—Bueno, ahora a comer —digo, tomando mis palillos—. Dejemos de hablar de negocios, por favor. El mesero llega con una bandeja hermosa de nigiris, sashimi y makis. El aroma fresco del pescado y el arroz avinagrado llena el aire. Mi estómago hace un ruido traicionero, recordándome que no he comido nada desde el desayuno. Tomamos el primer bocado, y mi celular vibra sobre la mesa. Miro la pantalla y mi corazón se acelera un segundo… pero no es Alexander. Es Philippe. Me disculpo con Daniel y contesto, intentando sonar tranquila. —¿Sí? Su voz suena seca, distante. —Claire, ¿cómo atiendes al nuevo huésped? —Bien… él no se ha quejado. Salí de casa y no lo pude ver, pero cuando llegue veré qué necesita. Si supieras que es él la persona que me tiene atendida a mí, no yo a él. —Bueno, ant

