**MANUEL**
Sonreí. Perfecto. Justo lo que necesitaba. Una excusa para desconectarme, para dejar de pensar, para fingir que todo está bien. Sabía que, en esa fiesta, podía soltar las ataduras, dejar que la máscara que me cubre en días normales se desvaneciera por unas horas, y convertirme en alguien nuevo. O en nadie.
—Asistiré. Me cayó del cielo esta invitación —dije, sintiendo por primera vez en días una chispa de entusiasmo genuino que parecía despertar en mi interior un brillo perdido.
Nahún me miró con una expresión mezcla de picardía y curiosidad. Su ceja alzada revelaba que sabía más de lo que estaba diciendo, aunque no dijo nada todavía. En cambio, preguntó con ironía:
—¿Y a quién vas a llevar? Es con pareja.
Me quedé en silencio unos segundos, sintiendo cómo la duda me cortaba la respiración. Pensé en Rita. En su mirada esquiva, en su voz temblorosa, en el silencio que se hizo entre nosotros la última vez que hablamos. La figura de ella se agitaba en mi cabeza, como un retrato borroso, incompleto, pero persistente. Ella no es de este mundo. No encaja en fiestas como esta. No encaja en mi vida. No debería siquiera considerarlo.
—Ya veré —respondí, fingiendo indiferencia, aunque internamente sabía que no era así. No podía negar que ella era, de alguna manera, parte de ese deseo de fuga, aunque me costara admitirlo. La opción de Débora y Priscila flotaba en mi mente como un ruido de fondo, pero ninguna de ellas tenía ese halo de misterio que rodeaba a Rita, esa aura de incertidumbre que, en realidad, me atraía más que cualquier otra cosa.
Nahún sonrió suavemente, como si supiera que mentía, pero en lugar de decir algo más, se levantó, dejando en el aire una especie de complicidad tácita. Salió de la oficina con esa gracia burlona y esa actitud de quien ha visto todo y nada le sorprende, dejando tras de sí un rastro de preguntas sin responder y la invitación aún en mi mano, como un secreto bien guardado.
Quedé allí unos minutos más, mirando esa invitación. Aunque siento que el perfume de Rita aún permanecía en mis sentidos, como un perfume que no se va con el tiempo, que se incrusta en la piel y en los pensamientos. La noche prometía ser una encrucijada; entre lo que deseaba y lo que debía evitar, entre la máscara y el rostro verdadero.
Llegué a casa con la cabeza aún cargada de pensamientos que no quería tener. El día había sido largo, cansado, y mi mente seguía girando en torno a cosas que, en realidad, no deberían importarme tanto. Rita. La invitación. El aroma que se quedó en mi ropa, como un recuerdo persistente y molestoso. Me odiaba un poco por eso, por que todavía me afectaba, por que no lograba sacarla de mis pensamientos, esa sensación abrasadora que me aturdiaba y no me dejaba descansar.
Apenas crucé la puerta, escuché pasos apresurados y la voz de Camila, mi hermana, que apareció como un torbellino de emoción y entusiasmo. Sus ojos brillaban con intensidad, y su energía desbordaba más allá de lo habitual.
—¡Manuel! ¡Nos invitaron a la fiesta de máscaras! —exclamó, agitando un sobre rojo como si fuera un boleto dorado a otro universo, a una dimensión de magia y misterio.
Me quedé quieto, sorprendido. ¿Nos?
—¿Qué? ¿Quién te lo dio? —pregunté, tratando de esconder mi desconcierto.
—Me lo entregaron en la academia. Es oficial. ¡Vamos a ir! —dijo con una sonrisa radiante, como si la vida misma se hubiera transformado en esa noche de disfraces, música y risas enmascaradas.
Suspiré. Largo. Profundo. No por la fiesta en sí, sino por lo que eso implicaba, por lo que podía suceder. Camila era joven, impulsiva, llena de sueños y sueños por cumplir; en su mundo, una simple invitación podía ser la puerta a algo más grande, una aventura que quizás no estaba lista para entender del todo. Pero para mí, esa invitación traía consigo un peso, una sensación de riesgo escondido en cada detalle.
—Está bien —dije al fin, tomando el sobre de sus manos, sintiendo el peso de esa decisión—. Iremos juntos. No voy a permitir que otro imbécil te lleve sola.
Ella me miró sorprendida, pero, enseguida, su expresión se suavizó y esbozó una sonrisa de complicidad.
—Perfecto. Así nadie se atreverá a molestarme —dijo, y luego bajó la voz, casi en secreto—. Además, mi estrella también irá.
—¿Tu estrella? —pregunté, aunque ya tenía una idea, esa sensación que me atravesaba cada vez que ella mencionaba a Sergio.
—Sergio —respondió, con ese tono soñador y despistado que tanto le caracterizaba—. Va a estar ahí. Lo dijeron en el grupo. ¡Imagínate! Es que ya me mira bailar con él.
Bufé por dentro envidia y fastidio. Sergio, el corredor perfecto, el héroe idolatrado, siempre tan confiado y aparentemente invencible. No entendía qué veía Camila en su máscara de perfección. Cada vez que los imaginaba juntos, la bilis me subía por la garganta. ¿Acaso no se daba cuenta de que él era pura fachada? Detrás de esa sonrisa Colgate y esos músculos esculpidos se escondía un egoísmo atroz.
Yo, en cambio, la conocía de verdad. Sabía de sus miedos, de sus inseguridades, de su pasión por la literatura latinoamericana. Cosas que, a Sergio, con su mente enfocada únicamente en el próximo maratón, le importaban un comino. Ese hombre, al igual que yo, tiene una única y miserable intención: la de buscar el efímero placer de acostarse con una mujer, para después, sin el menor remordimiento, olvidarla por completo, como si no fuera más que un objeto desechable. Al observar su comportamiento, al darme cuenta de que sus motivaciones son idénticas a las mías, no puedo evitar sentir una profunda vergüenza. Viéndome reflejado en él, reconociendo esa misma actitud despreciable en mis propios actos, me doy cuenta de la clase de persona que soy: un auténtico desgraciado, un ser lamentable que solo busca su propio beneficio a costa de los sentimientos de los demás. Agite mi cabeza.
—No te emociones tanto. Es solo una fiesta —dije, intentando sonar indiferente, aunque el tono se tornó más áspero de lo que quería.
Pero, en realidad, algo más vibraba en mi interior, algo que no lograba nombrar. Era una incomodidad, una especie de vacío que se agolpaba y que tenía mucho que ver con Rita. Esa mujer que todavía rondaba en mis pensamientos con su aroma único y esa forma de mirarme que me hacía sentir tan vulnerable. La idea de que las máscaras en esa noche ocultaran tanto más que una simple sonrisa o un disfraz me perturbaba.