En medio de una buena conversación, mi teléfono vibró en el bolsillo. Lo miré y, al ver el nombre en pantalla, una media sonrisa se dibujó en mi rostro. —Disculpen —dije, levantándome—. Es una llamada importante. Alexander arqueó apenas una ceja, y Claire me lanzó una mirada fugaz que no me detuvo. Crucé la oficina y abrí la puerta del pequeño balcón lateral que daba a la ciudad. Cerré detrás de mí. El aire frío entró en mis pulmones, pero no apagó el calor que me provocaba esa llamada. —Papi… —la voz de ella, suave y cargada de reclamo, me llegó como un perfume familiar—. Te estoy esperando. —¿Te estoy esperando? —repetí, con un deje de burla—. ¿Sabes dónde estoy ahora mismo? —No es posible que regresaras con tu mujer… —continuó, ignorando mi pregunta—. Esta mañana te vi, Philippe. N

