No puedo evitar sonreír. Me imagino a esa chica en uniforme, rompiendo reglas en cualquier internado carísimo que la haya aceptado. —¿Cuántos años tiene? —le pregunto. —Veinte… pronto a sus veintiuno. —Muy linda —comento. Alexander suelta una risa corta. —Hmm… si supieras que es una diabla. Y lo siento, pero no dejará de seguirte. No a mal… querrá saber de tu vida, porque es mi hermana. Así es ella: quiere saber de las… —¿De las mujeres que metes en tu cama? —lo interrumpo, con una ceja levantada. Él niega con una sonrisa ladeada. —De la mujer que traigo a mi casa. Aunque te puedo decir que eres la primera. Yo suelto una carcajada que casi me deja sin aire. —¡Ja, ja, ja! No te creo lo que me estás diciendo… ¿la primera? ¡Ya, Alexander! Ese cuento díselo a otra. Yo soy una diabla

