Yo lo miré sin tocar nada. No porque no quisiera café, sino porque sentía que si me movía un centímetro más, me desintegraba de pura vergüenza. Él dio un paso hacia mí y, con voz grave, preguntó: —¿Cómo te sientes? Me llevé las manos a la cara y dije, casi suplicando: —Dime qué pasó… por favor. Esa chica me acaba de soltar tanta información de golpe que te juro que quiero morir… o meter mi cabeza completa en la tierra. Lo que sea que me haga desaparecer de este momento. Alexander, en vez de responder con seriedad, dejó escapar una carcajada suave, de esas que parecen que se las traga, pero igual se le escapan. —¿Quieres la versión breve o la versión completa? —preguntó, apoyándose en el marco de la puerta como si tuviera todo el tiempo del mundo. —Quiero la versión en la que yo no q

