Capitulo 3. Secuestrada.

1204 Words
Narra Ariadna. Sentía mucho dolor de cabeza, que todo a mi alrededor daba vueltas y podía escuchar murmullos. —¿Cuenta Droga utilizaste, idiota? No ha despertado en las tres horas que lleva aquí, me está asustando. A penas se mueve algunas veces— esa voz... reconocía esa voz. —¿Tienes tres horas junto a ella en espera de que se despierte? ¿Por qué te preocuparía que muriera? ¿Qué diablos te sucede? — le contestó una voz que me causaba repugnancia ante sus palabras dichas, esa no la reconocía. Terminé de abrir los ojos y de repente llevando mi mano a la cabeza hice un esfuerzo por levantarme emitiendo un quejido al sentir el mundo caerme encima. —Por fin— lo escuché decir acercándose a mí de manera apresurada. Sino era porque estaba mirando borroso todavía, juraría que nunca había visto a alguien tan guapo al despertarme. Unos ojos azules como el cielo me acogieron con la mirada, barba bien arreglada, con el pelo n***o azabache hacia un lado despeinado, de labios finos rosa pálidos ligeramente carnosos y nariz respingada, con un aroma que me cacheteó varias veces la cara y... —¿Señor Macintosh?— pregunté al darme cuenta de quien era. —El mismo — El corazón estuvo a punto de salirme por la boca. —No recuerdo haber aceptado ninguna invitación suya, ¿qué significa esto? — traté de no demostrar inseguridad ni preocupación. ¿Como llegué aquí? — traté de mantener la calma. Una media sonrisa se formó en su rostro, pero sin dejarme ver sus dientes. —No se haga la que no sabe, Señorita Davis. No podía permitirle publicar un artículo más mío, o al menos no dañino. — con simpleza me contestó. —¿Y que me quiere decir con eso? ¿Me piensa retener aquí por cuánto tiempo? — fijé mi mirada en él y luego me detuve a mirar al hombre al lado de la puerta de la habitación. Era el mismo que estaba en la reunión esta mañana en la empresa. Paseé mi vista por toda la habitación, no me había percatado de donde estaba, miré todo mi cuerpo y me toqué para verificar que no me habían tocado. Me senté sobre la cama y dejé caer mis pies sobre el piso, no llevaba mis tacones. —Déjanos a solas, Darío. — Macintosh le ordenó a aquel hombre, quien de inmediato abandonó la habitación. Lo miré impaciente. El pánico quería adueñarse de mi cuerpo, estaba a solas con un hombre que no conocía, que me había capturado y drogado para impedirme continuar con mi trabajo, ¿como se supone que debería de actuar? —Nadie le ha tocado, no tiene de qué preocuparse — se dirigió a mí. Su grandiosa voz me ponía contra la espada y la pared. No debía yo pensar en sus atributos. —No confió en usted. Ahora mismo me dejará ir. ¿Se ha vuelto loco? ¿No sabe que lo que acaba de cometer es un delito? ¿Como se ha atrevido a secuestrarme? Mi amiga esperaba por mí, debe de estar muy preocupada — pensé en Lia con gran desesperación. —Ya le puse un mensaje— del bolsillo de su pantalón de vestir sacó mi celular. Se me hizo imposible no formar una O con mis labios. Dejé salir el aire que contenían mis pulmones y retiré mi cabello hacia atrás, me estaba dando calor a pesar de estar bajo aire. —¿Como tiene mi teléfono? — este hombre me estaba asustando. Negó con la cabeza. —Ya veo que usted duda de mis capacidades, misma razón por la que he ordenado que la trajeran conmigo. Usted misma se ha buscado esto, pero contestando a su pregunta señorita Davis, cuando mis hombres la secuestraron trajeron consigo su bolso. Mientras la acomodaban en la cama su móvil sonó y la curiosidad me mataba por ver quien solicitaba de su voz, me tomé el atrevimiento y rechacé la llamada pero al ver en su bandeja de entrada un sin número de mensajes de su amiga, Lia, le escribí haciéndome pasar por usted, no tiene de qué preocuparse, le dije que se siente mal y que ya no tiene ganas de redactar sobre mí. — ¿¿¡COMO PODIA!?? —¡Usted no me conoce, no puede tomarse esos atrevimientos. ¡Lo que acaba de hacer es un DELITO! ¡Lo voy a denunciar y le saldrá muy caro esto! — le amenacé poniéndome de pie. No se inmutó en lo absoluto, me terminé colocando los tacones y tomé mi bolso que descansaba en uno de los sofás de la habitación. Intenté abrir la puerta para salir de este horror y estaba condenada. Me di vuelta para mirarle. Su rostro serio y duro me mostró que no estaba jugando. —No vas a irte, no seas ilusa— adentrando sus manos en su bolsillo me dijo con grandes aires. —¡Va a manchar su apellido cometiendo un delito como este? — le cuestioné. Se acercó a mí, caminó sigilosamente y mirándome con aquellos ojos azules de mirada penetrante me congeló por un instante al sentirme acorralada por su cuerpo y su estatura. —Mientras permanecía inconsciente disfruté mirarle por un gran rato y he quedado totalmente convencido de que es la mujer más bella que he visto en toda mi vida, es decir, me valdría madre cometer un delito por usted. No irá a ningún lado, al menos no esta noche. — sus palabras me hicieron tragar muy fuerte. Sentía la respiración acelerada. ¿Que me pasa? A ver, es normal que sientas nervios Ariadna. Has sido secuestrada por el empresario Macintosh y además, le pareces hermosa. Mis nervios no son más por el secuestro. —No le creo. Ningún empresario como usted se arriesgaría tanto— Una amarga carcajada emitió tras mi comentario, la que me hizo erizar la piel desde la punta de los pies hasta la cabeza. —Es usted una mujer muy inteligente, incluso, la única que se ha podido dar cuenta que mi empresa no es lo que aparenta, no me haga pensar que no sabe usted que no juego. Señorita Davis, no habla con un simple empresario, tal vez tiene al frente una mente maestra de los negocios ilícitos. — sus palabras me dejaron boquiabierta. La manera en que hablaba me enloquecía, usaba un léxico exquisito y una calma para hablar deleitante. Ariadna, ¿puedes dejar un momento lo que te enseñaron en la facultad de literatura y prestar atención en lo que te acaba de decir? Espera ¿que...? —Lo sabía... sabía que usted no es lo que aparenta. Donde pongo el ojo, pongo la bala— emití sintiéndome orgullosa de mis instintos pero a la vez, dándome cuenta con quien trataba. Otra carcajada emitió con grandeza. —Si donde pone el ojo pone la bala, déjeme decirle que seriamos una grandiosa pareja. Me gustan las mujeres como usted, ¿sabia? —no se supone que debería de decirme estas cosas. —¿Me está tomando el pelo? — le pregunté todavía en shock. —No, pero del pelo si me gustaría tomarle. —
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