Nara llegó corriendo a la firma de autógrafos, la respiración agitada quemaba su garganta y el sudor corría incómodamente por su cuello; no le importó, estaba dispuesta a pagar ese precio con tal de ver a su banda favorita: Lucino (la única banda musical que había logrado llamar su atención).
Un año atrás escuchó sus canciones por vez primera; quedó asombrada desde el principio. Con el tiempo, su obsesión incrementó hasta alcanzar un nivel enfermizo; Nara trató de resistirse, hizo hasta lo imposible por sacarlos de su mente... Pero terminó convirtiéndose en una odiosa chica fanática (ella las detestaba, no entendía cómo es que adoraban a seres que ni de su existencia sabían). Le costó trabajo aceptar ese nuevo rasgo en su vida, pero al final decidió ser una buena y loca admiradora, a sus dieciocho años parecía una adolescente de quince.
Un año transcurrió desde entonces y ahora se encontraba a varios metros de distancia de los cinco integrantes del grupo. Si tuviera aliento, gritaría tonterías de las que después se arrepentiría. Los chicos eran mexicanos, hablaban español, así que le entenderían perfectamente. Mejor era no arriesgarse.
— ¡Te encontré!
Ángela, su hermana, se acercó corriendo a ella con las mejillas enrojecidas.
— Lamento haberte dejado, tenía que llegar.
— Ya vi que prefieres a esos jóvenes antes que a mí —dramatizó mientras se paraba de puntas para ver a los jóvenes —. Bueno, al fin se te hizo. Recuerdo cuando decías que nunca vendrían.
Nara también lo recordaba; una banda nueva y poco conocida no era muy propensa a viajar a su país, así que cuando llegó la noticia sobre la gira de la banda por su país, casi gritó de emoción.
— Lo bueno es que llegamos, soy de las últimas.
— Suertuda —Ángela le dio un corto abrazo —. Te espero afuera. Espero que no tarden tanto, detesto esperar.
Le dio un corto abrazo antes de perderse entre las personas curiosas por ver quien estaba firmando discos. El lugar estaba concurrido, pero no abarrotado; a comparación de otros artistas, estos jóvenes no eran tan famosos. Si estuviera el cantante de Puerto Rico, Flavio Corte, quien alcanzó el éxito en menos de dos meses, apenas se podría respirar en ese lugar. Sus ídolos eran buenos, pero aún no alcanzaban tal nivel.
La espera le pareció eterna, casi desesperó un par de veces, pero se contuvo. Ellos valían cada segundo, si no, no estaría allí. Su teléfono vibró varias veces en el bolsillo trasero de su pantalón de mezclilla, no tenía ganas de atender a la llamada, pero el asunto por el que la buscaban podría ser importante, tenía que responder.
— ¿Bueno?
— El doctor no aceptó el trabajo —al escuchar eso casi se le cortó la respiración —. Antes de que te enojes y comiences a gritar, déjame explicar. Juanito hizo una estupidez del tipo faltarle al respeto al doctor y como castigo, nos rechazó el caso clínico.
Todo el ánimo y alegría que embargaba su cuerpo, desapareció. Sintió la ira burbujear en su estómago y subir por su garganta. Si tuviera a sus compañeros de grupo frente a ella, seguramente les habría gritado sin vergüenza alguna.
— Tenían un sólo trabajo, les encargué una sola cosa —dijo en un siseo —No puedo creer que hayan arruinado esto. ¿Por qué carajo se le ocurrió a Juanito faltarle al respeto al profesor?
— No sé si sea buena idea contarte esa historia...
— ¡Me vale si es o no una buena idea! —Nara no pudo contenerse más —. Dime en este momento qué pasó.
Un carraspeo la hizo volver a la plaza y a su grupo favorito. Un hombre con el típico chaleco color naranja de personal le hizo una seña.
— ¿Vas a pasar?
Qué pregunta tan más idiota, claro que iba a pasar, en caso contrario estaría en otro lado disfrutando de un helado o de la compañía de su hermana. Tomó una profunda respiración y se calmó lo suficiente como para responder de forma civilizada.
— Diego, voy a colgar, pero ni creas que se han salvado de esta, por su culpa perdí el 20% de mi calificación.
No esperó respuesta, simplemente pulsó el ícono rojo y guardó el teléfono.
Sacó el disco de su pesada mochila y dio dos pasos al frente. El turno de la chica que estaba frente a ella llegço y estaba saludando a los cinco jóvenes músicos. Parecía emocionada, y ellos, alegres. No se le ocurrió qué hacer cuando fuera su turno, sonreír le pareció idiota, pero tener una expresión amargada no le pareció una mejor idea, así que soltó una risa nerviosa.
El tipo con chaleco la miró extrañado, seguro pensó que era tan rara.
Con una última mirada anhelante, la chica en el estrado bajó con desanimo, su tiempo con los integrantes de la banda en ascenso concluyó.
Nara estaba preparada para los nervios y la emoción que su cerebro le haría sentir, sin embargo, cuando el tipo del personal le hizo una seña, su interior no explotó con alegría y emoción. Fue como si estuviera anestesiada, no pudo sentir más que un vacío.
¿Estás a punto de conocer a los chicos de tu banda favorita y no sientes ni una pizca de emoción? Estás mal de la cabeza.
— Deja tus cosas ahí enfrente —le dijo el de naranja mientras señalaba el suelo frente al estrado —. Dale tu teléfono al de camisa rosa, él tomará la foto. Sólo puedes subir con el disco.
Se deshizo de la pesada carga en su espalda y entregó el teléfono al hombre de camisa rosada, lucía atractivo, se preguntó quién era. Le sonrió como un acto reflejo, el hombre sonrió de regreso. Le agradó inmediatamente.
Dio media vuelta y se preparó para subir al estrado. Tenía todo planeado, los saludaría, pediría que le dedicaran el disco y le diría a su amor platónico que le encantaba su forma de tocar. El chico en cuestión era el bajista de la banda, le fascinaba su forma de tocar; tan apasionado, tan interesante. En definitiva, terminaría en un amorío mental con ese hombre si no se controlaba y actuaba con madurez.
Christian Sosa lucía guapísimo con su camisa azul, sólo tenía ojos para él. Apartó la mirada y subió los dos escalones para llegar con los chicos.
– Hola, ¿cómo estás?
El guitarrista del grupo y de vez en cuanto cantante, Rodrigo García, le sonreía con alegría que pensó, era genuina. En ese momento Nara se congeló. Su cabeza no pudo formular una respuesta porque sólo podía pensar en lo diferente que era la voz del chico cuando hablaba que cuando cantaba. Aparte, no se esperaba un saludo tan amigable.
— Yo...eh...estoy bien gracias —dijo en un intento por recobrar la compostura —. ¿Y tú?
— Estoy feliz de que estés aquí.
Rodrigo estiró la mano, Nara tardó un par de segundos en darse cuenta de que quería el disco para firmarlo. Se lo entregó y pidió amablemente (aunque entre nerviosos balbuceos) que se lo dedicara. Rodrigo aceptó con una sonrisa, Nara le agradeció de todo corazón. Toda la emoción y nervios que no sintió antes, lo sintió en ese momento. Fue consciente del calor del ambiente y del sudor que comenzaba a manar de sus glándulas sudoríparas. Apenas logró saludar con la mano a los dos vocalistas y al baterista. Sin pensarlo mucho, expresó un saludo y miró de frente al hombre atractivo que tenía su teléfono. Sonrió a la cámara y lo mismo hicieron los chicos.
Un m*****o del personal le hizo una seña para que bajara del estrado y así lo hizo. Alguien le entregó el disco firmado y salió lo más rápido que pudo de ahí. Muy tarde se dio cuenta de que no saludó a Christian. Se le olvidó por completo.
Se paró en seco y dio media vuelta. Los cinco chicos estaban saludando a unas gemelas. A ellas no se les pasó saludar a ninguno. ¿En qué estaba pensando para pasar por alto el saludar a Christian? Nada, o al menos no recordaba que fue lo que cruzó por su mente. Casi se golpeó la frente con el disco. Había perdido una muy buena oportunidad. El coraje se apoderó de ella, en ese momento se sintió tan tonta.
Salió de la tienda con cara de pocos amigos y un humor de perros. Aparte de no poder saludar a su ídolo, perdió el buen ánimo que traía. De no haber estado en un lugar público, habría gritado.
— Menos de una hora esperando, fue más rápido de lo que pensé.
Ángela llegó con un brinco a su lado, le arrebató el disco y murmuró en tono de burla.
— ¿Cada dibujo simboliza a cada integrante?
— Se supone —respondió Nara —. Aunque leí que el símbolo de Pedro y Julio no son tan fieles como el de Christian y Rodrigo.
— ¿Cómo que fieles?
— O sea que los representen —Nara casi pone los ojos en blanco —. El trébol representa a Ismael, porque adora jugar juegos de azar. El de Rodrigo es el sol, por ser optimista y alegre, dicen que él es quien anima a todos. La hoja de papel es Christian, es quien generalmente compone las canciones, dicen que quería ser poeta. Los dos vocalistas; Pedro y Julio, tienen figuras parecidas; una daga y una espada. No sé lo que significan.
Ángela soltó una carcajada, luego otra. Luego irrumpió a carcajadas.
— Lo siento, no quise burlarme –dijo entre risas –, pero es muy tonto. Tienes que admitirlo.
Sí era tonto, aunque nunca lo había pensado, habría sido mejor que la portada del disco fuera una foto de ellos, la mayoría de las bandas hacían eso. Nara también rio, tomó a su hermana del brazo y juntas se dirigieron a la salida del centro comercial.
Una vez en casa, después de escuchar una aburrida charla sobre la madurez y las prioridades (cortesía de su madre), pudo contemplar con calma la portada del disco y los extraños garabatos de Rodrigo. "Para Nara, con amor: Lucino." Estaba más que satisfecha, algún día, cuando fuera una señora de cincuenta años, encontraría el disco en alguna caja olvidada y sonreiría al recordar su etapa de admiradora obsesionada.
No podía dejar de estar molesta por olvidar saludar a Christian Sosa, era imperdonable, algún día tendría que hablar con él y mínimo presentarse. Seguramente la olvidaría en cuestión de minutos y eso le molestaba más de lo que debería. Por todos los cielos, él era una figura pública, una estrella del pop en ascenso; ella, una estudiante de medicina a quien seguramente nadie reconocería a menos que fuera sobresaliente; algo imposible si se comparaba con algunos compañeros con inteligencia sobrehumana.
Así eran las cosas, se consideraba inteligente y de rápido aprendizaje, una estudiante capaz. Sin embargo, en su grupo había dos chicos cuyas notas no aceptaban calificaciones menores a 9.5, ella tenía un 8.5 perdido por allí y posiblemente, en anatomía, un terrible y vergonzoso 7. Sí, era buena estudiante, pero no un genio como los dos mataditos del grupo. Y eso era sólo en su grupo, si se ponía a buscar a los genios de los veinticinco grupos de la universidad, ella quedaba rezagada. Era apenas un punto luminoso en un cielo cubierto de brillantes estrellas.
Dejó el disco de lado, difícilmente podría forjar algo parecido a la amistad con algún chico de la banda. Qué decía, difícilmente podría entablar una charla mayor a diez minutos con cualquiera de ellos. Suspiró derrotada, tenía en un altar a cinco chicos que no sabían de su existencia...no lo merecía.
— ¿Qué te dijo mamá?
Ángela entró con la ropa de dormir puesta. Así era su hermana, a las seis de la tarde ya estaba lista para hundirse en el mundo de los sueños. Sin vergüenza alguna, empujó los pies de Nara y tomó asiento en la cama.
— Dijo que parecía una adolescente hormonal y que a mis diecinueve años debía ser más madura –repitió tal cual las palabras de su madre –, como si yo fuera una fruta. También mencionó que los futuros médicos tenemos como prioridad la vida humana, estudiar para curar gente, no ir a firmas de autógrafos o conciertos que son días antes de los exámenes.
— Bueno...ya ni yo soy tan intensa con mis bandas favoritas y eso que tengo casi dieciséis. Pero siempre fuiste muy cerrada y muy difícil de impresionar, supongo que esa etapa apenas llegó a tu vida.
— Tal vez, pero siento que mamá terminará odiando a Lucino.
De por sí apenas los soportaba. Al principio le pareció divertido que Nara estuviera impresionada con una banda, los gritos de emoción y sonrisas idiotas le hacían mucha gracia. Pero después le resultó molesto y finalmente le desagradó cualquier asunto relacionado con esos muchachos. Cada vez que salía el tema sobre Lucino, el ambiente a su alrededor se tensaba y todos callaban. Nara apostaría su boleto del concierto a que su madre deseaba que esos chicos jamás hubiesen existido.
"Deberías estar más centrada en estudiar que en firmas de esos tipos. Ellos sólo tocan música, tú tendrás vidas en tus manos." Sí, muchos decían eso. Era verdad, una vez que se graduara, los pacientes se convertirían en su objeto de estudio. La salud de una persona estaría en sus manos, pero aún faltaba para eso; iba en primer año, aún tenía algo de libertad.
Aquel viernes decidió no estudiar ni abrir un solo libro para hacer tarea, tenía flojera y cuando no tenía ganas, no hacía las cosas bien. En su lugar, escuchó el disco completo de Lucino dos veces y lo habría escuchado una tercera vez de no ser porque escuchó a su madre subir las escaleras.
Apagó el reproductor inmediatamente y casi saltó hacia su escritorio. Por suerte, un libro de Bioquímica se encontraba abierto, así que cuando su madre abrió la puerta de su habitación, parecía que estudiaba.
— Hola, hijita —dijo su madre con una sonrisa amable—. Hice pechugas rellenas para cenar, en unos minutos estarán listas.
— Gracias, mamá —respondió Nara —. Huele delicioso.
Y no era mentira, en cuanto el aroma entró a su habitación, su estómago gruñó. Apenas se dio cuenta del hambre que tenía.
Su madre dejó la puerta entrecerrada al irse y Nara pudo relajarse. Era tan desesperante tener que ocultar su gusto por una banda, vamos, ni que estuviera metiéndose heroína o c***k.
La verdad, no todo en su mamá era malo, en realidad lo único realmente molesto era su desagrado hacia Lucino. Era buena, se preocupaba por su bienestar, procuraba que sus dos hijas estuvieran bien alimentadas, cuando podía le evitaba molestos viajes en transporte público y era graciosa. Tal vez fuera un poco sobreprotectora, pero estaba dispuesta a comprenderla, la inseguridad era muy alta en la ciudad.
Aparte, no la tenía encerrada. Le daba permiso de salir cuando organizaba algo con sus compañeros y pocas veces le negaba ir a divertirse...siempre y cuando no existiera alcohol de por medio. Claro que debía avisar en donde estaba, pero un mensaje cada hora era más que suficiente.
El único fallo era ese odio sin sentido, al principio no le importaron los comentarios sarcásticos ni las burlas hacia los chicos, pero pronto comprendió qué si no escondía su obsesión con la banda, las discusiones se volverían frecuentes y verbalmente agresivas.
Así que la solución fue evitar tocar ese tema y fingir que no le importaban los chicos, no fue difícil, incluso fue liberador porque se evitaban discusiones y malos ratos. De alguna forma arreglaría el asunto del concierto, podría fingir que iba con su mejor amiga o que se quedaría haciendo un trabajo escolar. Aún tenía tiempo para pensar en una solución para eso.
Los días que sucedieron a la firma de autógrafos fueron tranquilos. La actividad en r************* por parte de los integrantes de Lucino fue nula y ella pudo estudiar sin distracciones. Acompañó a su hermana por un pantalón de mezclilla nuevo y una blusa para un evento escolar que tendría en las semanas próximas. Su padre volvió de un viaje de trabajo el domingo por la tarde, había estado cuatro días fuera, pero Nara sintió que fueron dos semanas.
Su madre cocinó deliciosos medallones de res para festejar que todo había salido bien. Si algo muy bueno tenía la mujer que le dio la vida, era un don especial para cocinar. Su hermana también había nacido con ese don, más ella, apenas podía hacer un huevo sin morir en el intento.
– Pasé por la plaza y vi un anuncio de los muchachos que cantan –dijo su padre al tiempo que servía puré de papa –. Creo que estuvieron ahí. También vi un anuncio para su concierto.
Nara se congeló inmediatamente. Su padre era muy poco observador y nada cauteloso, seguramente no estaba al tanto de la poca estima que le tenía su esposa al grupo y de lo mucho que detestaba que a su hija le gustara su música. Lentamente, Nara levantó la mirada.
Su madre miraba atentamente el plato que tenía frente a ella, no parecía estar alterada en lo más mínimo. Se la habría creído de no conocerla bien, seguramente estaba acumulando la ira en una burbuja en su interior.
— Sí, al fin vinieron al país —dijo como si no fuera lo más emocionante e su vida de momento —. Fui a su firma, pero a partir de ahora dejaré de seguirlos. Ni a su concierto iré.
Esperó que las palabras fueran lo suficientemente convincentes para aplacar a su mamá. No quería una discusión en plena comida.
— El viernes tuve examen de Literatura —Ángela, como un ángel, llegó a salvar la tarde —. Me fue bien, creo que sacaré buena calificación.
— ¡Qué bien, hija! –su padre sonrió hacia su otra hija –. Tenemos dos hijas muy inteligentes, igual que sus padres.
Bueno, ojalá eso fuera cierto. A su hermana le costaba mucho trabajo el colegio, no era una chica del tipo tonta que reprobaba todas las materias, pero tampoco obtenía las mejores calificaciones. Y de ella ni se diga, si fuera muy inteligente sería la mejor del grupo y hasta sin estudiar tanto, pero ni estudiaba tanto ni era la mejor. Si fuera menos floja todo sería diferente, pero la realidad era que ni siquiera sabía si su carrera le apasionaba lo suficiente como para sacrificar tanto por ella, como para dar todo lo que tenía e incluso más.
Lo bueno es que tenía el concierto pronto y eso la animaba.