Capítulo 2: Revolviendo mis emociones

3817 Words
(Ray)     Me arrepentí en cuanto bajé el hacha. Su mirada suplicante, sus ojos sinceros y puros, su corazón que latía desbocado, su respiración agitada… Sus pensamientos. Para ser franco conmigo mismo, me arrepentí todo el tiempo. Si esa chica no hubiera sido igual a Marina, estoy seguro de que no le hubiese podido hacer daño alguno, pero Marina no podía ganar otra vez, habíamos esperado quinientos años para destruirla y, si no lo hacíamos cuando estuviera en su fase más débil, ella nos destruiría a nosotros. Por eso, aunque todavía no pudiera matarla, ganas no me faltaban. Soy Raymond Kaulitz, Ray para mis amigos… y para mis enemigos. Para los humanos, soy un exitoso empresario; aquí, soy el líder de este grupo que tenemos secuestrada a Abril Villavicencio, amante de Ricardo Sánchez, quien es mano derecha de Marina y vampiro como nosotros, es nuestro mayor enemigo, aparece cada tanto, en cada una de las vidas reencarnadas de Marina, para terminar lo que empezaron hace... ―Esto es cruel y despiadado ―espetó Manuel y me apartó de mis pensamientos. ―No es real Manuel, no tengo que decírtelo ―contesté con tranquilidad contenida, yo mismo estaba molesto con la situación, no necesitaba que me lo reprocharan. ―Pero no puedes hacerle eso. ―¿Preferirías que fuera real? ―pregunté mirándolo directo a los ojos―. Estuve a punto de hacerlo y lo sabes, pero por ahora solo necesito bajar sus defensas, no puedo matarla, sabes que no podemos, no por el momento. ―Pero ella… ―¿Quieres que lo haga de verdad? ―le consulté una vez más con ironía. ―No. ―Entonces no vuelvas a criticar mis decisiones. ―Manuel era un buen tipo, aunque nunca había logrado confiar del todo en él. Me fui a mi despacho, necesitaba estar solo. Me asomé a la ventana. ¿Qué tanto de verdad tendría lo que ella pensaba? ¿Por qué se culpaba a sí misma? Su mirada era sincera, por momentos me hacía recordar otra mirada, la mirada que, a pesar de los años y a pesar del dolor, no podía olvidar ni dejar de amar; sin embargo, Abril era idéntica a Marina, a quien no dejaría de odiar ni de temer. Las imágenes de ambas mujeres se sucedían una tras otra en mi cabeza, sin dar tregua, provocando un cúmulo de sensaciones y emociones difíciles de manejar. ―Ray. ―Nick, mi mejor amigo, entró al despacho, su don es el de leer los pensamientos, él me decía lo que pasaba por la mente de Abril aquella noche. ―¿Estás seguro de lo que ella pensaba? ―pregunté, dudaba de la inocencia de esa mujer tan igual a Marina. ―Por supuesto, Ray esa chica… ―No digas nada, Nick, no digas nada por favor. ―Sabía lo que venía, el sermón de no dejarme impresionar por su mirada y su cinismo o que creyera en ella. Ambas cosas imposibles para mí en ese momento. Salí del despacho y fui a ver a Abril que estaba en el sótano de la casa, atada a una mesa de torturas como en el siglo XVI. Verla allí dormida y tan desvalida provocó en mí una conmoción nada agradable, pero no me dejaría impresionar por esa mujer de nuevo, cuando lo hice, me quitó todo, incluso la vida. ―Salgan todos de aquí ―ordené. Estaba más molesto de lo que quería admitir. ―Ray… ―comenzó a decir Manuel.        ―¡Fuera! ―rugí, no quería escuchar a nadie. Creo que eso despertó a la muchcacha porque abrió los ojos y me miró; su mirada era tan penetrante que no sabía si era miedo o desafío lo que veía en sus ojos. Nick siseó para hablarme antes de salir, la frecuencia con la que podíamos hablar era demasiado baja para que Abril, o cualquier otro ser humano, nos escuchara. Los labios de la chica temblaban, el frío hacía castañear sus dientes. Se movió un poco incómoda. La desaté y caminé hacia la puerta. Ella no se movió, no quería causar mi enojo otra vez, me sentí un desgraciado y me volví contrariado. ―Vamos, ¿no necesitas usar el baño? Abril se sentó y se miró la mano vendada, era una gran venda, aunque no le dolía, creyó que le habíamos puesto algún tipo de sedante. Me acerqué a la mesa, la tomé de la cintura y la bajé, quise besarla, pero me di la vuelta para no caer en sus redes. ―Apresúrate. Abril me siguió, no tan rápido como ella deseaba, el frío no la dejaba moverse con libertad y sentí lástima por ella. La llevé al segundo piso, a mi cuarto, ella quedó impresionada, estaba decorado al estilo del siglo XVI, como casi toda la casa. Solo la biblioteca y mi oficina tenía las comodidades del siglo XXI. ―Ahí está el baño, no intentes escapar ni hacer ninguna estupidez ―le advertí. Yo la esperé un rato, Nick me avisó que se estaba demorando a propósito en el baño, no quería salir, no quería encontrarse conmigo de nuevo, pensaba que podía quedarse para siempre allí y no volver a ver a ninguno de nosotros, menos a mí, que le corté la mano sin ningún miramiento ni piedad. Esa chica hacía que me sintiera un gusano y no iba a permitírselo. ―Abril, si no sales de inmediato, entraré por ti y no te va a gustar, te lo aseguro ―la amenacé. Ella abrió la puerta con gran lentitud, asomó la cabeza y me miró asustada, no quería salir y no quería llorar, no obstante, las lágrimas amenazaban salir a torrentes de sus ojos. Si Leo no estaba provocando esas emociones, como había asegurado, no entendía su cobardía.   ―Acuéstate ―le pedí, ya no quería asustarla más. ―¿Aquí? ―Tienes frío, ¿no? ―Sí. ―Voy a atarte para que no hagas nada estúpido. Abril se acostó y yo la arropé, me miró, se sintió cálida y confortada, deseó abrazarse a mí, hasta que yo rocé su cuello y, al sentir el frío gélido de mis manos, se estremeció. ―¿Quisieras que tuviera la misma temperatura que tú? Ella me miró con los ojos muy abiertos, creyó que podía leer su mente, en realidad, era tan transparente que Nick solo me confirmaba lo que yo podía leer en sus ojos. Dudé que ella fuera Marina, tendría que ser muy buena actriz. ―No, cariño, no puedo leer tu mente, ya quisiera, pero sé muy bien lo que piensas y no te voy a dejar ir, por lo menos no por ahora ―le expliqué mientras le ataba un brazo a la cama, le tomé el brazo de la venda y se lo puse bajo las mantas. No quería hacerlo de esa forma, quería decirle que aquello era una mentira, que su mano estaba intacta pero no podía, me haría vulnerable ante ella. Abril me confundía―. Espero que no te duela mucho. ―Atiné a decir. Ella solo me miraba, mis frías manos la entumecían, pero, de alguna forma, le gustaba. ―¿Quieres saber por qué soy tan frío? ―No ―contestó, sabía que, fuera cual fuera la respuesta, no le gustaría. Era tan frágil que me era imposible querer lastimarla, aunque era lo que debía hacer―. No saldré viva de aquí, ¿verdad? ―Eres muy perspicaz ―dije lo primero que se me ocurrió y salí del cuarto para escapar de su dulce mirada sin reproche, la que me condenaba, pues mis ganas de asesinarla volvían una y otra vez con fuerza. Nick me esperaba en la sala para decirme lo que pasaba por la mente de Abril en esos momentos: pensó en su mano, no le dolía y eso era bueno, no tenía tolerancia al dolor; estaba aterrada, no entendía nada y la respuesta a su pregunta fue clara, no saldría viva, pese a que no fue esa mi intención, eso pareció; se sentía atraída por mí, sentía que podía pasar horas mirándome sin cansarse y a la vez se preguntaba qué sería lo próximo que le haría. Todos sabíamos por qué le pasaba lo último, fascinación, un efecto que provocamos los vampiros en los humanos para hacer más fácil la caza; por supuesto, yo no lo había usado en ella, lo provocaba sin querer. Nick interrumpió mis pensamientos para decirme que Abril estaba pensando en que, por lo menos, no habíamos intentado abusarla, aunque, en realidad, sentía que ni siquiera la habíamos mirado con lascivia y no le molestaría si yo lo hiciera, que solo la había mirado con hambre; sonreí ante esa afirmación, en cierto modo, era verdad, olía demasiado bien, su miedo hacía que corriera más rápido su deliciosa sangre por sus venas y dejaba en el aire su aroma… ―Está pensando en Ricardo ―interrumpió Nick la enajenación en la que estaba entrando―. Está enojada, sabe que es su culpa estar aquí sufriendo y no lo considera justo. ―Claro que no es justo ―acepté. Los demás entraron en ese momento―. Pero ya está aquí y no podemos hacer nada. ―Ray, ¿y si la dejamos ir? Ella no nos servirá de nada acá, al contrario, solo revuelve tus emociones y estoy seguro de que esa chica no tiene nada que ver con Marina ―sugirió Nick. ―No lo sé. ¿Y si nos delata? ―En mi fuero interno no quería dejarla ir. ―No lo hará ―intervino Leo―, está demasiado asustada y después de lo de su mano, menos, ella solo quiere irse y olvidarse de todo esto. ―Además, no sabe gran cosa ¿Qué podría hacer? ¿Ir a la policía? Sería ridículo ―intervino Max. ―Tengo que asegurarme de que no hable o que no sea Marina jugando con nosotros. Nick tenía razón, Abril revolvía mis sentimientos, pero no la dejaría ir. ―Ray, por favor, no entiendo, esa chica está demasiado asustada para hacer nada que vaya en contra de nuestras órdenes, podemos hipnotizarla para que no hable, borrarle la memoria de lo que ocurrió aquí, no sé, podemos hacer tantas cosas para que no nos delate… ―Márcala ―sugirió Manuel. ―Yo no hago eso. ―El solo pensarlo me molestó, no le haría aquello a Abril. ―Sería una posibilidad ―concordó Nick―, es alguien especial para ti. ―¡Basta! ¿Ricardo no contesta?  ―No quería hablar del tema. ―No ―contestó Leo. ―Vuelve a intentarlo ―ordené con furia. Todos me miraron sorprendidos, yo no era de dictar órdenes como un tirano, pero estaba muy enfadado. Leo marcó el número y esperó, en cuanto contestó, me entregó el celular. ―Tu chica está sufriendo mucho ―dije en cuanto oí la voz de Ricardo. ―A ti te importa más que a mí. Además, sé que no serás capaz de hacerle daño. Los dos lo sabemos. ―¿Eso crees? Subí la escalera y entré al cuarto de Abril, la joven se encogió en la cama nada más verme y me sentí peor. ―Es Ricardo, tu novio, dile lo que te hemos hecho ―le ordené poniendo el teléfono en su oído. ―Ricardo ―sollozó Abril―, por favor… sácame de aquí… ya no puedo más… De tener corazón, habría estado sangrando. ―Cálmate, mi amor, ellos no te harán ningún daño. ―Mi oído perfecto captaba sin problemas la voz de Ricardo al otro lado del auricular y que la llamara “mi amor” despertaba todos mis instintos asesinos. ―¿No? ¡Me cortaron la mano, Ricardo! Me… Me… Abril lloró aún más al darse cuenta de que Ricardo no estaba preocupado por ella. ―Cálmate, amor, y piensa, ellos no… Aparté el teléfono y miré a Abril que lloraba con mucha tristeza, no puedo negar que sentí lástima, pero también quería acabar con ella. Caminé hasta la escalera. ―No es verdad, ¿cierto? No le cortaste la mano ―me habló Ricardo, casi podía ver su sonrisa irónica. ―Ella misma te lo confirmó ―contesté sin emoción. ―Pero no es cierto. ―¿Ella te mentiría con algo así? Escuchaste cómo estaba, no lloraba por nada. ―No fuiste capaz. ―Volvió a reír―. No te bastan tus otras derrotas. ¿Cuándo entenderás que jamás me ganarás? ―Esta vez será diferente. ―O eso esperaba. ―¿Por qué? ¿Porque tienes a la chica? Te aviso que es la equivocada. ―¡Mientes! ―¿La chica equivocada? Si ella no era Marina, ¿quién era? ―Si así fuera, ¿por qué crees que no he ido a buscarla? ―Porque estás convencido de que no la lastimaremos. ―Te aseguro que si fuera quien piensas ya la tendría conmigo, ¿tú crees que dejaría a Marina un minuto contigo? ―Entonces no te importará si la quemo viva. ―Me encantaría verlo. ―Si no vienes esta noche, la quemaré sin ningún miramiento. ―No serás capaz. ―Pruébame ―lo amenacé―. No vengas esta noche y te lo demostraré. Ricardo parecía muy divertido con la conversación y eso me enojaba aún más. ―Sí, tal vez me dé una vuelta por ahí, pero no para salvarla, sino para ver cómo lo haces. ―Te lo demostraré. ¿Tú crees que yo podría sentir lástima o un ápice de compasión por esa mujer? ―No deberías ―ironizó―, pero tu corazón la ama. ―¡No es cierto! Lo verás esta noche. Colgué. Me quedé con el teléfono en el mano, derrotado. Ninguno de mis amigos se atrevió a hablar, en cierto modo, Ricardo tenía razón, no sería capaz de lastimarla, por lo menos no cuando me miraba como… El problema era que mis ansias de terminar con ella para siempre no menguaban. ―Debes dejarla ir. ―Manuel fue el primero en hablar, lo que me sacó de quicio. ―No. ―Fui hacia la sala. ―Vamos, Ray, no puedes darle en el gusto a Ricardo. ―Manuel me siguió. ―Si la dejo ir, le daré la razón y en el gusto a Ricardo. ―Pero ella no tiene la culpa de lo que haga o diga Ricardo. ―Son novios, ¿acaso no ves como el la trata? ―Pero ella insiste en que no, ¿por qué no le crees? ―Manuel, no sabes nada de todo esto. ―No es justo. ―La vida no es justa, Manuel, ya deberías saberlo. ―Me volví para mirarlo a la cara. Me molestaba que él la defendiera tanto. ―Ray… ―Manuel intentó calmarse―. Ray escucha… ―Está amaneciendo. ―Observé mirando afuera, debía decidir pronto lo que haría con Abril. ―¿Qué vas a hacer? ―preguntó Max. ―Esperar hasta esta noche. ―¿Y si no viene? ―inquirió un temeroso Manuel. La ira que sentía en mi interior no me dejaba pensar bien, iba a hacerlo de verdad. Deseaba matarla. Aunque los planes iniciales eran cortarle las manos y dejarla incapacitada para hacernos daño, cuando la vi y noté que no tenía el carácter de Marina decidí cambiar de estrategia: hacerle creer que la torturaríamos y mataríamos muy lentamente, pero la conversación con Ricardo y la intervención de Manuel me hacían muy difícil no querer desquitarme con esa mujer y asesinarla sin contemplaciones. ―La quemaré. ―¿Viva? ―Manuel se horrorizó. ―Así es, ¿quieres que la mate y luego la queme? No se puede morir dos veces. La idea de quemarla viva fue espeluznante hasta para mí y caí en cuenta de que no podría hacerla sufrir de esa forma; es más, la intervención de ese hombre me hacía quererla solo para mí. ―¡No puedes hacer eso! ―espetó aterrado. ―¿Ah no? ―Lo miré con rabia. Volví a la escalera, necesitaba ver cómo estaba Abril, lloraba demasiado, su corazón latía apresurado, estaba en total descontrol de sí misma, debía tranquilizarse o colapsaría. Tendría que hacerla dormir. Pensar en estar con ella calmaba mis emociones, aunque también las exacerbaba. Manuel me interceptó el camino y me enfurecí. ―No la puedes quemar viva, no merece eso ―me increpó, como si yo no lo supiera. ―¿Tanto te importa? ¿Nick? ―Sabía que Nick era el único que me podía decir porqué Manuel la defendía tanto, después de que él mismo la llevó a la casa sabiendo a lo que iba o, por lo menos, imaginándolo. ―Siente aprecio por ella ―contestó Nick de mala gana. ―Y no quiere que hagamos sufrir a su mortal ¿verdad? ―Los celos se apoderaron de mí en total descontrol.  ―Ray, nunca te vi así, al contrario, siempre has… ―No me conoces de nada, Manuel, todavía no… Ahora vas a empezar a conocerme. Manuel miró a los otros hombres que estaban abatidos y me sentí culpable. ―No puedes hacerle eso ―insistió Manuel en voz baja. ―Sí puedo y lo disfrutaré más todavía. ―No quería sentirme así, pero no podía evitarlo, mis celos eran más fuertes que yo, sin entender el porqué de ellos. ―¡No! ―Mientras más te metas, peor le irá a ella, mejor que no intervengas Pasé por el lado de Manuel, ya no me detuvo; me paré fuera del cuarto de Abril y escuché, había dejado de llorar, dormía cansada, abrí la puerta y la observé, tenía el rostro congestionado y sollozaba haciendo pucheros. No lo merecía, eso era seguro, ¿o no lo estaba tanto? ¿Por qué tenía que ser igual a Marina? Si era ella, merecía todo lo que le hiciéramos y más, pero si no, entonces su único pecado era ser idéntica a ella. Me acerqué a la cama y quise acariciar su rostro, secar sus lágrimas, pero mis manos frías la despertarían y se asustaría de mí. Salí del cuarto y de la casa a la velocidad del rayo, no quería pensar. Por más que corrí, no pude escapar de mis sentimientos y pensamientos. En medio del bosque me detuve, me atormentaba el recuerdo de las dos mujeres que marcaron mi vida: Marina e Isabel. Marina, la que destruyó mi vida en todos los sentidos: emocional, material y físicamente, con la que estábamos en disputa desde hacía quinientos años y a la que debíamos destruir en unos cuantos meses, si no lo conseguíamos cuando estuviera más vulnerable, nos esperarían otros cinco siglos de luchas y peligros; de no poder pasar un día sin el temor que apareciera para acabar con nosotros; no podríamos vivir tranquilos. Y una vida así no es agradable.   En cambio, Isabel… Isabel era buena, fue el amor de mi vida… hasta que me dejó plantado en el altar. Nunca la volví a ver, no hubo una explicación, ni una carta, nada. Desapareció y nos dejó a mí y a su familia en la incertidumbre de no saber qué ocurrió con ella, se fue sin avisarle a nadie, solo con lo puesto, incluso dejó su anillo de compromiso en su cama junto al vestido de novia, el que debía usar aquel día. Me dejó destrozado. Jamás lo esperé de ella. Nunca hubo un quiebre, nunca vi en sus ojos lo infeliz que era conmigo, al contrario, siempre vi amor y sinceridad, como hoy lo vi en la mirada de Abril. Una lágrima de sangre corrió por mis mejillas. Me la sequé con rabia y volví a la casa, ya no quería pensar ni tenerle lástima. Cuando iba llegando oí que Max le estaba contando a Manuel nuestra historia: ―Cuando te uniste a nosotros sabías que teníamos una disputa con Ricardo y Marina. Bueno, Abril es idéntica a Marina, en apariencia por lo menos y se supone que estaban juntos ellos dos, lo lógico era pensar que Abril era Marina… ―Pero no es ella ―observó Manuel. ―Al parecer no, pero el parecido es extraordinario y bien podría ser ella, lo que hace difícil no querer matarla lenta y dolorosamente. ―Pero ustedes no la odian como lo hace Ray. ―Él estuvo muy enamorado de Marina y ella le destruyó la vida en todo el sentido de la palabra, si hoy somos lo… ―¡Basta de explicaciones! ―interrumpí entrando en la sala a tiempo, no quería que Manuel se enterara de todo, llevaba poco más de diez años con nosotros y según él, venía huyendo de Ricardo, yo nunca la creí, en ese instante menos que nunca. ―Ray, yo solo quiero entender ―suplicó Manuel. ―No tienes nada que entender ―corté molesto. Decidí que, desde ese momento, Manuel pasaría a ser solo un empleado más para mí―. Abril se parece mucho a Marina, pero en realidad no tienen nada en común. Marina era fuerte, desafiante y valiente, no como esa pobre mujercita que trajiste, una cobarde por donde se le mire. No entiendo qué te gusta de ella si no ha parado de llorar desde que llegó aquí. Marina y Abril no tienen punto de comparación. ―Y la odias. ―No la odio, simplemente no me cae bien. ―Quería ser sarcástico, herir a Manuel tanto como lo habían hecho Isabel y Marina conmigo. ―No puedes torturarla simplemente porque no te cae bien. ―No lo hago solo por eso, también me divierte, el pánico la domina y ella no es capaz de luchar contra él, eso hace más fácil todo… y más entretenido. ―Nunca te vi así. ―No me conoces lo suficiente, Manuel, y no te conviene criticar lo que hago, porque podría cambiar de víctima. ―Y con gusto lo haría. ―Eres un… ―Sí, lo soy y no me provoques. ―No estaba pensando claro, no podía enojarme con Manuel por sentirse atraído a Abril, yo mismo me sentía igual, tal vez esa chica sí era bruja y nos estaba hechizando, bajaba nuestras defensas para destruirnos. Me fui al despacho y dejé caer todo mi peso en el sofá pensando en Abril. Debía dejarla ir, eso lo sabía, pero no podía…no quería. Y me enfrenté a mi verdad: los celos me consumían. Ver a Manuel defenderla tanto me descomponía, me enfurecía, no quería que nadie la mirara, que nadie se atreviera a pensar en ella de otra forma que no fuera como lo que era: nuestra peor enemiga.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD