¿SER SU NOVIA?

1246 Words
**RITA** "Ser su novia" La pregunta me tomó por sorpresa, dejándome sin aliento. El tiempo pareció detenerse, y el sueño momentáneo que sentía se desvaneció por completo. Sentí un nudo en la garganta y la necesidad de aclarar las cosas. ¿Quién en su sano juicio hace esa pregunta de esa cuando está por llegar al tercer orgasmo? —No quiero. No está en mis planes. Continúa con lo que haces con tu lengua, me gusta. Su rostro se endureció, la calidez de antes se desvaneció, dejando solo una expresión de dolor y frustración. —¿Pero, si, andas con él? —Me seguirás viendo con él —contesté con firmeza. Me liberé de su agarre y me alejé unos pasos, poniendo una barrera invisible entre los dos—. No somos nada para que me quieras controlar. Tómalo como un amigo con beneficios nada más. Una chispa de rabia se encendió en sus ojos. Se llevó una mano al cabello, jalándolo con frustración. —No es control, Rita, te lo juro. Solamente me hierve la sangre cuando te abraza y tú le sonríes. Me hace sentir que no soy nada para ti. Sus palabras me dolieron, pero la verdad se queda enterrada. Nunca sabrá de mí y a mí no me interesa nada de su vida. sea rico o pobre, no es relevante en este momento. Mis sueños son grandes y tengo que cumplirlos. Además, mi padre no está en condiciones en este momento, debo concentrarme en mi herencia familiar. —Debo irme. —dije mientras corría al baño, la pasé muy bien y no más, vale que me inyecte un anticonceptivo, porque tampoco es el momento de traer niños al mundo. Me siguió al baño besándome y me propuso ser su novia. Le expliqué que no puedo aceptar por ahora. Mientras me enjabonaba, acariciaba mi piel, y su voz insistía en convencerme, pero no es mi intención en este momento. Él entendió, aunque su mirada reflejaba decepción. Salimos del baño, ambos en silencio, y nos vestimos. La tensión en el aire se podía cortar con un cuchillo. Sabía que había arruinado el momento, pero no podía ser de otra manera. No puedo ofrecerle una relación ahora, no sería justo ni para él ni para mí. —Cierra cuando te vayas. —Él es mejor que yo, por eso lo eliges. —y dele con lo mismo. si se refiere a Sergio, no había nada que discutir, siempre elegiría a mi hermano. —Lo siento. No me busques. Sin más, tomé mi maleta. El chofer de mi familia, puntual. Manuel me vio subir al auto. Sé lo que piensa: que soy la amante de Sergio. Me divierte imaginar su telenovela interna. Un triángulo amoroso… Si Sergio se entera, es capaz de matarlo a golpes. Ignoro a mi pobre amante, no sospecha nada de mí. Probablemente sí. No se imagina nada, mejor que siga creyendo eso. Al alejarme, miré y él continuaba en la entrada. Al llegar a la casa, le dije a un empleado que llevara mi maleta a mi dormitorio. Cuando abrí la puerta de mi casa, el sonido de los gritos me golpeó como una bofetada. Dejé caer las llaves en la mesa de la entrada y me quité los tacones, resignada. Sabía que se avecinaba una de esas noches largas. Julia, mi madrastra, estaba fuera de control. Su voz, normalmente aguda y chillona, ahora era un aullido de furia. —¡No voy a permitir que me prohíbas ver a mi esposo! —gritó Julia. Su cabello se encontraba desordenado, mientras que su rostro, habitualmente impecable, se encontraba rojo y manchado de lágrimas. Mi padre, un hombre que prefería la paz sobre todas las cosas, intentaba calmarla. —Cálmate, Julia. Te estoy pidiendo un poco de espacio, nada más. —¿Espacio? ¿Acaso crees que soy una pieza de tu mobiliario, que puedes mover a tu antojo? —Julia sollozó, y se llevó las manos a la cara. Miré al médico queriendo sacarla, pero en eso miré a la niñera que contraté y era un muro para que ella no se acercara a mi padre. El eco de mis pasos resonaba en el pasillo mientras me dirigía al dormitorio de papá. La escena que encontré no era nada nueva: el aire cargado de la habitual tensión, los gritos de la niñera y Julia, la pareja de mi padre, convirtiendo el espacio en un campo de batalla. Me quedé en el umbral, sintiéndome invisible, pero esta vez fue diferente. Papá me vio, y en el breve segundo en que nuestros ojos se encontraron, vi en los suyos un destello de súplica. —¿Qué pasa aquí? —pregunté, mi voz rompiendo la tensión. La niñera, con los nervios a flor de piel, respondió de inmediato. —Señorita, esta mujer ha hecho un escándalo. El señor debe tener tranquilidad. Julia la interrumpió, con su voz destilando veneno. —Mira, gata, yo soy la señora de la casa, a mí me respetas. El cansancio de años de este drama me dio la fuerza para actuar. —Julia, sal de aquí —dije con una firmeza que la sorprendió. Sabía que la balanza había cambiado. Papá ya no estaba de su lado. Su autoridad sobre él, el pilar de su poder, se había desmoronado. —¿Cómo te atreves? —siseó, pero su voz ya no tenía la misma fuerza. —Doctor, atienda a mi padre, yo me encargo de ella —le dije al médico que esperaba a un lado. Tomé a Julia por la mano y la saqué del dormitorio casi a empujones. La furia y el rencor la seguían como una sombra mientras la arrastraba. La solté al final del pasillo, mi aliento agitado. —Esta es la última vez que entras a ese dormitorio —le advertí, mi voz baja y controlada, pero con el filo de una espada. —¿Qué le dijiste a tu padre para que no me volteara ni a ver? — preguntó, la incredulidad y la rabia, luchando por el control de su rostro. —Él lo sabe todo —respondí—. Tus manipulaciones y lo de los medicamentos. Esta vez, ¿te pasaste? Sus ojos se estrecharon. La verdad la golpeó, una verdad que ella creía haber mantenido oculta. "—Tú eres una piedra en mi zapato", murmuró antes de dar media vuelta y retirarse. La observé alejarse, una figura llena de resentimiento. Solo el dolor de cabeza que me dejó su presencia me recordó el agotamiento de tener que lidiar con esa mujer. —¡Señorita! —La voz aguda de una empleada me sacó de mis pensamientos. Corría hacia mí con el rostro desencajado, y por un instante, el susto me paralizó. —¿Qué ha pasado? —pregunté, el corazón acelerado por la urgencia en su mirada. —Es el señor Milton… ha regresado. Y viene con su familia. No tuve tiempo de procesar la noticia. En ese momento, vi a mi sobrino de ocho años correr hacia mí con los brazos abiertos, su mochila rebotando en la espalda y una sonrisa que iluminaba todo el pasillo. —¡Tía Rita, estoy aquí! —gritó, lanzándose a mis brazos. Lo abracé con fuerza, sintiendo cómo su cuerpecito temblaba de emoción. Le acaricié el cabello con ternura. —Ven con la tía, el abuelo se alegrará de verte —le dije, conteniendo la oleada de nostalgia que me invadía. —Hermanita…
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