Seguía sin estar al día con las redes así que después de haber deshecho la maleta puse en marcha el tocadiscos (sí, tocadiscos; nada suena mejor que un vinilo digan lo que digan, ese escalofrío cuando ruge antes del comienzo de la canción es inigualable, podría pasar horas oyendo solo eso) y me senté en el suelo con el móvil.  Aunque podría haber elegido la cama o la silla de mi escritorio preferí quedarme ahí tirada, con las piernas estiradas a lo largo de la pared. En cuanto me vio, Fylgja vino y se tumbó a mi lado, las dos nos habíamos echado de menos. Apoyé la cabeza sobre su lomo y ella formó una media luna a mi alrededor. —Enternecedor.— las dos nos pusimos en pie alarmadas al oír la voz proveniente de la ventana. Fylgja olisqueó el aire y apuntó al cristal con el hocico mient

