Zyra cerró su libro y se mordió el labio, dándose cuenta de la suerte que tenía. El vampiro lleno de cicatrices la había perdonado dos veces, pero algo en su interior le dijo que no había terminado. Su respiración se entrecortó mientras miraba la pared de su dormitorio. El rostro del cian no podía desaparecer de su cabeza, su mano sobre la suya, sus ojos depredadores, su extraña manera de hablar con esa voz tan profunda como la oscuridad. Zyra se levantó de la cama, se acercó a la ventana y la abrió para tomar aire. Apoyó las manos en las aspilleras de la ventana e inclinó la cabeza con los ojos cerrados. La sensación del aire fresco en su piel la calmó, respiró hondo, cerró la ventana y corrió las cortinas. Se arrojó sobre su cama, aprovechando el olvido de sus miedos para conciliar el s

