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781 Words
El solo de guitarra de la canción se veía interrumpido por repetidos «guau, guau» pero eso no impidió que fingiera tocarlo con mi guitarra invisible desde el asiento del copiloto. —Roxy, saca a Fylgja del maletero, si sigue ladrando los vecinos se van a quejar.— no sería una buena primera impresión en este barrio nuevo. Esta vez debía ser diferente, mi madre se había puesto la ropa de marca solo como precaución ante la posible presencia vecinal, claro que no nos encontramos a nadie. Bajé a mi perra del coche y la até con la correa, Fylgja es un nombre bastante raro para una mascota, pero fue uno de los últimos caprichos de la abuela y no pudimos negárselo. Mi abuela era una apasionada de la mitología nórdica, por eso al regalarme la cachorrita de san bernardo con la que llevaba soñando desde que tenía uso de conciencia, decidió llamarla como las criaturas sobrenaturales que según las leyendas acompañan a cada persona. Normalmente aparecía como un animal que representaba el alma de la persona, se correspondía con el carácter o la forma de vida (esa última parte generó una discusión entre mamá y la abuela, ya que mi alma era ni más ni menos que una perra). La abuela sostenía que si tomaba forma humana sería mi espíritu guardián, pero ella ladra como todos los perros. Mi abuela juró ver su fylgja justo a punto de morir, pero era imposible que un águila entrara en la habitación del hospital. —Roxy, mete esas maletas dentro de la puta casa.— ambas nos sorprendimos cuando mi madre dijo esa palabra.— ¡Es por tu culpa! Era cierto, mi madre nunca habría dicho algo tan vulgar para ella, sin mi mala influencia. Por eso nos habíamos mudado, a un ''buen barrio'' para que yo pudiera ir a un ''buen instituto'', eso significaba que era exclusivamente femenino y de pago. —Mamá, llegaremos tarde a la prueba de acceso.— la maldita prueba era a las 9:00h y ya eran las 8:45h. A pesar de ser un examen, no estaba para nada nerviosa, lo único que les importaba era comprobar los ingresos de mi madre para recibir su parte. Podría firmar con una equis y ya estarían preparando una mesa para mí junto a los otros zoquetes adinerados. —Mierda...— hizo una pausa para regañarse a sí misma mentalmente por hablar de forma tan soez.— Espero que ese instituto te haga bien. —El problema del mundo no pueden ser solo los tíos.— solo había estado con un par de chicos y no hubo nada serio, mi madre no podía quejarse. Pero para ella, el problema eran los hombres, les tenía fobia y odio desde que uno de ellos se metió en su cama y no apareció cuando a los nueve meses salió el regalo (yo soy un regalo, es una buena metáfora). Ella repudiaba a cualquier ser que pudiera mear de pie, de hecho era abogada especializada en divorcios y siempre acababa apoyando a la misma parte. Descubrí a mi madre levantando sus gafas de sol falsas de gucci para inspeccionar el mismo edificio que el agente inmobiliario la había enseñado mil veces. Miré la casa apenada, era todo un aburrimiento sin el más mínimo rasgo de personalidad, exactamente igual que todas las de esa calle. Parecían haber hecho corta y pega con los edificios. Me sentí algo deprimida así que decidí librarme de tanta negatividad pensando en cambiarla, fue un consuelo saber que podría hacer que pareciese la casa de Beetlejuice con una mano de pintura y reformando solo una ventana. —¡La perra!— arqueé una ceja hasta que me di cuenta de que aún no la había metido en casa, como ya no estaba encerrada se había tumbado en el suelo cómodamente. Conseguí meter la llave en la cerradura tras un par de intentos fallidos (lo admito, soy un desastre) y lancé las últimas maletas a través de la entrada sin ningún cuidado. —Tienes agua y comida en la cocina.— lo había estado preparando antes, durante los veintisiete minutos que tardó mi madre en maquillarse. La rasqué detrás de la oreja, verla lanzar lametones al aire siempre me reconfortaba. —¡¿Qué?!— chilló la maquillada reina de Roma desde el coche. —¡Hablaba con Fylgja!— respondí a gritos corriendo al coche tras cerrar la casa con la misma torpeza. En lo que entraba en el coche, noté que el vecino nos miraba boquiabierto mientras regaba las plantas del jardín en pijama. Ese hombre solo acababa de ver el principio, porque esa casa albergó momentos bastante más extraños.
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