LA FIESTA

1154 Words
**RITA** Esperaba al borde de la carretera, con el sol ocultándose y el corazón latiendo con fuerza, anticipando algo emocionante. El aire olía a polvo, gasolina y aventura, y sentía la intensidad del momento en la piel. Me sentía una fugitiva con estilo, lista para escapar sin destino fijo, segura de que la noche sería memorable. El bolso, ligero, pero lleno de planes y secretos, colgaba de mi hombro, y una mezcla de nervios y emoción ardía en mi interior. De repente, un rugido rompió el silencio de la tarde. Mi sonrisa se amplió antes de que el auto apareciera en la curva, cortando el aire con la precisión de un halcón en picada. Sergio. Mi hermano. Su coche de carrera, brillante y n***o como la noche sin luna, parecía desafiar las leyes de la gravedad, cortando el viento con arrogancia y velocidad. Era la personificación de su carácter: audaz, decidido, y siempre en control. Sus ojos brillaron con esa chispa de adrenalina que solo los pilotos experimentan, y en su expresión pude ver también la protección que siempre me brinda, esa sensación de que, sin importar qué pase, él estará allí para cuidarme. El auto se detuvo con una precisión milimétrica frente a mí. Sergio bajó la ventanilla, su rostro, mostrando esa mezcla de ternura y regaño que solo un hermano puede perfeccionar. La familiaridad en su mirada me hizo sentir segura, incluso en medio del caos emocional que esta noche me esperaba. —¿Lista para desaparecer por unas horas? —preguntó con su voz suave, pero con una chispa de picardía. Asentí con una sonrisa que no podía contener, una sonrisa que sabía una conspiración. Sabía que el verdadero juego empezaba ahora. Me subí al auto, sintiendo cómo el cuero del asiento me abrazaba como un refugio temporal, y el aroma de gasolina despertaba en mí esa parte impulsiva que quizás había estado dormida demasiado tiempo. Le di un beso en la mejilla a Sergio, y en ese instante, él arrancó sin perder tiempo, la velocidad casi tangible en el aire. —Al parecer, la madrastra también estará en la fiesta —reveló, como quien lanza una bomba sin prever el impacto. Mi corazón dio un vuelco, pero no de miedo, sino de emoción. Me giré hacia él con ojos brillantes, como si compartiéramos un secreto que solo nosotros entenderíamos. —Entonces, esta noche será interesante —susurré, levantando mi mano y sacando la máscara que llevaba en el bolso como la joya de mi anonimato. Negra, con detalles dorados que brillaban con la luz del sol, elegante y provocadora. La levanté frente a él, como si fuera un trofeo o un escudo, una nueva identidad en la que podía confiar. —No te expongas delante de ella, porque estos días ha estado furiosa, ya que tú no apareces. —Imposible que me reconozca —dije con una sonrisa traviesa, casi riendo. —Ni ella ni nadie. Esta noche soy otra. Sergio me miró de reojo, y aunque no dijo nada, su sonrisa torcida y esa chispa en sus ojos confirmaron que entendía el juego. Sabía que detrás de esa máscara había una mujer decidida, fuerte, que podía esconderse a plena vista y convertirse en quien quisiera ser por unas horas. La máscara no solo cubría mi rostro, sino que también borraba las dudas, los miedos, y las inseguridades que a veces afloran en la vida diaria. Mientras el auto avanzaba por la carretera, las sombras comenzaban a caer y el sol se despedía con un espectáculo de colores cálidos. La ciudad, con su caos y su brillo, esperaba ser conquistada desde las sombras, desde el anonimato que solo una máscara puede otorgar. —Hermano, siempre que tengo el privilegio de subirme a tu auto de carrera, siempre conduces como una tortuga. —Deja de quejarte, es por tu seguridad. También estará tu prometido. —Suelta una carcajada ruidosa. —Chistoso. Ese tipo no me merece. —En eso tienes razón. Hay que cuidarte y tienes apoyo esta vez. Esta noche, cada paso, cada mirada, cada palabra sería un hechizo, una aventura secreta en la que yo sería la protagonista oculta, la mujer que puede ser libre, audaz y auténtica, sin miedo a ser descubierta. Porque en ese mundo de luces y sombras, yo podía ser quien realmente deseaba ser — y lo haría a mi manera. Me coloqué la máscara con cuidado, como si con ese acto pudiera dejar atrás todo lo que fui hasta hoy. La noche había llegado con su promesa de anonimato y misterio, y esa máscara negra, adornada con delicados detalles dorados que brillaban con cada destello de la tenue luz del vestíbulo, era mi escudo y mi símbolo. Cubría justo lo necesario: mis ojos, parte de las mejillas, el silencio que necesitaba para ser distinta, para ser alguien más. Me miré en el espejo por última vez, ajustando la máscara con manos temblorosas, y sonreí con esa sonrisa que guardé solo para momentos como este. Era la clase de sonrisa que decía: “Aquí estoy, pero no soy quien parezco”. La confianza en esa expresión me advirtió que, por una noche, aquel pequeño acto de ocultar mi verdadera identidad me daría un poder absoluto. Sentí en el aire la expectación, la posibilidad de reinventarme, aunque solo fuera por unas horas. Sergio apareció a mi lado con esa elegancia que parecía predestinada. Me ofreció su brazo, impecable, como siempre, con un traje oscuro que marcaba cada línea de su figura y una sonrisa que parecía diseñada para cautivar cámaras, aunque en esta noche, sin cámaras, solo era una máscara más para disfrazar su nerviosismo. Nos encaminamos hacia la entrada del salón, y el aroma de la música, las risas y los susurros nos envolvió como una ola cálida, casi mágica. Era un espacio que parecía sacado de un cuento: luces suaves que amortiguaban la oscuridad, máscaras de todos los colores y estilos, vestidos que parecían vestidos de sueños e historias, y un murmullo constante, un flujo de secretos y deseos que nacían y morían en el aire. Al cruzar la puerta, la atmósfera cambió por completo. La música comenzó a vibrar en mis huesos, y en ese instante, me sentí más viva que nunca. Todo brillaba, todo fingía: la alegría, la pasión, incluso el interés que parecía en el ambiente. La noche se convertía en un escenario donde todos jugaban su papel, ocultando con disfraces, con máscaras y con palabras, quienes realmente eran. Y yo, del brazo de Sergio, me fusioné con esa ilusión, convertida en un misterio que todos querían resolver. —¿Quién es ella? —susurró una mujer, al fondo, en un tono casi conspirativo. Su voz traviesa y curiosa se perdió en el murmullo general. —Debe ser alguien importante —respondió otra, con esa intuición o quizás esa suposición que solo tiene el que intenta descifrar en la penumbra.
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