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Mi Conejita Playboy

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Blurb

No vio su rostro. No conoce su nombre. Pero la quiere de nuevo. Y esta vez… no la dejará escapar.

Killian Hart es el depredador disfrazado de CEO: millonario, frío, insaciable.

Una noche bastó.

Una Conejita enmascarada. Un cuerpo que lo volvió adicto. Y un misterio que lo consume.

Ella es la más codiciada. La más inalcanzable, pero cometió un error: lo hizo desearla. Ahora él va tras su presa. Y cuando la encuentre… no habrá escapatoria.

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*La subasta*
*++ARIA++* Hay noches en las que me siento una diosa. Y otras, como esta, en las que no soy más que una sombra seductora envuelta en encaje. No tengo nombre. No tengo rostro. Solo una máscara negra, labios pintados de rojo y un cuerpo que baila al ritmo del deseo ajeno. El escenario me espera como un amante ansioso. La luz es tenue, púrpura y cálida, acariciando mis curvas como dedos invisibles. En este club, The Black Rabbit, cada rincón huele a champán caro, piel, y secretos caros. Hay hombres con trajes que valen más que mi primer departamento. Y sin embargo, cuando yo subo al escenario… todos se callan. Me deslizo por el pasillo tras bambalinas con pasos lentos, sensuales, marcados por el taconeo de mis botas negras hasta el muslo. Mi corsé me ajusta el cuerpo como si fuera una segunda piel. El encaje cubre lo justo, pero insinúa lo suficiente. No muestro mi rostro. Nunca. Mi máscara de encaje es mi escudo, mi personaje, mi condena. —Estás lista, mi amor —Theo, mi mejor amigo, me acomoda el cabello como un estilista profesional. Me lanza un guiño y un beso al aire—. Tienes un cliente nuevo. Vino desde la luna, ya, lo que quiero decir que es importante. No sé quién es, pero la puja por ti será una guerra. Lo miro con un arqueo de ceja. —¿Una guerra? ¿Y eso es bueno o malo? —Bueno para tu cuenta bancaria. Malo para tu entrepierna si se te antoja. Parece peligroso. Eso me provoca una sonrisa. Me encantan los hombres peligrosos. Siempre que yo tenga el control, claro. Cuando salgo al escenario, la música empieza a latir. Lana Del Rey. “Gods & Monsters”. Perfecta. Trágica. Lujuriosa. Mis dedos acarician el tubo cromado. Subo lentamente. Giro. Arqueo la espalda. Me cuelgo con las piernas y dejo que mi cabello caiga en cascada. Hay un murmullo en el salón. Sus respiraciones cambian. Escucho el eco de una copa rompiéndose. Las miradas me persiguen. Me desean. Me consumen. Pero hay una. Una mirada. Que me quema la piel. Miro hacia la mesa VIP más oscura. Ahí está él. No sé su nombre. No aún. Pero su presencia es como una tormenta que se contiene por respeto. El traje n***o, el rostro tallado como mármol, los ojos ámbar fijos en mí. No parpadea. No sonríe. No reacciona. Me estudia. Como si pudiera ver bajo la máscara. Me deslizo hasta el suelo, abro las piernas con elegancia felina. La música se intensifica. Me arrodillo. Me inclino. Mis pechos se insinúan bajo el corsé. Muevo las caderas al ritmo de la canción, con el toque sutil de una mujer que sabe que lo tiene todo… y lo cobra caro. Sus labios se curvan apenas. No sonríe. No suspira. Solo… observa. Dios. Quiero saber cómo suena su voz. La subasta inicia. Theo toma el micrófono mientras yo me arrodillo al borde del escenario. —Señores, damas, y caballeros con gustos caros… nuestra musa enmascarada ofrece esta noche un encuentro exclusivo. Un solo hombre tendrá el privilegio. ¿Quién será?” Empiezan los números. Cinco mil. Diez mil. Quince. Veinte. Yo apenas los escucho. Solo lo miro a él. Y entonces, en voz baja, levanta la mano. —Cincuenta mil —Su voz. Su voz es una condena hecha de terciopelo. Todo el salón se calla. Theo traga saliva. —¿Repito bien, señor…? —Killian Hart. Aquí cualquiera puede dar su nombre, todo lo que sucede aquí, se queda aquí. El nombre cae como un cuchillo. ¿Killian Hart? ¿El CEO de HART Corporation? ¿El multimillonario maldito que perdió a sus padres y construyó un imperio con los dientes apretados? ¿Qué diablos hace un hombre como él aquí? Cincuenta mil. La música baja. El resto de los hombres se quedan en silencio. La subasta ha terminado. La noche es suya. Yo también. Pero con condiciones. Siempre con condiciones. ** La sala privada está en la planta alta. Nadie puede entrar. Nadie puede grabar. Nadie puede mirar. Solo él. Entro primero. Camino hasta el centro de la habitación donde hay un sillón n***o de cuero, copas vacías, una botella de vino tinto y un espejo gigante en el techo. Me miro. Me gusta lo que veo. Fuerte. Elegante. Deseada. La puerta se abre. El silencio se tensa como un hilo de seda. Killian entra. Camina como si fuera dueño del aire que respiramos. Se quita el saco con calma y lo deja sobre la silla. Se sienta. Se abre un botón de la camisa. Me mira como si yo fuera parte de su plan. Y lo soy. —Así que tú eres la Conejita sin rostro. Su voz me hace estremecer. —Y tú el CEO arrogante que paga cincuenta mil por un baile —le respondo sin miedo. Es mi terreno. Él puede tener el poder allá fuera, pero aquí, yo lo domino. —Demuéstramelo. Sus ojos me desafían. Sonrío. La música empieza otra vez. “Wicked Games”, de The Weeknd. Perfecta. Pecadora. Como yo. Comienzo a bailar. No con apuro. No con nervios. Me muevo con lentitud, con esa seguridad que solo las mujeres que han tenido que tragarse el mundo poseen. Giro sobre mis tacones, me acerco. Me arrodillo frente a él. Le rozo la rodilla con las yemas de los dedos. Él no se mueve. No respira. Pero su pecho sube… y baja. Sigo bailando. Subo sobre él, mis piernas a ambos lados de su cuerpo. Su respiración choca contra mi cuello. Mis caderas se mueven en círculos, lentos, precisos. Mis labios están cerca de los suyos, pero no lo beso. Nunca beso a un cliente. Hasta que lo deseo. Y ahora… empiezo a desearlo. —Eres buena —dice con voz ronca—. Pero aún no decido si eres real… o un juego caro. Mis caderas aún se mueven con la cadencia lenta de la música, mientras me mantengo montada sobre él, con mis muslos firmemente rodeando su cuerpo. Él no aparta las manos de mi cintura, como si temiera que me esfumara, como si pudiera escaparme si no me mantiene anclada. Me gusta esa necesidad oculta bajo su fachada de acero. Me gusta provocarla. Despertarla. Hacerla mía. —¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar? —me preguntó. Incliné la cabeza. Mi aliento se deslizó contra su mandíbula como una promesa caliente. Dejé que mis labios se acercaran a su cuello. Lo olí. Cuero caro, menta y poder. —Tan lejos como tú puedas resistir sin romperte. Mi voz fue un susurro rasgado por el deseo. Él tensó la mandíbula. Sus pupilas se dilataron. Su m*****o se endureció debajo de mí, innegable. Estaba tan duro que podía sentirlo presionando contra mi centro húmedo, aunque aún había ropa entre nosotros. Por ahora. Me balanceé con suavidad, lento, casi imperceptible, pero lo suficiente para sentir cómo su cuerpo reaccionaba al mío. Su respiración se volvió más profunda. Y entonces me incliné hacia atrás, arqueando la espalda, mostrando mis pechos envueltos en encaje n***o, justo frente a sus ojos hambrientos. Él alzó una mano y, sin pedirme permiso, deslizó dos dedos por mi abdomen, subiendo... subiendo... hasta rozar el borde inferior del corsé. Pero no lo desabrochó. Solo lo tocó. Con la yema del dedo. Como si estuviera decidiendo si merecía el acceso. —No pareces una chica que permita que la dominen —murmuró, los labios casi tocando mi pecho. —No parezco muchas cosas, pero me fascina jugar. Deslicé mis manos por su pecho, por dentro de su camisa abierta. Su piel era caliente, dura, perfecta. Me incliné y besé su clavícula. No un beso suave, no. Un beso marcado por lengua, dientes, posesión. Sentí cómo su cuerpo se estremecía. Su mano me sujetó del muslo con fuerza. Quería que perdiera el control. Y estaba tan cerca… * Seguí bailando. Rodé mis caderas sobre él con movimientos más lentos y precisos, presionando justo donde sabía que más le dolería. Me mordí el labio mientras lo miraba directo a los ojos, y entonces, llevé sus manos a mis caderas. Lo obligué a apretarme. —Puedes tocarme —mi voz era un cuchillo. Y entonces lo besé. No fue un beso delicado. Fue un choque de fuego, lengua, poder y deseo acumulado. Nuestros labios se encontraron como si hubieran esperado ese momento desde siempre. Abrí la boca y él entró en mí con la lengua como si tomara lo que le pertenecía. Me sujetó del cabello, tiró de mí, devoró mi boca. Yo gemí. Él gruñó. El mundo dejó de existir. El beso se rompió solo porque me faltó el aire. Jadeé contra su boca, con mis pechos alzándose, empapada por dentro, la máscara húmeda por el calor de nuestras respiraciones. —¿Ves lo que me haces? —le murmuré, bajando la mano entre nosotros. Toqué su erección por encima del pantalón, con lentitud. Su cuerpo se tensó como un resorte. —¿Ves lo que provocas tú? —me respondió, y en un giro brusco, me sujetó de las caderas y me empujó contra él con brutal precisión. Mi espalda quedó arqueada. Mi cuello expuesto. Me dominaba, sí, pero no sin que yo se lo permitiera. Lo miré con fuego en los ojos. “Rómpeme si puedes.” Una sonrisa se dibujó en su rostro. Fue oscura. Peligrosa. Y absolutamente deliciosa. Entonces me tomó por la nuca, me empujó hacia su boca, y esta vez fue él quien me besó con furia. Yo mordí su labio inferior. Él apretó mi trasero. Nuestras respiraciones se mezclaban en jadeos. Yo ya no bailaba. Cabalgaba. —Dime que me quieres esta noche —le dije contra su oído. —No —su voz fue un gruñido—. Te quiero para mí. —¿Por una noche?

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