Mi corazón parecía explotar. Todo mi cuerpo le pertenecía sin que yo pudiera resistirme.
Sus labios atraparon los míos sin permiso, hambrientos, posesivos, como si quisiera marcar su territorio. El beso fue profundo, húmedo, y sentí cómo mi cuerpo temblaba de puro deseo. Sus manos, grandes y firmes, comenzaron a recorrer mis brazos, luego mi cintura, apretándome contra él hasta que sentí su dureza clara, intensa, reclamando mi atención.
Un gemido bajo escapó de mi garganta, ahogado entre nuestros labios.
—Mmm… —él sonrió contra mi boca—. Así… así te quería…
Su boca bajó a mi cuello, dejando un rastro de besos ardientes y pequeñas mordidas que me hicieron arquear la espalda. Mis manos, que hasta ese momento habían estado a la defensiva, subieron instintivamente a sus hombros y sentí la
