**RITA**
Él se sonrió, y su risa era el sonido de la tranquilidad. Juntos, recorrimos cada habitación. Me mostró el amplio salón, la cocina de diseño minimalista con sus electrodomésticos de acero, y la habitación principal con su cama enorme y sus vistas a la montaña. Era como si me estuviera entregando un mapa de su propio universo. Él se había mudado hace un año a este mismo edificio, y ahora, al ceder el espacio, me estaba dando una parte de sí mismo.
—Hay algo que tengo que decirte —dijo de repente, mientras abría la puerta de cristal del balcón. El sonido del metal al deslizarse rompió el silencio del apartamento. La brisa, fresca y salada, nos envolvió.
La sensación de euforia que me había invadido se desvaneció. Un escalofrío me recorrió la espalda. —Pronto me iré —continuó, con la mirada fija en el horizonte.
—¿Adónde? —mi voz sonó más pequeña de lo que esperaba.
—Tengo que viajar a Inglaterra, ya que tengo compromisos que cumplir. El nuevo negocio necesita toda mi atención. Quería dejarte a cargo de algo. Estoy empezando con un resort en la costa. Llevo meses planeándolo.
Me senté en el sofá de cuero, con las manos temblorosas. El peso de la noticia me golpeó de lleno. —¿Y me lo dices así, de golpe? —mi voz contenía una mezcla de decepción y pánico.
Él se acercó y se sentó a mi lado. El sofá se hundió bajo su peso, y sentí su calor familiar. Tomó mi mano entre las suyas. —No estarás sola. Ni un segundo.
Precisamente, quiero que te familiarices con el proyecto. Te dejaré a cargo de algunas cosas. La parte del diseño interior, los pequeños detalles.
Lo miré, sorprendida. El pánico que sentía empezó a transformarse en una extraña emoción, algo parecido al asombro. —¿Yo? Pero, Sergio, yo no sé nada de resorts… Lo que hice con papá fue marketing con los hoteles.
—Confío en ti. Más que en nadie —dijo con una firmeza que no admitía réplica—. Eres la persona más organizada y con mejor ojo que conozco. Este resort necesita una mujer con visión, que entienda lo que la gente quiere sentir. Necesita tu toque.
Mi corazón se llenó de un torbellino de emociones: emoción, nerviosismo y una profunda gratitud. De repente, el apartamento no era solo una nueva casa. Era el primer paso de un camino que nunca imaginé. Era una oportunidad que mi hermano, en un acto de fe y generosidad, me estaba entregando.
—¿Cuándo vamos a verlo? —pregunté, sintiendo un cosquilleo en las manos.
Sergio sonrió. Una sonrisa que llegaba a sus ojos.
—Mañana. Quiero que lo veas, que lo sientas. Que te enamores de él de la misma manera que yo lo he hecho.
Dormí como una niña en una hermosa cama de agua; mi hermano es el mejor. La mañana siguiente amaneció con un sol que se sentía más como una bienvenida que como un simple amanecer. Me levanté con una energía que hacía mucho tiempo no experimentaba, una mezcla vibrante de nerviosismo y una emoción incontrolable. Sergio ya estaba en la sala, con una taza de café en una mano y su teléfono en la otra, inmerso en un torbellino de correos electrónicos y llamadas. Pero al verme, toda esa seriedad se desvaneció en una sonrisa que me tranquilizó al instante.
—Hoy empieza tu recorrido —dijo, extendiendo una carpeta de cuero que parecía contener un universo de posibilidades. Dentro, había planos, presupuestos y nombres de empresas y personas que apenas reconocía. Era mi primer mapa.
Manejo por una hora y llegamos a un sitio mágico. Una brisa salada nos recibió. A unos metros, un carrito eléctrico esperaba para llevarnos a través de un camino de palmeras hacia el corazón del resort. A cada paso, Sergio se detenía para presentarme a alguien: un arquitecto de mirada intensa, un decorador con un aura bohemia, proveedores que hablaban con pasión sobre sus materiales. Todos me miraban con un respeto que me desarmó. Ya no era solo “la hermana de Sergio”; era la mujer que iba a tomar decisiones.
Llegamos a lo que sería una de las salas más importantes. Aún era un esqueleto de concreto y acero, pero las columnas se alzaban con elegancia y los ventanales enmarcaban una vista espectacular del mar. Sergio me miró, y en sus ojos vi la confianza que me había prometido.
—Aquí quiero que pongas tu toque —dijo, su voz resonando en el espacio vacío—. Este salón debe ser la joya del resort. Un lugar clave para atraer a clientes de alto perfil. No quiero que sea un simple espacio, quiero que sea inolvidable.
Me quedé observando el lugar. Cerré los ojos e, inmediatamente, el espacio se llenó de vida. Vi cortinas de lino que bailaban con la brisa, lámparas de diseño colgadas del techo alto, y la música suave de un piano que se mezclaba con el murmullo del océano. Sentí el aroma a flores exóticas y la suavidad de las alfombras bajo mis pies. La imagen era tan clara que no pude evitar sonreír.
—¿Puedo cambiar el concepto? —pregunté, sin titubear.
Sergio me miró con sorpresa, pero luego su expresión se suavizó en una sonrisa de aprobación. —Hazlo tuyo. Quiero que lo hagas tú.
Y lo hice. Las horas se convirtieron en un torbellino de actividad. Recorrí el resort de un extremo a otro, con mi carpeta y un cuaderno de notas. Hablé con el equipo de construcción, hice preguntas que nunca antes me habrían interesado, discutí texturas y colores con el decorador. Me sentía viva, útil, poderosa.
Al final del día, cuando el sol comenzaba a despedirse, Sergio me llevó a la terraza del futuro restaurante. Nos sentamos en el borde, con los pies colgados sobre un abismo de tierra y cemento. El cielo era un lienzo de naranja, rosa y violeta, y el mar parecía una pintura en movimiento, reflejando el último aliento de luz.
—¿Cómo te sientes? —preguntó, con una voz suave que contrastaba con el estruendo de la tarde.
—Como si estuviera despertando —respondí, y la frase salió de mi boca sin pensarlo, pero sabía que era la verdad.
Él me miró con una profunda satisfacción. En ese momento, no sentí que dependía de él. Sentí que éramos dos socios, dos creadores, y que mi visión era tan importante como la suya. Y por primera vez en mi vida, no solo tenía una voz, sino que sentía que tenía un propósito.
Sergio se levantó para atender una llamada, dejándome sola con la majestuosidad de la puesta de sol. Cerré los ojos y respiré hondo, dejando que el aire salado y la energía del lugar me llenaran por completo. Este lugar no era solo un resort. Era mi lienzo. Era el inicio de mi historia.