no es un hogar real

2124 Words
—Dulce hogar—se escucha una voz de mujer en aquel silencio que yacía en ese apartamento. Su vida no podía ser más miserable, allí estaba ella, tumbada en el pequeño sofá de su triste apartamento. De hecho, no era más que una habitación que no poseía ninguna separación, el baño era el único espacio privado que tenía y solo porque existía una puerta de por medio. Pero este espacio era tan pequeño y estrecho que apenas y lograba relajarse en el ya que muy pocas veces contaba con agua tibia en la ducha. Una de las tantas desgracias con las que contaba ese espantoso lugar al que llamaba hogar. Era deprimente vivir de esa manera. Pero era la vida que le había tocado vivir… Era lúgubre tener que dormir en un sofá mullido y más aún en ese apartamento tan decadente que no inspiraba la más mínima alegría. Era tan pequeño, que apenas y lograba moverse con plena libertad. Pero lo peor de todo aquello era su antipático sofá, le provocaba tantos dolores de espalda y en el cuello que nunca estaba relajada del todo. El ventilador de techo era una agonía para los días calurosos. ¿Qué podía hacer? Se lo preguntaba una y otra vez. —Mudarme sería una buena solución para todos estos problemas —se queja en voz alta, aunque sabía que eso no solucionaría nada. Sus dos empleos le quitaban la mayor parte de su tiempo, y tampoco podía decir que fuesen muy bien pagados, pero era lo mejor que había podido conseguir para mantenerse a flote cada día. De momento servían para costear algunos gastos, los más importantes. Con el agotamiento físico y mental por ambos trabajos y las preocupaciones que la embargaba, no tenía tiempo de salir con sus amigas y el factor dinero era muy importante para ella ya que no podía darse el lujo de malgastarlo en salidas. Por muy tentador que fueran. ¡j***r! Tenía 23 años y aún no sabía que era disfrutar de la vida, Pero ¿que era disfrutar? Si, comenzó a trabajar desde temprana edad ayudando a su madre en una pequeña cafetería. Esa parte de su vida le había arrebatado las mejores aventuras de ser una adolescente. Por lo menos había podido terminar los estudios, aunque lo que más deseaba era matricularse en la universidad. Pero todo aquello simplemente quedaría como un sueño hermoso, la universidad era muy costosa y para aquel entonces su madre no podía cubrir los gastos. Mientras que sus amigas del colegio asistían a la universidad, poco a poco se iban distanciado de Amelia, ya que estas tenían otras amistades y salían constantemente, mientras ella tenía que trabajar muy duro para salir adelante. ¡Todo por esa cafetería!, sus padres la adoraban. Ellos habían tenido la loca idea de invertir en una cafetería sacándola a flote, hasta que la madre de Amelia, Caroline se había quedado embarazada. Un bebé no era parte del plan de sus padres, ¡Oh, por supuesto que no! Sin embargo, había sido una gran bendición para sus padres, ya que ellos le demostraban su amor a diario. Pero pronto se vieron forzados con los gastos de un bebé recién nacido y pagos de hipotecas… —Un bebé es mucha carga —dice ella misma mientras que imagina como había sido la vida de sus padres cuando ella era una niña pequeña. Jorge el padre de Amelia era bombero, pero este se había retirado joven para dedicarse a la cafetería y para poder tener más tiempo para su familia. Pero con el paso del tiempo se vio obligado a reintegrase al cuerpo de bomberos hasta que cinco años después, realizando un rescate tuvo un accidente donde murió en seguida. Dejando a su esposa e hija solas, desamparadas y más que endeudadas. Al final, las cosas no salieron nada bien para la familia... la joven niega la recordar como su madre le contó como su padre había fallecido, era evidente que ella lo amaba muchísimo y perderlo había sido un gran impacto para su vida. —Pobre de mi mamá, todo lo que le toco vivir sola con una niña pequeña —en eso el tono del timbre de la puerta saco Amelia de sus cavilaciones. Perezosa, se levanta como puede y abre la puerta, pero al mirar a la persona que se encontraba detrás de la misma le provoca que todo su cuerpo se tense. —Señor Foster ¿Qué puedo hacer por usted? —lo saluda lo más amable posible. El señor Foster no era un hombre muy agradable, era el casero del edificio. Muy gruñón y se quejaba de todos los inquilinos de la residencia, fueran malos o buenos. Amelia no entendía porque se quejaba tanto ese sujeto tan amargado. A ese hombre le encantaba cobrar a tiempo las rentas, sin embargo, el estado de todos los apartamentos era terrible y ni hablar del deterioro del edificio era un asco. Pero a pesar de ello, era lo único que se podía permitir pagar. —Le recuerdo que en quince días le toca cancelar el próximo mes de arriendo. Le aviso para que no suceda lo del mes anterior señorita Trevol. —No sucederá señor Foster. Tendré el pago a tiempo no se preocupe por eso. —¡Eso espero! Sabe que muchas personas están interesadas en alquilar y pagar a tiempo lo sabe ¿No? —Yo le pagare a tiempo, no habrá ningún retraso esta vez. Él se le quedo mirando muy severamente, con esos ojos grandes y sus gafas anchas que le hacía ver los ojos más pequeños. Parecía mucho más viejo de lo que aparentaba. —Ya veremos, al menos ya estas advertida —Le dijo alejándose hacia el siguiente apartamento —. No habrá más oportunidades Amelia, o pagas a tiempo o te vas. —Hasta luego señor Foster— El solo levanto la mano en señal de que le daba exactamente lo mismo. Amelia cerró la puerta y pensó que ese hombre era el más odioso del planeta. Solo por haberse retrasado unos días ya le estaba armando jaleo, que pesado era. Solo esperaba que sus jefes le pagaran puntual esa semana, si no, tendría graves problemas con el señor Foster. No tendría a donde ir si la echaban de allí. Tenía que armar un plan B para poder obtener otra entrada de dinero que la liberara de todos esos problemas, tenía mucha presión como la renta del apartamento, los gastos en comida y la deuda que le habían dejado sus padres, bueno de hecho fue su madre. Se sentía abrumada por tantos problemas. Y lo peor de todo era que estaba completamente sola. Su madre había fallecido hace seis meses, de una enfermedad que le había consumido todo lo que tenían en la cuenta bancaria. Y lo peor era que su progenitora no le había hablado de la hipoteca de su casa y de la cafetería. Seguramente para no darle más preocupaciones más de las que ya tenía con la enfermedad. Amelia fue hasta la cocina para prepararse algo para comer, no había mucho de donde elegir así que tomo unas tostadas y preparo café. Se sentó nuevamente en aquel horrible sofá, todavía se pregunta cómo es que ese viejo casero podía alquilar apartamentos en esos estados tan deplorables, eran tan feos, pensó viendo las paredes pintadas de un amarillo pálido y como adorno solo tenía una lámpara muy vieja que apenas iluminaba la habitación. Al terminar la tostada y el café, no había quedado conforme, pero bueno mañana seria otro día y debía tener energías para todos los días. — Tal vez una ducha me haga bien— pensó Amelia y rogando al cielo que el agua estuviera tibia. Al ingresar en el cuarto de baño, la joven abre la llave dejando su mano bajo el grifo, en cuanto el agua cae ella sonríe abiertamente. —¡Oh si está muy caliente! —exclama con alegría. El agua caliente fue una bendición para su mullido cuerpo, noto que tenía un hematoma en la costilla y se lo adjudico al estúpido sofá de porquería que tenía como cama. —¡Estúpido sillón! —exclamo cabreada. Que otra cosa podía hacer, era dormir allí o dormir en el piso duro. Aunque si lo miraba bien el piso no estaba tan mal. —¡No! Olvídate de dormir el puto piso, el sofá seguirá siendo de cama, aunque sea un asco— se dijo toda desanimada. Mientras disfrutaba del baño, lo único bueno que podía hacer en ese apartamento mientras que el agua no estuviera congelada. Pero cuando comenzó a relajarse el agua tibia fue reemplazada inmediatamente por la fría arrancándole un grito de frustración a Amelia. El agua estaba tan helada que sintió como si le atravesara has los huesos, cerro la llave de mala gana y se envolvió en la toalla tratando de mantener lo tibio de su cuerpo. Se puso un camisón y se sentó nuevamente en el sofá pensando que plan idear para tener otros ingresos. Su mente divagaba mientras que sus parpados fueron cerrándose poco a poco, hasta rendirse al sueño. Trabajaba todo el día sin parar, juntando cada centavo para poder vivir honradamente. […] —¡Amelia! ¡Amelia!, ¿estás allí? —Su amiga Laura la contemplaba como si estuviera metida en otro mundo. —Esta mañana estoy un poco despistada, lo siento mucho, amiga —se disculpa mientras que siente que todo su cuerpo estaba muy cansado como para ir a trabajar. —Ya creo que sí, ¿Qué ocurre? ¿Es que no has dormido bien? Seguro fue la visita del viejo Foster, lo odio, anoche paso por mi apartamento molestando con eso de la renta puntual y bla, bla. —Si, por mi casa también paso. Pero no es él quien me tiene así. Su amiga Laura era la única a la que podía contarle toda la verdad, trabajaban juntas en uno de los empleos de Amelia y vivían en el mismo edificio, por ende, ella sabía toda su historia y del porque tenía que trabajar tan duro. —¡Ya! oye no te desanimes, veras que pronto encontraras una solución a tus problemas, sabes que podría darte mi apoyo económicamente, pero con los gastos de la universidad de mi hermano no me da para más que el arriendo y la comida. Bien sabes que quiero que sea alguien en esta vida. Ella al igual que Amelia estaban solteras y solas, no querían relacionarse con ningún hombre que probablemente les rompería el corazón. Laura costeaba los gastos de la universidad de su hermano menor, sus padres habían fallecido y por esa razón su amiga se había encargado de su pequeño hermano dándole lo mejor. —Descuida amiga, jamás te pediría nada. Sé muy bien lo apretada que estas. —Bueno, pero estaré para ti para darte buenos consejos, para que luego no cometas ninguna loca locura de la que te puedas arrepentir. —Gracias, pero tranquila no cometeré ninguna locura. Sabes como soy, no haría nada absurdo, aunque estuviera llegando a mi limite. —Sera mejor que entramos al trabajo antes de que Jack se ponga de mal humor como de costumbre. —Si tienes razón, no estoy para sermones ni mucho menos para que me echen del trabajo. Salieron del vestíbulo donde todo el personal se cambiaba de atuendo poniéndose el uniforme del restaurante, unos pantalones negros en conjunto con una franela de algodón del mismo color. —Las señoritas decidieron salir de la fabulosa charla allí dentro ¿no? —Exclamo su jefe en tono desdeñoso. —Creo que aún faltan diez minutos para nuestra hora de entrada —Le dijo Laura sin miedo a que le gritara. —¡Ah, sí! sí, claro. ¿Pero qué hay de las muchas veces que han llegado tarde? Estos diez minutos me los cobro por todas esas veces que llegaron tarde. Así que pónganse a trabajar. Y dicho aquello se metió en su oficina todo rabioso. Jack siempre gritaba mucho, pero hasta ahora no había despedido a nadie. —Que fanfarrón, no sé cómo es que lo aguantamos. —Porque necesitamos el dinero y las propinas. —Sí, las cuales últimamente han sido muy pocas. Pero sé que en algún momento encontraremos otro empleo y le gritare mi renuncia a ese odioso hombre, será muy satisfactorio— Sonríe su amiga. —Yo también lo espero. Se fijaron en las mesas del restaurante, estaba comenzando a llenarse de clientes, era un lugar sencillo pero la comida sí que era fenomenal. Tom, el chef cocinaba de maravilla y era el mejor pagado en el restaurante. hola mis bellas... comenzamos con esta historia de amor 😍
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