Todos alguna vez fuimos María y Juan
—Siento que me estoy perdiendo —dijo María, sin mirarlo a los ojos.
Juan dejó la cafetera sobre la encimera. El vapor llenó la cocina, pero no tanto como el silencio que creció entre ellos.
—¿Perdiéndote de qué?
—De mí misma —respondió ella, finalmente—. De mis sueños. De lo que quiero. De lo que era antes de que todo esto empezara a sentirse como rutina.
Él le acercó la taza de café con manos temblorosas. A veces, el amor dolía más cuando no era pelea, sino distancia.
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Esta historia no tiene etiquetas. Puedes ser Juan o puedes ser María. Lo importante es que, en algún momento, vas a sentirte reflejado. Porque todos, en algún punto, hemos amado tanto que nos olvidamos de nosotros mismos.
Juan quiere recorrer el mundo escribiendo canciones. María sueña con tener su propia galería de arte. Se conocen. Se enamoran. Y poco a poco, comienzan a construir una vida juntos. La casa. El café de las mañanas. Los planes compartidos. Pero también, la renuncia silenciosa a los sueños individuales.
Durante un tiempo, intentan hacerlo funcionar. Él dedica las noches a la música. Ella, al arte. Se apoyan. Se admiran. Se acompañan.
Hasta que la incomodidad llega.
No como un grito. No como una pelea. Sino como una pregunta:
¿Estamos bien?
El amor verdadero no es renunciar a lo que eres. Pero nadie les enseñó cómo ser pareja sin dejar de ser individuo. Nadie les dijo que el amor más peligroso no es el que fracasa con gritos, sino el que muere en silencio.
Si fueras tú, ¿seguirías persiguiendo tus sueños, incluso si eso significa perder al otro?