**MANUEL**
De repente, la voz de mi secretaria me sacó del laberinto de cifras, contratos y pensamientos dispersos. —Señor —dijo con tono cordial—, hay un cliente en la entrada que pregunta por un auto que aún no está a la venta. Insiste en hablar directamente con usted y dice que es algo urgente.
Suspiré, frustrado por la interrupción, sintiendo cómo el peso de todo lo que tenía en mente se comprimía un poco más. Sin embargo, una chispa de curiosidad empezó a avivarse en mí. ¿Un cliente interesado en un auto de carrera? ¿Quién podría saber de él antes de que siquiera llegara al mercado oficial?
—Dile que pase —respondí, acomodándome la corbata con cierta impaciencia, intentando mantener la compostura ante tanta incertidumbre. Sabía que, en mi mundo, las sorpresas no solían ser buenas noticias.
La puerta se abrió lentamente, y en ese instante, mi corazón dio un vuelco inesperado. No esperaba que fuera él. Sergio. Con su sonrisa confiada, esa mirada que había conocido desde la infancia, llena de confianza y un toque de desafío. Sus ojos brillaban con esa chispa de travesura que solía tener en aquellos tiempos de niños, pero que ahora parecía más madura, más segura. Mi rostro se iluminó momentáneamente con una mezcla de sorpresa y nostalgia. No obstante, esa emoción se convirtió en un torbellino agridulce al instante. A su lado, ella. Rita.
Mi corazón latió con fuerza, y por un momento, el mundo a mi alrededor pareció desvanecerse. Rita seguía igual, con esa expresión de determinación y dulzura que siempre lograba desarmarme. Sus ojos, que brillaban con una luz propia y auténtica, se cruzaron con los míos, creando un puente invisible entre nosotros, un instante congelado en el tiempo. Ella llevaba ropa de marca; eso no me cabía duda, su cabello alisado y un maquillaje impecable. Eso significa que están juntos. Lo típico, el hombre rico rescata a la chica pobre y la transforma en un cisne.
Un solo instante, solo uno, fue suficiente para que la esperanza volviera a encenderse en mi pecho. La sensación de oportunidad, de redención, de volver a empezar.
Pero esa chispa se apagó casi instantáneamente, como si una ráfaga de aire helado la hubiera barrido. La vi aferrarse al brazo de Sergio en una pose que parecía familiar, casi posesiva. Un gesto que, sin palabras, transmitía un mensaje silencioso, pero contundente: ella le pertenecía a él, que estaba a su lado y que allí, en ese momento, ella era solo suya. La escena me atravesó con la fuerza de un puñetazo en el estómago. La decepción se convirtió en un golpe directo, un silencio que retumbaba en mis oídos, más cortante que cualquier palabra.
Fue un recordatorio cruel de dónde estaba ahora, de quién era ahora. No era aquel joven lleno de sueños y promesas. No era el hombre que ella pudo haber amado en otro tiempo. Era solo Manuel, el dueño de esa concesionaria, el empresario con los logros y fracasos que lo definían en ese instante.
Y allí estaban ellos, frente a mí. Sergio con su sonrisa segura y Rita, esa mujer que había sido mi todo, ahora tomada por otro, como una evidencia palpable de mi fracaso. La escena se grabó en mi memoria, pues en ella se mezclaban el amor, la pérdida, y una lección dolorosa: los sueños del pasado, aunque buenos, a veces se convierten en cenizas en el presente.
—¿Manuel? ¿Eres tú? —dijo ella, una sorpresa genuina dibujada en su rostro, como si le costara aceptar que el hombre frente a ella era el mismo que una vez conoció.
—Trabajo aquí —respondí, sintiendo la torpeza de mis propias palabras. Me esforcé por mantener la compostura, por ser solo Manuel, el dueño del concesionario, y no el hombre que la había extrañado cada día.
—Ah, qué bien. Te ha ido muy bien —dijo con una sonrisa pequeña y educada. Me alegró verla, pero la frialdad en su voz me recordaba la distancia entre nosotros.
Entonces Sergio intervino, cortante, con la familiaridad de alguien que no necesita pedir permiso. Su tono de regaño hacia ella, tan natural, encendió la chispa de la furia que intentaba contener.
—Ya deja de socializar y vayamos a lo que vinimos —dijo, antes de dirigirse a mí con una exigencia directa—. Queremos el nuevo auto de carrera. Ese, que sé que ya tienen en su poder.
La petición era un pretexto. Los vi por lo que eran: dos personas que entraron a mi santuario, mi lugar de trabajo, para una exhibición de poder. Pero por la mirada de Rita, supe que ella no se sentía cómoda con la situación. Algo en sus ojos me decía que estaba atrapada entre su lealtad a Sergio y la historia que compartíamos.
—El Fénix. Sé exactamente de qué auto hablas. —le dije a Sergio, mi voz de dueño de negocio recuperando su profesionalismo—. No está a la venta todavía, pero puedo hacer una excepción. Síganme.
Los llevé por el almacén, pasando por modelos nuevos y llamativos. En el fondo, bajo una lona de seda, estaba el auto de carreras. El "Fénix", le llamábamos. Era un Aston Martin DB11, modificado para la pista. Su pintura negra mate reflejaba la luz con un brillo siniestro, sus líneas aerodinámicas eran una promesa de velocidad y su motor, un V12 biturbo, rugía incluso en el silencio. Su confiabilidad era legendaria; cada pieza había sido probada y revalidada, capaz de soportar la presión de una carrera y mantener a su piloto seguro. Era un auto para alguien que valora la fuerza y la resistencia, no solo la velocidad.
Mientras les mostraba el auto, mis ojos se posaron en Rita. Ella lo miraba con una fascinación que no podía disimular. A diferencia de Sergio, que solo veía poder y estatus, ella parecía ver su belleza y su potencial.
—Este auto tiene la mejor tecnología de seguridad —expliqué, mi voz más suave cuando la miraba a ella—. Es un auto para alguien que no puede permitirse un error, pero que no tiene miedo de tomar riesgos.
Sergio no le dio importancia a mi comentario. Se colocó al lado del auto, la mano apoyada sobre la carrocería, como si ya le perteneciera.
—Lo queremos —dijo, con la voz de quien da una orden—. ¿Cuál es el precio?
—El precio no es lo importante —repetí, ignorándolo por completo. Mis ojos se quedaron fijos en Rita. Era como si Sergio no estuviera allí. La sangre me hervía, pero la mantuve en calma—. Este auto no es para cualquiera. Es para alguien que sabe lo que quiere y no teme ir a buscarlo. Alguien que es fuerte.