderse sin fin, testigo mudo de nuestras heridas abiertas.
Manuel se retiró sin decir adiós. Solo se levantó lentamente, tomó sus llaves y salió de la casa. Sin embargo, en lo profundo sentí que aquello era, en cierto modo, lo mejor. No necesitábamos palabras vacías ni despedidas forzadas para entendernos. Su presencia, aunque silenciosa, había sido suficiente para acompañar nuestro dolor, y su partida, en ese momento, era un acto de respeto hacia nosotras. Quizás, en su silencio, encontraba la forma más sincera de mostrar su apoyo.
Patricia se quedó mirando al techo, con la mirada fija en un punto indeterminado, como si buscara entender o encontrar sentido en su propia mente. Yo me acerqué despacio, tomando su mano con suavidad pero con firmeza, y la estreché con toda la fuerza que me quedaba. Quería transmitirle algo más que palabras, algo allá donde el consuelo no alcanzaba, algo que pudiera calmar su angustia: certeza.
—Recuperaremos todo —le susurré en voz baja, casi como una promesa, como un acto de fe en nuestro propio destino, en nuestra capacidad de reparación. No era solo una esperanza vacía, sino una afirmación que quería que ella interiorizara, esa chispa de determinación que a veces solo el silencio puede transmitir.
Patricia giró lentamente el rostro hacia mí. Sus ojos, aun brillando por las lágrimas, reflejaron algo distinto. No era esperanza plena, aún no, pero sí una chispa, un destello de rebeldía y supervivencia. Una señal de que, a pesar del dolor y la incertidumbre, seguía viva. Ella no se rendiría. Esa pequeña luz interior me decía: estoy aquí, luchando, resistiendo, y no voy a ceder.
Nos quedamos así, en silencio, compartiendo el peso de aquella noche que parecía no tener fin. No hacía falta que habláramos. El dolor ya había hablado por nosotras, en un lenguaje que no necesita palabras. Ahora tocaba resistir y, paso a paso, comenzar a reconstruir lo que había sido destruido en unas horas fatídicas.
Pero, a pesar de haberlo perdido todo —las certezas, la seguridad, quizás también la confianza—, todavía nos teníamos la una a la otra. Y esa, para mí, era el comienzo de algo nuevo, una semilla de esperanza que quizás con paciencia iría creciendo en medio del caos. En esa noche estrellada, en medio del silencio sobrecogedor, sentí que ese vínculo, esa unión entre Patricia y yo, era más fuerte que cualquier pérdida. Y que, juntas, podríamos llegar más lejos de lo que imaginábamos. —Todo estará bien, lo que importa es que nada malo te paso.
—Ellos destruyeron lo que por años me costó mantener en pie.
—Somos amigas, eso se puede levantar de nuevo, aunque ya tengo otros planes ahora. —ella me miro con dudas—. Ese salon ya no nos conviene. es momento de que expandas tu mundo laboral, amiga.
—Que quieres decir.
—Te tengo una propuesta y al mismo tiempo es un reto. —mi sueño e independencia debían seguir adelante, ahorita porque mi padre está mal de salud es que estoy ayudando un poco. pero eso no quiere decir que abandone lo que realmente quiero.