+++++++ Y lo hizo. Me poseyó con una ferocidad casi animal, sin dejarme apartar la mirada. Me obligaba a mirarlo mientras lo hacía, mientras entraba una y otra vez en mí con un ritmo salvaje, profundo, descontrolado. Yo gritaba. Él gruñía. El sillón crujía. El aire se volvió vapor. —No hay reemplazo para ti —me dijo entre jadeos—. Ni coneja, ni modelo, ni maldita imagen nueva que se te compare. Porque ninguna me revienta la cabeza como tú lo haces. Ninguna me rompe así. Me mordió el pecho por encima del corset, con fuerza. Sentí que me marcaba. Quería que saliera de ahí con la piel escrita por él. Ya no sabía si sudaba por el esfuerzo o por la tensión. Estábamos bañados en lujuria, rabia y una locura que ya no podíamos controlar. Lo sentí temblar. Gimió mi nombre, y yo grité el suyo.

