Habían pasado dos meses y Juan estaba en su estudio haciendo un poco de música. La habitación estaba llena de notas dispersas, cables enredados y una guitarra apoyada en un rincón. La música siempre había sido su refugio, el lugar donde podía perderse y encontrar una especie de paz. Sin embargo, desde la ruptura con María, incluso las melodías parecían tener un tinte melancólico.
El sonido de su celular interrumpió su concentración. Miró la pantalla y vio que era Emilio, su colega y amigo de muchos años. Dejó que la llamada se fuera al buzón de voz y volvió a su composición, intentando retomar el hilo de la canción. Pero no pasaron ni dos minutos cuando el teléfono sonó de nuevo, con el mismo nombre en la pantalla. Suspiró y levantó el aparato.
“Emilio debe estar muy urgido”, pensó, y contestó inmediatamente.
—Dime que es un contrato de un millón de dólares tu insistente llamada —dijo Juan, intentando sonar relajado.
—Hermano, esto para mí vale más que un millón de dólares —rió nerviosamente Emilio al otro lado de la línea.
—Habla, hombre, ¿de qué se trata?
—¡Amigo, voy a ser papá! —rió Emilio, repitiendo la noticia con una mezcla de euforia y nerviosismo.
Juan sintió una punzada en el pecho, pero forzó una sonrisa que se reflejó en su voz.
—¡Felicidades, hermano! —dijo Juan con una voz muy entusiasta y alegre.
—Esto es lo que he estado esperando hace mucho tiempo. Solo me tuve que poner de acuerdo con Jimena. Te invitaré una copa para que celebres conmigo.
Juan se quedó en silencio por un momento, pensativo y un poco bajo de energía.
—Por supuesto, no supero tu llamada, colega. Y nuevamente, ¡felicitaciones!
Cuelga la llamada e intenta retomar su trabajo, pero algo en esa conversación lo sacudió. No sabía identificar qué era, pero la sensación de vacío y nostalgia lo abrumaba.
Esa noche, Juan se encontró en un bar local, esperando a Emilio. El lugar estaba lleno de gente, el bullicio de las conversaciones y la música de fondo creando un ambiente animado. Juan se sentó en la barra, pidiendo una cerveza mientras esperaba a su amigo. Miraba su bebida, perdido en sus pensamientos.
Poco después, Emilio llegó, saludando a Juan con una sonrisa amplia y un abrazo fuerte.
—¡Juan! Qué bueno verte, hermano —dijo Emilio, sentándose a su lado y pidiendo una copa de vino.
—Igualmente, Emilio. Felicidades otra vez, me alegra mucho por ti y Jimena.
—Gracias, amigo. Estoy muy emocionado, pero también un poco asustado. Es un gran cambio, ¿sabes?
—Claro que sí, es un gran paso. Pero estoy seguro de que serás un excelente padre.
La conversación fluyó con facilidad, pero Juan no podía evitar sentir una sombra sobre su ánimo. Cuando Emilio se excusó para ir al baño, Juan se quedó mirando su cerveza, las burbujas subiendo lentamente a la superficie. Pensó en María, en lo que habían tenido y en lo que habían perdido. La felicidad de Emilio resaltaba aún más su propia soledad.
Emilio volvió y notó la expresión pensativa de Juan.
—Oye, hermano, ¿estás bien? Pareces un poco apagado.
Juan suspiró, sabiendo que no podía ocultar sus sentimientos por más tiempo.
—Emilio, he estado pasando por un momento difícil. Terminé con María hace un par de meses y… no ha sido fácil.
Emilio lo miró con preocupación, poniendo una mano en su hombro.
—Lo siento mucho, Juan. Sabía que estaban teniendo problemas, pero no sabía que era tan serio.
—Sí, fue una decisión difícil. Sentí que era lo mejor para los dos, pero a veces me pregunto si hice lo correcto.
Emilio asintió, comprendiendo la lucha interna de su amigo.
—Las relaciones son complicadas, hermano. A veces, aunque amemos a alguien, las cosas no salen como esperamos. ¿Quieres hablar de ello?
Juan se tomó un momento antes de responder. La voz de Emilio era un ancla en la tormenta de sus emociones.
—No sé, Emilio. A veces pienso que si hubiera hecho algo diferente, quizás todavía estaríamos juntos. Pero otras veces, siento que simplemente no estábamos destinados a ser. Ver lo feliz que eres con Jimena, y ahora con el bebé en camino, me hace darme cuenta de lo mucho que quiero eso también. Pero con María… siempre había algo que nos detenía, que nos separaba.
Emilio lo escuchó atentamente, asintiendo de vez en cuando.
—Es normal sentirse así, Juan. Todos cometemos errores y tenemos dudas. Lo importante es aprender de ellos y seguir adelante. Quizás ahora no lo veas, pero con el tiempo las cosas se aclararán. Y quién sabe, tal vez encuentres a alguien con quien puedas construir ese futuro que tanto deseas.
Juan sonrió, aunque era una sonrisa melancólica.
—Gracias, Emilio. Necesitaba escuchar eso.
Pasaron las siguientes horas hablando de todo y de nada, compartiendo historias y recuerdos. Juan sentía un poco de alivio, como si al abrirse con su amigo hubiera liberado parte de la carga que llevaba. Mientras la noche avanzaba, se dio cuenta de que aunque el camino por delante parecía incierto, no estaba solo.
Al final de la velada, Emilio y Juan se despidieron con un abrazo fuerte, prometiendo mantenerse en contacto y apoyarse mutuamente. Juan caminó hacia su casa bajo el cielo estrellado, sintiendo que, a pesar del dolor y la confusión, había un rayo de esperanza. Sabía que el proceso de sanar y encontrar su camino no sería fácil pero lo lograría si mantenia su distancia con María.
Juan suspira “y si hubiésemos sido padres? Quizás eso nos iba a mantener juntos, un hijo gana a cualquier sueño” pensó silenciosamente mientras miraba la luna.
María por su parte también la miraba pero desde la terraza de un bar en Melbourne en el que estaba con sus amigas de curso.
Pero en ese instante sintió que algo no estaba bien, la altura le estaba causando vértigo, últimamente estaba con las defensas muy bajas y durmiendo mucho, así que comentó a sus amigas que no se sentía bien y pidió un uber a casa.
Llegando a su habitación a 20 minutos de la ciudad revisó su celular y respondió a todos sus mensajes con la esperanza de que en cualquier minuto llegaría uno de él, otro día y no llegó nada. Su proceso sería más fácil si no estuviera esperándolo cada noche, así que lo bloqueo.
Juan llegó a su casa y lo decidió, “voy a hablarle, quiero saber cómo está” pensó en voz alta. El mensaje no fue entregado, un poco desanimado bloqueó la pantalla de su celular y se acosto en su cama con un profundo suspiro.