Había pasado un mes desde aquella noche en la que María y Juan hablaron sobre sus sueños y sus temores. La tensión que había comenzado a surgir entre ellos no había desaparecido; al contrario, se había intensificado con el tiempo. La rutina de dedicarse a sus proyectos individuales, que al principio parecía emocionante y liberadora, ahora se sentía como una barrera invisible que los mantenía separados.
Una mañana de domingo, María estaba sentada en la cocina, leyendo un correo electrónico en su laptop. Sus ojos brillaban de emoción, pero también había una sombra de preocupación en su expresión. Había recibido una beca para estudiar artes visuales en una prestigiosa escuela en otra ciudad. Era una oportunidad que había estado esperando durante años, pero ahora que estaba frente a ella, se sentía abrumada por las implicaciones.
Juan entró en la cocina, con su guitarra colgada del hombro. “¿Qué lees?” preguntó, notando el brillo en los ojos de María.
“Es una beca,” respondió ella, intentando mantener su voz calmada. “Me han aceptado en la Escuela de Artes Visuales en Melbourne.”
Juan se detuvo en seco. “Eso es increíble, María. ¡Felicidades!” dijo, pero había una nota de inquietud en su voz.
“Gracias,” respondió ella, sonriendo. “Pero eso significa que tendría que mudarme a Melbourne. Al menos por un año.”
El silencio se instaló entre ellos, pesado y denso. Juan dejó su guitarra en el sofá y se sentó frente a María. “¿Y qué vamos a hacer?” preguntó, su voz baja.
“No lo sé,” respondió María, sinceramente. “Es una gran oportunidad para mí, pero también me preocupa lo que significará para nosotros.”
La conversación no llevó a ninguna conclusión definitiva, y ambos se sintieron más distanciados que nunca. María aceptó la beca, sabiendo que esta decisión podría cambiar el curso de su relación para siempre.
Las semanas siguientes fueron un torbellino de preparativos para la mudanza de María. Cada vez que empacaba una caja, sentía un nudo en el estómago. Juan, por su parte, intentaba mantener una fachada de apoyo, pero la preocupación y la tristeza eran evidentes en su rostro.
Finalmente, llegó el día de la partida. Juan la llevó al aeropuerto, y mientras esperaban su vuelo, se abrazaron en un intento de aferrarse a lo que quedaba de su relación.
“Prometemos mantenernos en contacto,” dijo María, con lágrimas en los ojos. “Nos visitaremos cada fin de semana que podamos.”
“Claro,” respondió Juan, aunque ambos sabían que sería más difícil de lo que sonaba.
El primer mes de separación fue duro. La comunicación a través de mensajes y videollamadas se volvió rutinaria, pero no lograba llenar el vacío que sentían. Los encuentros de fin de semana, aunque emocionantes, también se convirtieron en recordatorios dolorosos de la distancia que ahora los separaba.
María comenzó a sufrir de insomnio. Las noches solitarias en su pequeño apartamento en Melbourne eran interminables, y su mente no dejaba de darle vueltas a la decisión que había tomado. ¿Había sido egoísta al perseguir su sueño? ¿Estaba sacrificando demasiado?
Juan, por su parte, se sumergió en su música, pero la pasión que solía sentir se desvanecía. Las notas que antes lo llenaban de energía ahora sonaban vacías y sin vida. Además, comenzó a notar una disminución en su deseo s****l. La ausencia de María no solo afectaba su ánimo, sino también su intimidad.
Una noche, después de una larga jornada de trabajo y ensayos, Juan decidió llamarla. Necesitaba escuchar su voz, aunque sabía que eso no resolvería nada.
“Hola, amor,” contestó María, su voz débil pero aliviada de escucharlo.
“Hola, ¿cómo estás?” preguntó Juan, intentando sonar animado.
“He estado mejor,” admitió ella. “No puedo dormir bien y me siento agotada todo el tiempo. ¿Y tú?”
“Lo mismo,” dijo Juan, suspirando. “La música no me llena como antes. Te extraño, María.”
“Yo también te extraño,” respondió ella, sintiendo las lágrimas arder en sus ojos. “No sé cuánto más pueda soportar esto.”
La llamada terminó con ambos sintiéndose más desesperados y solos. La distancia física se traducía en una distancia emocional que parecía insalvable. La beca de María, que debía ser un sueño hecho realidad, se estaba convirtiendo en una pesadilla que ponía en peligro su relación.
A medida que pasaban los días, comenzaron a aparecer grietas en su comunicación. Las videollamadas se volvieron menos frecuentes, y cuando hablaban, las conversaciones eran superficiales, evitando los temas profundos que solían compartir. Ambos temían que hablar sobre sus verdaderos sentimientos solo agravaría la situación.
Un fin de semana, Juan decidió visitar a María en Melbourne. Quería intentar reavivar la chispa que sentía que estaban perdiendo. Llegó con flores y una botella de vino, decidido a tener un fin de semana especial.
Al principio, todo parecía ir bien. Pasearon por la ciudad, visitaron galerías de arte y compartieron cenas románticas. Pero cuando llegaba la noche, la tensión volvía. María seguía luchando contra el insomnio, y aunque intentaba esconderlo, Juan lo notaba. Él, por su parte, se sentía cada vez más distante, incapaz de conectar físicamente como antes.
Una noche, después de una cena particularmente tensa, se sentaron en el sofá de su pequeño apartamento. “Juan, tenemos que hablar,” dijo María, rompiendo el silencio.
“Lo sé,” respondió él, mirándola con tristeza. “Esto no está funcionando, ¿verdad?”
“No,” admitió ella, sus ojos llenos de lágrimas. “Te amo, pero siento que estamos perdiendo algo importante. No sé cómo arreglarlo.”
“Yo tampoco,” dijo Juan, su voz quebrada. “No quiero perderte, pero también siento que me estoy perdiendo a mí mismo.”
La conversación se extendió hasta altas horas de la noche, ambos llorando y tratando de encontrar una solución. Hablaron de sus miedos, sus frustraciones y su amor. Pero al final, no llegaron a una conclusión clara.
Decidieron darse un tiempo para pensar, para reflexionar sobre lo que realmente querían y necesitaban. Juan volvió a su ciudad, dejando a María con una mezcla de alivio y dolor. Ambos sabían que el futuro de su relación estaba en juego, y que necesitaban encontrar una manera de equilibrar sus sueños individuales con su vida juntos.
En las semanas siguientes, María se sumergió aún más en sus estudios, intentando distraerse del vacío que sentía. Sin embargo, el insomnio persistía, y cada noche se volvía más difícil que la anterior. Sus profesores notaban su cansancio, y aunque intentaban apoyarla, sabían que había algo más profundo afectándola.
Juan, por su parte, intentaba mantenerse ocupado con su música y su trabajo, pero la falta de deseo s****l y la tristeza constante lo estaban consumiendo. Sus amigos notaban el cambio, y aunque intentaban animarlo, sabían que la única persona que podía ayudarlo era María.