Luego de ver el video, el teléfono vibra sobre mi escritorio. La pantalla muestra el nombre de Dmitry. Siento una mezcla de molestia y curiosidad antes de contestar. ¿Qué querrá ahora? Respiro hondo y deslizo el dedo:
—Dime —contesto, tratando de mantener la voz firme, aunque mi corazón late con una presión que no puedo ignorar.
—Mañana te espero con tu familia entera —su voz llega clara, firme, como siempre—. O sea, tú y tu hermana. No quiero que me rechaces. Es una fiesta de bienvenida para mi hijo. Sabes que la organización le dará la bienvenida y lo que ha trabajado en ella. Así que mañana te espero. Cancela todo y no te preocupes, solo quiero que mi hijo vea que será un buen elemento.
Mis dedos se tensan alrededor del teléfono. La palabra “bienvenida” me suena a obligación, a estra
