La idea de Killian, de verlo cara a cara, sin antifaz, con mi verdadero rostro expuesto, me estremeció. ¿Y si me reconocía? ¿Y si ya lo había hecho? ¿Y si esto era una trampa? Theo notó mi tensión. Me tomó del brazo y me susurró al oído: —Tú decides. No ella. No yo. Tú, Aria. Pero el problema era ese. Yo ya no sabía quién era Aria y quién era Calypso. Una quería correr y esconderse. La otra quería esa tienda, ese poder, esa cena con Killian. Ese peligro. Me senté en el borde de la cama. Tomé el vestido entre mis manos. La tela era suave, cara, hecha para cuerpos como el mío. Hecha para ser recordada. —¿Y si todo se viene abajo, Barbie? —pregunté de pronto, sin mirarla. Ella sonrió. Su sonrisa era afilada y brillante. —Entonces... que se venga abajo con estilo. Me reí, aunque fue un

