Prefacio
—A dormir.— los niños se lanzaron a la cama agotados de trabajar, nadie se atrevía a contradecir a una madre vikinga del siglo VIII.
—¡Atacan!— cuando el grito de algún vecino llegó a sus oídos, Astri tomó su hacha y su escudo.
Besó la frente de sus hijos y le rogó a los dioses que hoy no fuera el día en el que el Valhalla le abriese sus puertas.
Tan pronto como se encontró con el resto, se unió al muro de escudos y comenzaron a avanzar hacia la temible amenaza.
En el suelo se hallaba un joven herido, con el dolor tan visible en su rostro que hacía estremecer.
—¡No!— gimió entrecortado,extendiendo los brazos hacía ellos con las palmas abiertas.
Astri bajó el escudo a pesar de no haber recibido tal orden.
El cuerpo y la cara del chico eran corrientes, solo había un rasgo que le tachaba de inhumano, el par de impresionantes alas negras en su espalda.
—¡Atacad!— chilló el estúpido earl de la aldea.
Así lo hicieron, todos menos Astri que había quedado enternecida ante la imagen de aquella pobre criatura.
Los guerreros alzaron hachas y escudos, él logró levantarse a trompicones y cerró los ojos tres segundos.
Al menos cincuenta personas le tenían sin escapatoria.
—Vindr.— susurró al dirigir su mano hasta un inmenso abedul, después hizo un movimiento de muñeca y el árbol sagrado de la diosa Frigga cayó sobre todos aquellos que se encontraban tan solo a cinco pasos de Astri.
Comprendió que debía clavar su hacha en el monstruo si deseaba beber con los dioses.
—Vanhird...